El
Bocha, el que abre los grifos del fútbol más folclore de todos: ese que es un
sábado a la siesta y siento el olor a boliyas del paraíso, pasto en la boca, un
eco de un gol recién hecho en la canchita bien potrero, amigos de paredes que se
tiran con pelotas. Charlan de ese idioma y lo vuelven esencia.
El bocha: un poco padre, tutor, director técnico, entrenador tío y amigo de los que marcan el camino con la sapiencia del futbolero de antaño. De otro tiempo. Con picados encima como asados de familia, esos que se arriman a un fuego, un fuego que es la radio prendida de la pelota. De una charla con el mate en la cocina: y cómo jugamos, cómo salió Boca, abrila, pedila, llevá, mucho, sabe, sí que sabe. Lo conocí al bocha con 5 años, era por el 91, y yo una mascota de los más grandes que andaban -en la séptima o en la sexta- y un día, una siesta, con una camiseta que era como una sabana blanquinegra del churro me dijo: "dale Matías entra" y me empujó a la cancha con un viento guapo, con el envión de los que siembran para siempre ese sentimiento incomparable de ponerse los cortos y salir a jugar un partido como el último de tu vida. Bocha, gracias por empujarme al mar infinito del fútbol. Acá estas palabras te abrazan para siempre con un gol hecho hace un ratito nomás.
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