Mitos urbanos: La otra historia de Clotilde Sabbattini de Barón Biza. Por Lis Solé. |
Suele suceder con esas historias que llaman la atención por lo impresionante, lo imposible o incomprensible, cuando vemos que la locura supera la razón, la desazón a la esperanza, la rutina a la ilusión, el odio al amor… Y en todo, la realidad y las múltiples interpretaciones que la gente hace de cada hecho, de cada vida o de cada historia.
En General Alvear, muchos conocen la historia del Barón Biza. Raúl Barón Biza fue un hombre de una vida novelesca, casi una leyenda, un mito. Había nacido en 1899, hijo de los millonarios Wilfrid Barón y Catalina Biza. No tenía un título nobiliario, así era su apellido, pero él se divertía cuando lo llamaban Barón. Hasta en eso se demostraba su vida perturbada. Estanciero, rico y escritor, su vida transcurrió entre la realidad y el desatino. Sus libros publicados son muy controvertidos y tienen como eje central la muerte, el derecho a matar, la pornografía y el sexo. Se casó en primeras nupcias con Myriam Stefford, una aviadora austríaca que falleció al estrellarse su avión en Córdoba. Él, en su homenaje hizo construir un panteón monumento en Alta Gracia que sorprende por su excentricidad, ribetes y detalles de locura.
A los cuatro años de enviudar, contrajo matrimonio en 1935 con Clotilde Sabbattini de 17 años, veinte años menor que él, hija de su amigo, prestigioso médico y político radical de Córdoba Amando Sabbattini. De ese matrimonio nacieron tres hijos: Carlos, Jorge y Cristina. Los sucesos violentos se repetían en la vida de Barón Biza sumiendo en la desesperación a su familia. Finalmente, Clotilde solicita a su marido el divorcio y para ello se reúnen en su departamento junto a sus abogados. Delante de ellos, Barón Biza tira en la cara de su esposa una copa de ácido. A pesar de los esfuerzos médicos el ácido deforma manos, cara, brazos y pecho de Clotilde. Mientras ella es atendida en el Hospital, él regresa a su departamento y se suicida. Era 1964, Clotilde tenía 44 años.
Tratando de escapar de ese horror y conseguir la paz, Clotilde llega con sus hijos a General Alvear en 1970 y se instalan en “La Porfiada”, un campo de unas 300 hectáreas que compran cerca de Micheo. Allí poco a poco, y entre numerosos viajes por costosos tratamientos médicos, acompañada por la Familia de Atilio Bajo, pasa muy buenos momentos. La dura rutina cotidiana, esa soledad del campo que desespera a muchos, apaciguó su alma.
Y por eso escribo esta historia, no por el amarillismo mediático que atrae en estos días, sino para intentar salir de esas etiquetas y pensar que muchas cosas se pueden lograr con tenacidad y empeño. Cosas para los demás si no es para uno mismo, como así lo demostró Clotilde Sabbattini en su estancia en General Alvear. Casi por casualidad, me entero que Atilio Bajo y su familia fueron los encargados de cuidar y acompañar a la señora durante los últimos doce años de su vida en “La Porfiada”. Así lo cuenta Atilio: “Nosotros fuimos a trabajar con la Sra. Clotilde en 1973. Fue el mejor tiempo de mi vida. La familia Barón Biza era mi familia. Todos decían que la Sra. era loca; me decían que más de dos meses no iba a durar trabajando con ella pero estuvimos 12 años ahí; hasta que murió. Sus hijos eran igual que ella, muy buenos. Un lujo. Además del buen trato, podíamos tener animales propios, buen sueldo, porcentaje sobre ventas… Ella llegó ya viuda con sus hijos. Era mujer muy rica con propiedades en Córdoba. Pero viajaba constantemente al exterior para hacerse tratamientos a fin de curar y disimular las heridas y perdió casi toda su fortuna. Estaba meses internada. Tenía trasplantes por todos lados: la boca, las manos, los brazos, el pecho”.
