“No había nada en el campo, ni alambrados, ni caminos, ni señales. Nada, lo que se dice nada… Nosotras seguíamos las huellas de las chatas que habían salido adelante…” Así cuenta Isolina Restagno de Pérez de la Colonia Fortín Esperanza de General Alvear, de allá cuando vinieron en 1934 a instalarse con sus padres.
Las historias de las familias inmigrantes siempre nos tocan de cerca porque gran parte de ellas son nuestros antepasados, familias que después de sucesivas inmigraciones, fueron poblando la provincia de Buenos Aires, incorporándose a pueblos o colonias.
Luis Restagno, al igual que la que sería su esposa Caterina Severino, vinieron de muy chicos a Argentina bajando en el Puerto de Buenos Aires. Sus descendientes recuerdan el nombre del barco Oreone, buque que partía de Génova con italianos con la esperanza de encontrar comida y trabajo.
Por esas cosas del destino, se encontraron en Pueblitos, un pequeño poblado de 25 de mayo, yendo desde Alvear hacia el oeste, a unos 10 kilómetros bajando de la Ruta 205.
Ya casados y con tres hijos nacidos, Rina de 28 años y Luis de 38, dejaron el campito que alquilaban a Lavaroni en 25 de mayo, y se vinieron para Alvear.
Primero vino Luis, en octubre de 1933 y alquiló una pequeña chacra, cerca de donde después se formaría la Colonia Fortín Esperanza. Allí sembró avena, maíz, algo de girasol y construyó un pequeño ranchito, muy prolijo, de paredes de barro, perfecto en sus esquinas pero sin techo volviendo a Pueblitos a buscar a Rina, que es el apócope de Caterina.
El viaje es recordado con gran detalle por Isolina Restagno, una de sus hijas, tal como “si lo estuviera viviendo en este momento”. Durante todo el día anterior subieron cosas a las chatas y prepararon a los animales. Isolina recuerda particularmente el revoleo de más de 300 gallinas que fueron juntadas por sus padres y tíos y guardadas en una “pichonera” que habían armado debajo de uno de los carros. Más arriba, otro jaulón con 21 patos pekineses junto con las bombas de agua, palos, varillas y alambres, torniquetes y herramientas, además de una buena provisión de leña ya que adonde venían no había árboles.
Arriba de la chata estaban todos los muebles y los enseres de la casa, ropa de cama, vajilla, casi todos los regalos de casamiento que habían ayudado a la pareja para armar la nueva casa.
Por encima de todo, en la chata grande tirada por los cuatro caballos, con ayuda de vecinos subieron el techo del rancho que seguro parecería a lo lejos un rancho caminante tirado por caballos.
Salieron el 23 de febrero de 1934 desde Pueblitos a San Enrique donde vivían los padres de Rina. Allí descansaron, y a las dos de la mañana, salió Luis con sus cuñados Pedro y Juan Severino.
Cuentan que don Luis venía adelante manejando la chata grande con todos los muebles; luego lo seguía Pedro con la otra chata y Juan, detrás, a caballo, arriando las pocas vacas. No traían chanchos ni ovejas, aunque sí un perro.
RINA, con su hermana JUANA, novia en ese momento de JOSÉ CASALE y sus tres hijas mayores POCHOLA, ISOLINA y CATALINA arrancaron un poco más tarde en el sulky cuando ya quería asomar el sol. Era pleno verano y mirando atentamente las huellas dejadas por las chatas, continuaron el camino.
El sulky venía muy cargado, con el perro atado a la cincha del caballo, preocupadas por el mal tiempo. A poco andar, un fuerte chaparrón las sorprendió, así que Rina tapa a todos con unos ponchos y un gran paraguas que cubría a las cinco bien amontonadas.
Pronto llegaron al Canal 16, construido desde 1912 a 1915 para paliar en parte las grandes inundaciones de la región. A esta altura del cruce a General Alvear, era un canal angosto y sin puentes, hecho en su mayor parte a pura pala y puño.
Isolina recuerda que la yegua se zambulló en el agua y cuando pudo hacer pie, trepó la otra orilla cayendo el sulky estrepitosamente al canal provocando un gran chapaleo y susto para las chicas. El sulky estaba muy cargado y Rina traía hasta la madreselva que tenía en Pueblitos, enredadera que plantó de la misma manera en el nuevo rancho. A partir de El Parche el camino fue más tranquilo y marcado, sin miedo a perder la huella.
Siempre de bombachas y alpargatas, nunca de botas, los gringos trabajaron para bajar todo de las chatas y armar el nuevo rancho con ayuda de los nuevos vecinos.
Ahí pasaron la noche y al otro día, continuaron la mudanza, desembalando las cosas y colocando el techo sobre el rancho nuevo. Y así se instalaron. Los veranos eran más tranquilos, los inviernos, muy fríos, casi sin forma de calefaccionarse por la escasez de leña.
Otro de los grandes problemas, era la inexistencia de agua buena. Hicieron muchos pozos en los alrededores de la casa pero el agua no servía ni para las gallinas. Había que traer agua para tomar, para lavar o regar las plantas. Así que cargaban en el sulky o al caballo un barril, y las nenas iban hasta una bomba que estaba a unos 2OO metros, llevando un pequeño banco para ser más altas y poder llegar hasta el barril con los baldes.
