Nombre desconocido para muchos pero sonoro y que llama la atención, el ñandubay ha estado constantemente vinculado en la historia de los pueblos.
Ñandubay, sonoro vocablo guaraní que justamente significa “fruto que corta el Ñandú para comerlo” y, aunque es originario de Entre Ríos, tiene muchas historias cercanas a la patria chica y una hermosa leyenda que refiere el amor incondicional y eterno en esos cuentos folklóricos pintorescos que explican la vida tan sencillamente.
Una leyenda de amor.
La leyenda del ñandubay intenta explicar las características de la madera relacionándolas con los valores humanos tan necesarios para vivir en sociedad; cuenta de un indio valeroso y de firmes convicciones, destacado por su coraje, su destreza y fuerza que se había enamorado de la hija del cacique. Este cacique no era para nada bueno, jefe de pétreo corazón a quién jamás conmovía el infortunio ajeno y ante el pedido del enamorado, el muy ladino le dice al joven pretendiente que lo esperara ahí mismo, parado durante tres días en el mismo lugar, sin dar un paso siquiera para así demostrar el amor por su hija.
Pero el cacique, haciendo gala de su mala entraña, no volvió sino hasta cinco días después viendo al joven que seguía en el mismo lugar a pesar de las picaduras de los insectos, de la falta de agua, de la inmovilidad y los calambres de sus músculos.
Furioso le habló pero Umanday, ya muerto, no le contestó y siempre prepotente, el cacique intentó empujarlo para derribarlo pero no pudo. El joven había echado raíces, y se había transformado en una planta retorcida por su dolor pero tan fuerte, como el amor que sentía hacia la joven.
Así es la madera del ñandubay: una madera que se caracteriza porque no se deteriora, no se pudre, no se termina. Al contrario, cada vez es más fuerte y esa solidez se acentúa cuando está enterrada o sumergida siendo incorruptible, transformando su dureza en un árbol imposible de hachar y corromper.
Corral de palo a pique incorruptible.
El ñandubay es un árbol originario de Entre Ríos y transportado a Buenos Aires por los ríos para ser usado en la campaña para la construcción de cercados, plantados uno al lado del otro formando los conocidos “corrales de palos a pique”, y traídos a la zona por Juan Manuel de Rosas para su uso en los campos de General Alvear y Tapalqué y que aún se encuentra en el campo 180 años después.
El arqueólogo Miguel Mugueta y su equipo de la Universidad de Olavarría, los encontró en los vestigios arqueológicos del Cantón de Tapalqué Viejo de 1830. Con ellos, se había construido un dique del que todavía están sus restos en el arroyo Tapalqué, en campos que eran de Marcos Balcarce, amigo de Rosas. Cuando los buzos que colaboraron con los arqueólogos se sumergieron en el arroyo hallaron evidencias del dique construido con madera de ñandubay, obra que les permitía subir el nivel del agua del arroyo que era derivada por una red de canales hasta otros potreros creando un microclima ideal para cultivar frutales como naranjos y durazneros.
Siempre presente en el Siglo XIX, John Magüire describe en su libro Loncagué que “las casas de los peones de la estancia antigua eran de paja y terrón con aleros sostenidos por horcones de ñandubay” (Magüire, 1847).
El ñandubay en el fortín “Esperanza”.
Ya en General Alvear, José Portugués entrega a Juan Agustín Noguera el fortín “Esperanza” construido y que contaba “con seis tablones de pulgada y media, 171 postes de durazno y sauce y 64 de ñandubay empleados en la construcción de la entrada del corral, la sangría y el palenque” (Jurado, 1868). Tal como cuenta José Hernández en su “Instrucción del Estanciero”, en los “campos pa´juera faltan las maderas y no hay medio fácil de proporcionárselas y por lo tanto los corrales son de zanja” por lo que los postes de ñandubay fueron muy apreciados y casi exclusivamente usados para la construcción de corrales de “palo a pique” y a veces hasta de paredes de ranchos para hacerlos más fuertes (Risso, 2017).
Esa fortaleza característica era la mejor en corrales para encerrar ganado y en palizadas que tuvieran que resistir grandes empujes porque “clavado un poste de ella en tierra, el ñandubay no se pudre jamás, antes se petrifica” (Granada, 1890). Esa fue la razón de que cuando José Portugués, propietario de la estancia “Nueve de Julio” de Alvear, encarga la búsqueda de los restos de la beata Mama Antula en 1867, ésta se centra en el hallazgo del poste de ñandubay donde se apoyaba su cabeza, sabedores de la fiel madera que la había acompañado en su descanso eterno, incorruptible en el tiempo.
Y llega con los alambrados de la Colonia “Fortín Esperanza” en 1930.
A pesar de que tal como cuenta Félix de Azara en 1848, “el yandubai o espinillo tiene palos cortos y lo emplean para hacer corrales de estada y para quemar porque es la mejor leña del mundo tanto por la grande actividad de su fuego como la duración de sus brasas”, los palos de ñandubay se cuidaban mucho y no se quemaban. Al ser palos tiocos y cortos, se usaron para la construcción de los alambrados a partir de la aparición de estos a fines del siglo XIX, siendo agujereados para que poder pasar los alambres por eso se ven hoy con sus “ojones” característicos deformados y agrandados por tantos años de servicios.
Ya en el siglo XX, el ñandubay vuelve al campo y se ven actualmente en las chacras, llegando esta vez en las chatas de los colonos que primero como inquilinos y después como arrendatarios los usaron para tender alambrados, cuidándolos hasta el día de hoy por su nobleza a pesar de que los agujeros por donde pasaron los hilos ya están más grandes que un ojo humano.
Palo “tioco” testigo de la patria campera.
Historias de ñandubay… ¡Cómo no quedarse contemplando esos palos retorcidos que muestran la historia de tantos pueblos! ¡Cómo no rendirle homenaje a su historia de trabajo y paciencia en los campos bonaerenses!
¡Cómo no rendirse ante la hermosa leyenda guaraní donde nos muestran la bravura y fortaleza de una juventud noble y fuerte como un poste de ñandubay!
Postes de ñandubay, ligado a la tradición, testigo fiel de la patria campera.
Postes viejos en charcos y lagunas, torcidos pero que se mantienen estoicos a pesar del paso de los años, poniéndole el pecho a los buenos y malos vientos, y con la actitud y valor necesarios para seguir adelante a pesar de todo.
Fotos:
1. Palo de ñandubay actual de la Colonia "Fortín Esperanza" traídos desde “La Barrancosa”, en 1930.
2. Bocetos del libro "José Portugués" de Lis Solé.
a. José Portugués y sus peones construyendo el fortín "Esperanza", en 1855).
b. Corral de palo a pique.