Docente de vocación, durante el gobierno de Frondizi, Clotilde Sabbattini fue Presidente del Consejo Nacional de Educación. Olga Bajo cuenta: “La Sra. Clotilde era muy buena. Ella me llevaba con las tres nenas a Buenos Aires para ayudarme con los tratamientos médicos que necesitaban las mellizas. Recuerdo que cuando llegamos, me entregó la llave del departamento y me dijo que me sintiera como en mi casa. Y era así, el departamento de Esmeralda 1252, era mi casa. Ella me decía: Ud. prepárese el equipo de mate, llévese masitas, lo que quiera y salga. Así que yo iba con mis hijas a la Plaza San Martín que estaba a dos cuadras y las nenas jugaban. Era pleno centro y en ese momento no se molestaba a nadie. Ella tenía unas galerías en la calle Santa Fé y Corrientes y el Sr. Peirano era el encargado. Un día dijo: -Hoy el auto de Peirano está a su disposición para que la lleve junto con las nenas a pasear por Buenos Aires. Así ellas conocieron la cancha de Boca, la cancha de River, el zoológico, el aeródromo, los parques… Una vez me dijo: -Dios me dará vida para cuando las melli cumplan los Quince Años; la Fiesta será en “La Porfiada” y habrá una persona atendiendo en la tranquera para que no pase cualquiera. Así era ella de buena con nosotros”.
Los esposos Bajo hablan con entusiasmo sobre su vida en La Porfiada, bajo la mirada atenta de Claudia que corrobora todo lo que sus padres relatan: “Tenemos unos recuerdos hermosos de Clotilde. De ella y de sus hijos, no importa lo que la gente diga. Todos eran muy buenos. No eran patrones, eran compañeros, de la familia. Ella cumplía años el 25 de Octubre, así que venía y lo festejaba con nosotros y después se quedaba para la yerra del 29. Estaba toda desfigurada por el ácido y tenía temor de que se burlaran de ella porque debía tomar mate con una bombilla de costadito. Era muy agradecida de todo. Venía a pasar su cumpleaños y todas las Navidades con nosotros en el campo junto con toda su familia. Venía el hijo, la nuera, las nietas Cristina y Carolina. Era una patronaza”.
Cuentan que Clotilde era muy porfiada, por eso el campo tenía ese nombre: “Cuando se le ponía una cosa no entraba en razones. Todos los días había que copiar en un cuaderno lo que se hacía y presentar los papeles a fin de semana o cuando ella llegara. Había que ser muy cuidadoso y detallista. Al principio, ella mandaba mucho y tuvimos varias agarradas, pero después siempre nos arreglábamos. Un día me mandó a ver el molino que estaba en el fondo del campo. Cuando volví me mandó de vuelta al mismo lugar pero para arreglar un alambre. Ésa fue mi primera agarrada. Así que le dije que me hiciera una lista y que me dejara organizarme porque así no iba a andar. -O es así o me voy, dije. Y dijo que sí y así fue. Trabajamos con ella más de doce años”.
Fueron muchos almuerzos, fiestas, aniversarios y cumpleaños que fueron compartidos con cordialidad y respeto. Olga afirma: “Sí, todo con mucho respeto. Al principio yo cocinaba en mi casita y después le alcanzaba la viandita y ella comía sola en su chalet. Yo quería invitarla pero no me animaba. Un 29, yo estaba haciendo ñoquis y la invité a comer en casa. Ella aceptó encantada y desde ese día nunca más comió sola. Siempre con nosotros. Y llevaba a las nenas a todos lados en un Renault 9 bordó que tenía”.
Es difícil imaginarse a Clotilde Sabattini, hija de millonarios, con gran fortuna, Presidente del Consejo Gral.de Educación, en General Alvear… Olga Capra de Bajo recuerda: “Clotilde en el campo trabajaba a la par de mi marido: andaba a caballo, en la manga, con las vacas, sacaba cardos con el fierro, ayudaba con los chancos, también con los corderos con las botas llenas de bosta… Ella andaba todo el tiempo. Ahora, ¡yo quisiera que vos la hubieras visto cuando estaba en Buenos Aires!. Era una reina. Se ponía una capelina negra para ir al Ministerio de Educación donde trabajaba. Muy linda, siempre con esos sombreros… Y ella me decía: -Y ahora Olga, ¿Qué me dice? Era una Señora muy muy buena y elegante”.
Clotilde era una mujer de mundo, rica y de gran educación. Una mujer real y sensible. La Familia Bajo no describe a una mujer de leyenda sino a una persona cariñosa, emprendedora, porfiada sí, pero pendiente del bienestar de los demás. Con una enfermedad terminal, desfigurada para siempre a pesar de las intervenciones quirúrgicas, después de una larga lucha contra la depresión y los malos recuerdos, Clotilde Sabbattini se suicidó en 1978.
Los hechos de horror y sangre tienen prensa y pasan a la historia pero como dice Jorge Barón Biza, uno de sus hijos, “quedan entre líneas los días de amor y sin historia”; esos días felices con su esposo, esos días en el campo “La Porfiada”, a caballo, con el viento que lleva los oscuros pensamientos y las tristezas hacia momentos cálidos y en paz.