Al año siguiente, al lado de unos eucaliptos antiguos que estaban al lado de la calle y aprovechando la poca sombra, se construyó la Escuela 8 en un galpón de chapas “muy bien hecho” cuando aún los Restagno vivían en lo de Casale. Para abrir la Escuela, anduvieron los padres levantando firmas porque realmente “había una chorrera de chicos…”. ¡Los CAPRA eran 18! Los CASALE, nueve; los MENGARELLI; los QUINCOCES; los SARAROLS…
Los mismos padres construyeron una escuela de chapa pero hermosa y confortable, forrada por dentro de madera y con un aislante que la hacía cálida en invierno y fresquita en verano. Tenía dos ventanas con sus vidrios, la puerta con dos hojas y vidrios…Y una piecita con una cocina chiquita para el maestro que era FEDERICO MARTÍNEZ, que con férrea disciplina enseñaba las primeras letras a sesenta y pico chicos de todas las edades. Muchachos y chicas de 16 o 17 años que recién empezaban la escuela o iban a segundo grado a aprender a leer y escribir.
POCHOLA e ISOLINA iban a la escuela caminando, atravesando el campo durante dos leguas, entre el maíz o el girasol, derecho, cruzando por lo de CAPRA. ¡Que linda se vería la escuela rodeada de caballos y sulkys! Al mudarse, las hermanas empezaron a ir en el mismo sulky que los CASALE que las levantaban en la tranquera. Alrededor de la escuela había un campito con una tranquera grande que daba al potrerito donde se entraba con el sulky y soltaban los caballos.
En 1939, se crea la Colonia Fortín Esperanza y Luis Restagno es propietario de 42 hectáreas del campo que llamaron SANTA CATALINA, propiedad que pagarían durante 30 años.
En el campo de la Colonia al que se mudan, cerquita, entre los CASALE y los GÓMEZ, tienen un galpón con un lavadero-cocina al lado que de a poco, se va agrandando hasta agregar las habitaciones. El primer árbol lo plantó Rina, la fundadora del monte, un eucalipto chiquito que le regala un amigo y al fondo, comienza a hacer el monte de frutales.
Como bien dice Isolina, los Restagno adelantaron, pero con mucho sacrificio. En el año 1948, el Instituto de Colonización de la Provincia solicita una Declaración Jurada de los bienes de su propiedad a gran parte de los colonos de la denominada Colonia Chica, o sea, los que tenían chacras menores a las 50 hectáreas en contraposición con la Colonia “Grande” que recibieron más de 200 hectáreas cada uno.
El 13 de enero de 1948, se presentan ante el Juez de Paz MIGUEL LAFUENTE, los colonos BOSSO, VICENTE, ZAPPACOSTA, RÍPODAS, CARRIQUIRY; RAMUNDO, QUINCOSES, QUIN, MARANO, BALDA, GROSSO Y MENGARELLI, solicitando “un testimonio en papel común ” para cumplir lo pedido por el Gobierno.
Es así como LUIS ANDRÉS RESTAGNO realiza una Declaración, muy parecida a los demás colonos mencionados donde declara que tiene 9,120 metros ALAMBRE DE PÚA; 100 metros alambre tejido jardín y 80 metros alambre cerco Oliver alrededor de la casa y 150 postes de acacios; además de 200 postes varios.
El MONTE ha crecido gracias al riego y cuidado de la familia con la existencia en 1948, de 730 plantas forestales y 70 plantas frutales; UN GALPÓN con paredes y techos de cinc, compuesto de 58 chapas; UN GALLINERO construido con 17 chapas de cinc; UN ARADO de dos rejas Oliver; UNA RASTRA de tres cuerpos; UN APORCADOR Mansera; UN ARADO Mansera; UN APORCADOR de dos surcos Marca Labrador; DOS BOMBAS N° 4 con sus caños correspondientes; UN BEBEDERO Grande; DOS BEBEDEROS chicos y UN SULKY.
Declara tener sólo TRES cerdas de vientre, NUEVE cachorros y cachorras grandes y cinco lechones mamones aunque se supone que tendría también los caballos para tirar las herramientas y el sulky, así como alguna vaca y como dice Isolina, algunas ovejas para consumo.
Los chicos crecen, se hacen jóvenes gritones y alegres que van casi en procesión de sulkys a los bailes de El Parche o del Pueblo. A los gritos van llamando a todos desde la calle de tierra, convocando a toda la familia a “dejar de trabajar” y salir a bailar, en un pintoresco desfile campero lleno de risas sanas. Se forman parejas y nuevas familias de Alvear, gente de todos los días, vecinos de pueblo…
Historia de los Colonos Luis y Rina Restagno Severino, seguramente muy parecida a la historia de tantos colonos formadores de pueblos e identidad. Historias de gringos que se quedaron a pesar de las inclemencias del tiempo y la falta de comodidades.
Historias que sorprenden por su sencillez, pero también casi imposibles de creer en tiempos donde parece inconcebible vivir sin agua, sin electricidad, sin leña ni gas y perseverando a pesar de todo, en familia, con la solidaridad de los vecinos, con muchos chicos pero con casi nada, siguiendo las huellas de la familia, la unión, el trabajo y la esperanza de un futuro mejor.
Sobre textos orales y escritos de Elba Sivero, Licha Restagno, Isolina y Titina Restagno.
Fuentes: Archivo del Juzgado de Paz de General Alvear y de la Provincia de Buenos Aires