Cuantas veces uno se pregunta cómo serían los fortines en el desierto. Es impensable la vida a tantas leguas de distancia de un almacén, sin luz, sin agua, sin teléfonos y ante las amenazas de los posibles malones que fueron quedando en el olvido después de los Tratados de Paz de Rosas, en 1836.
Así fue que los pobladores, con pocas cosas, apenas sus carretas y algunos animales, se fueron aventurando un poco más allá del Río Salado para dedicarse a la cría de ganados.
Entre pajonales y campos desprovistos de árboles, se fueron estableciendo las estancias y puestos, en la soledad de las largas distancias, en las proximidades de lagunas permanentes y de agua de buena calidad.
Pueblos sin límites, con estancias fortificadas y defendidas con zanjas a su alrededor; con algunos negocios distribuidos por el campo como el comercio del señor Carlos Camelián o Camaleón, un francés comerciante y hacendado que vendía mercaderías y bebidas, acopiaba cueros y plumas de avestruz; comerciante que realizaba un intercambio pacífico con gauchos e indios que vendían matras, lazos, boleadoras, riendas y demás prendas tejidas por las mujeres y los ancianos de las tribus.
A unos 30 kilómetros del Fortín Esperanza, donde hoy está la ciudad de General Alvear, vivía José Portugués en la estancia “9 de Julio” nombrada por William Mac Cann en su libro “Viaje por las Provincias Argentinas”, lugar por el que había pasado siete años antes de la construcción del Fortín y en donde “el propietario y su esposa les habían brindado un almuerzo inmejorable en que no faltó café y otras cosas servidas a la manera europea”.
Con la caída de Rosas, y el no cumplimiento de los tratados de Paz, se comenzaron a ver partidas errantes de indios que se apoderaban de haciendas y comestibles originando situaciones de zozobra en puestos y estancias.
Fue así que ante la inseguridad, el miedo a los robos y a los malones, “un grupo de estancieros de Saladillo, Tapalqué y Las Flores” enviaron al Gobernador Pastor Obligado una solicitud con fecha 10 de diciembre de 1853 en la que pedían una Comandancia Militar para la comunicación y seguridad entre las fuerzas fronterizas, ofreciendo encargarse ellos mismos de su construcción.
El Departamento Topográfico acepta la propuesta y solicita que “se construya el Fortín en un punto equidistante entre el Fortín Mulitas (25 de Mayo) y el de Tapalqué situado a unas 23 leguas uno del otro”. Aprobada la moción, el Gobernador de la Provincia Pastor Obligado destaca la patriótica propuesta de los vecinos de Las Flores y Saladillo y crea el Fortín Esperanza según decreto del 29 de diciembre de 1853.
Seguro que don José Portugués, midió a caballo la distancia con sus baqueanos para construir el Fuerte en ese punto equidistante a 100 kilómetros de 25 de Mayo y 100 kilómetros de Tapalqué. Durante el verano de 1854, se encarga de construir el Fortín Esperanza con poco más de veinte de sus peones y con la presencia militar de un alférez que por ser analfabeto, no dejó detalles del acontecer de esos días.
La guarnición del fortín estuvo formada en un principio por diez hombres de caballería y cinco infantes al mando del alférez. El Juez de Paz de Saladillo va a inspeccionar las obras y se reúne con el Sr. José Portugués que “está construyendo el fortín con unos veinte y tanto trabajadores de su estancia y conversa con “el alférez quién le comenta que es muy difícil proveer a la tropa de ropa imprescindible y con las raciones que hay que mandar traer de una distancia tan larga” como lo estaba Fortín Mulitas (hoy 25 de Mayo) la falta de comida había provocado la deserción de tres hombres de la fuerza que estaba a su mando.
El alférez del cual por ahora no conocemos su nombre a pesar de haber sido la primera autoridad del Fortín Esperanza, refiere al Juez de Paz José Atucha de las desdichas en el Fortín y hace notar por ejemplo, “que el sacatrapos del cañón es de calibre mayor no siendo posible hacerlo entrar” y “que ha recibido una nota del Ministro donde se le ordena que provea de armamento al Juzgado de Saladillo” pero que él que no tiene más Armamento que el de la tropa y que aún está escaso de municiones”.
Tiempos difíciles de vivir a la intemperie y sin ninguna comodidad pero con trabajo constante se construye rápidamente una cuadra de 16 metros de largo por 5 de ancho, una pieza para la comandancia, cocina, y una cuadra menor para cuerpo de guardia y cuarto de bandera, todo construido naturalmente, con los únicos materiales existentes en el lugar: la paja y el barro.
Además tenía un terraplén de casi dos metros de altura por 80 centímetros de espesor por donde iba y venía el centinela oteando el horizonte, un pequeño puente rudimentario para pasar por encima del foso y un potrero también circundado por un foso de 200 metros de circunferencia para guardar los caballos.
Quizás se veía desolador el Fortín con apenas un pozo de balde con brocal en el centro, una letrina en uno de sus ángulos y un mangrullo de casi 10 metros de alto con una escalera de 30 escalones.
¿Qué sería lo que pensaban esos soldados encima del mangrullo o vigía? ¿Qué sentirían esos gauchos casi sin ropas subidos en lo alto, mirando en un horizonte sin árboles ni lomadas bajo una bandera de más de 3 metros de largo con su sol?
El 11 de abril de 1854, se hace cargo del fortín el Mayor Juan Agustín Noguera quién refiere en 1855, que tenía un grupo de Guardias Nacionales cuyo número variaba constantemente atentos a la proximidad de los indios, pero que con “la tropa y el vecindario” hacían todo lo posible “para asegurar una línea de frontera fuerte”.
Sin embargo, las condiciones eran de suma indigencia, y la guarnición del Fortín se mantenía con un valor y estoicismo ejemplar, recorriendo el campo en interminables descubiertas, encima del mangrullo vigilando el horizonte, caminando el parapeto con lluvias o heladas o bajo el insoportable calor del verano sin ninguna sombra.
En nota del 30 de abril de 1855, el Teniente Coronel Julián Martínez del Azul manifiesta que en el Fortín Esperanza había 3 oficiales y 60 soldados, que no tenían ni “poncho ni chaquetas” y que prácticamente estaban “en pelota” y encima, todo más complicado ante las muchas lluvias del otoño.
Fortín del Desierto, Fortín Esperanza de barro y paja pero con pruebas sobradas de valor de los gauchos argentinos, mano de obra en proyectos laborales y fuente de inspiración para todo género de literatura.
Gauchos de fortines sin palos que se destacaron por su independencia, su habilidad ecuestre, su espíritu autosuficiente y libre heredado de sus madres indias.
Como bien dice Juan José Grassi en su libro, el Fortín Esperanza es mucho más que un Fuerte, es un emblema de nuestra nacionalidad que reúne a gauchos, inmigrantes, guardias nacionales, indios amigos y vecinos que lucharon con patriotismo en momentos de verdadera argentinidad.
Bibliografía:
- Capdevila, Ramón Rafael. El Fortín Esperanza y el Pueblo y el Partido de General Alvear.
- Llantada de Márquez, Isabel. Fortín Esperanza, hoy General Alvear apuntes para su historia.