En la foto: Clotilde Sabbattini con Marcela, Claudia y Atilio Bajo en “La Porfiada”, 1975
En General Alvear, muchos conocen la historia del Barón Biza. Raúl Barón Biza fue un hombre de una vida novelesca, casi una leyenda, un mito. Había nacido en 1899, hijo de los millonarios Wilfrid Barón y Catalina Biza. No tenía un título nobiliario, así era su apellido, pero él se divertía cuando lo llamaban Barón. Hasta en eso se demostraba su vida perturbada. Estanciero, rico y escritor, su vida transcurrió entre la realidad y el desatino. Sus libros publicados son muy controvertidos y tienen como eje central la muerte, el derecho a matar, la pornografía y el sexo. Se casó en primeras nupcias con Myriam Stefford, una aviadora austríaca que falleció al estrellarse su avión en Córdoba. Él, en su homenaje hizo construir un panteón monumento en Alta Gracia que sorprende por su excentricidad, ribetes y detalles de locura.
A los cuatro años de enviudar, contrajo matrimonio en 1935 con Clotilde Sabbattini de 17 años, veinte años menor que él, hija de su amigo, prestigioso médico y político radical de Córdoba Amando Sabbattini. De ese matrimonio nacieron tres hijos: Carlos, Jorge y Cristina. Los sucesos violentos se repetían en la vida de Barón Biza sumiendo en la desesperación a su familia. Finalmente, Clotilde solicita a su marido el divorcio y para ello se reúnen en su departamento junto a sus abogados. Delante de ellos, Barón Biza tira en la cara de su esposa una copa de ácido. A pesar de los esfuerzos médicos el ácido deforma manos, cara, brazos y pecho de Clotilde. Mientras ella es atendida en el Hospital, él regresa a su departamento y se suicida. Era 1964, Clotilde tenía 44 años.
Tratando de escapar de ese horror y conseguir la paz, Clotilde llega con sus hijos a General Alvear en 1970 y se instalan en “La Porfiada”, un campo de unas 300 hectáreas que compran cerca de Micheo. Allí poco a poco, y entre numerosos viajes por costosos tratamientos médicos, acompañada por la Familia de Atilio Bajo, pasa muy buenos momentos. La dura rutina cotidiana, esa soledad del campo que desespera a muchos, apaciguó su alma.
Y por eso escribo esta historia, no por el amarillismo mediático que atrae en estos días, sino para intentar salir de esas etiquetas y pensar que muchas cosas se pueden lograr con tenacidad y empeño. Cosas para los demás si no es para uno mismo, como así lo demostró Clotilde Sabbattini en su estancia en General Alvear. Casi por casualidad, me entero que Atilio Bajo y su familia fueron los encargados de cuidar y acompañar a la señora durante los últimos doce años de su vida en “La Porfiada”. Así lo cuenta Atilio: “Nosotros fuimos a trabajar con la Sra. Clotilde en 1973. Fue el mejor tiempo de mi vida. La familia Barón Biza era mi familia. Todos decían que la Sra. era loca; me decían que más de dos meses no iba a durar trabajando con ella pero estuvimos 12 años ahí; hasta que murió. Sus hijos eran igual que ella, muy buenos. Un lujo. Además del buen trato, podíamos tener animales propios, buen sueldo, porcentaje sobre ventas… Ella llegó ya viuda con sus hijos. Era mujer muy rica con propiedades en Córdoba. Pero viajaba constantemente al exterior para hacerse tratamientos a fin de curar y disimular las heridas y perdió casi toda su fortuna. Estaba meses internada. Tenía trasplantes por todos lados: la boca, las manos, los brazos, el pecho”.
Docente de vocación, durante el gobierno de Frondizi, Clotilde Sabbattini fue Presidente del Consejo Nacional de Educación. Olga Bajo cuenta: “La Sra. Clotilde era muy buena. Ella me llevaba con las tres nenas a Buenos Aires para ayudarme con los tratamientos médicos que necesitaban las mellizas. Recuerdo que cuando llegamos, me entregó la llave del departamento y me dijo que me sintiera como en mi casa. Y era así, el departamento de Esmeralda 1252, era mi casa. Ella me decía: Ud. prepárese el equipo de mate, llévese masitas, lo que quiera y salga. Así que yo iba con mis hijas a la Plaza San Martín que estaba a dos cuadras y las nenas jugaban. Era pleno centro y en ese momento no se molestaba a nadie. Ella tenía unas galerías en la calle Santa Fé y Corrientes y el Sr. Peirano era el encargado. Un día dijo: -Hoy el auto de Peirano está a su disposición para que la lleve junto con las nenas a pasear por Buenos Aires. Así ellas conocieron la cancha de Boca, la cancha de River, el zoológico, el aeródromo, los parques… Una vez me dijo: -Dios me dará vida para cuando las melli cumplan los Quince Años; la Fiesta será en “La Porfiada” y habrá una persona atendiendo en la tranquera para que no pase cualquiera. Así era ella de buena con nosotros”.
Los esposos Bajo hablan con entusiasmo sobre su vida en La Porfiada, bajo la mirada atenta de Claudia que corrobora todo lo que sus padres relatan: “Tenemos unos recuerdos hermosos de Clotilde. De ella y de sus hijos, no importa lo que la gente diga. Todos eran muy buenos. No eran patrones, eran compañeros, de la familia. Ella cumplía años el 25 de Octubre, así que venía y lo festejaba con nosotros y después se quedaba para la yerra del 29. Estaba toda desfigurada por el ácido y tenía temor de que se burlaran de ella porque debía tomar mate con una bombilla de costadito. Era muy agradecida de todo. Venía a pasar su cumpleaños y todas las Navidades con nosotros en el campo junto con toda su familia. Venía el hijo, la nuera, las nietas Cristina y Carolina. Era una patronaza”.
Cuentan que Clotilde era muy porfiada, por eso el campo tenía ese nombre: “Cuando se le ponía una cosa no entraba en razones. Todos los días había que copiar en un cuaderno lo que se hacía y presentar los papeles a fin de semana o cuando ella llegara. Había que ser muy cuidadoso y detallista. Al principio, ella mandaba mucho y tuvimos varias agarradas, pero después siempre nos arreglábamos. Un día me mandó a ver el molino que estaba en el fondo del campo. Cuando volví me mandó de vuelta al mismo lugar pero para arreglar un alambre. Ésa fue mi primera agarrada. Así que le dije que me hiciera una lista y que me dejara organizarme porque así no iba a andar. -O es así o me voy, dije. Y dijo que sí y así fue. Trabajamos con ella más de doce años”.
Fueron muchos almuerzos, fiestas, aniversarios y cumpleaños que fueron compartidos con cordialidad y respeto. Olga afirma: “Sí, todo con mucho respeto. Al principio yo cocinaba en mi casita y después le alcanzaba la viandita y ella comía sola en su chalet. Yo quería invitarla pero no me animaba. Un 29, yo estaba haciendo ñoquis y la invité a comer en casa. Ella aceptó encantada y desde ese día nunca más comió sola. Siempre con nosotros. Y llevaba a las nenas a todos lados en un Renault 9 bordó que tenía”.
Es difícil imaginarse a Clotilde Sabattini, hija de millonarios, con gran fortuna, Presidente del Consejo Gral.de Educación, en General Alvear… Olga Capra de Bajo recuerda: “Clotilde en el campo trabajaba a la par de mi marido: andaba a caballo, en la manga, con las vacas, sacaba cardos con el fierro, ayudaba con los chancos, también con los corderos con las botas llenas de bosta… Ella andaba todo el tiempo. Ahora, ¡yo quisiera que vos la hubieras visto cuando estaba en Buenos Aires!. Era una reina. Se ponía una capelina negra para ir al Ministerio de Educación donde trabajaba. Muy linda, siempre con esos sombreros… Y ella me decía: -Y ahora Olga, ¿Qué me dice? Era una Señora muy muy buena y elegante”.
Clotilde era una mujer de mundo, rica y de gran educación. Una mujer real y sensible. La Familia Bajo no describe a una mujer de leyenda sino a una persona cariñosa, emprendedora, porfiada sí, pero pendiente del bienestar de los demás. Con una enfermedad terminal, desfigurada para siempre a pesar de las intervenciones quirúrgicas, después de una larga lucha contra la depresión y los malos recuerdos, Clotilde Sabbattini se suicidó en 1978.
Los hechos de horror y sangre tienen prensa y pasan a la historia pero como dice Jorge Barón Biza, uno de sus hijos, “quedan entre líneas los días de amor y sin historia”; esos días felices con su esposo, esos días en el campo “La Porfiada”, a caballo, con el viento que lleva los oscuros pensamientos y las tristezas hacia momentos cálidos y en paz.
En la foto: Clotilde Sabbattini con Marcela, Claudia y Atilio Bajo en “La Porfiada”, 1975
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