PALABRAS DE LA DIRECTORA DE LA ESCUELA N° 1 SILVIA CAPPELLETTI. |
“Un nuevo aniversario de la creación de nuestra bandera siempre constituye una buena oportunidad para evocar la figura de su creador. Los días finales de la vida de Manuel Belgrano fueron de pobreza y olvido. En 1820, no habían pasado diez años de sus triunfos en Tucumán y Salta, pero ya nadie los recordaba.
Tan lejos habían quedado, que el gobierno olvidó pagarle al General los 40 mil pesos oro, con los que lo había premiado durante la euforia del triunfo y que, firme en sus convicciones, aquel visionario de la educación había destinado a la construcción de cuatro escuelas. Ramos Mejía, por entonces gobernador, socorrió a Belgrano con unos pesos, que resultaron escasos para pagar las deudas que acarreaba por tratar su enfermedad.
El, moribundo, pidió que se le adelantara un poco más de dinero a cuenta de las deudas que el gobierno tenía para con él, pero la Junta de representantes descartó su solicitud. Belgrano le debía dinero a los amigos que lo asistían en su ocaso, amigos que eran casi tan pobres como él. Aún padeciendo la fatiga que le causaba la hidropesía y durmiendo solo tres horas al día, puso un aviso en el diario La Estrella del Sud, ofreciéndose a “enseñar a la perfección y en poco tiempo los idiomas francés, español y latín, por sólo cuatro pesos al mes.” Su familia, había sido de las más acaudaladas de Buenos Aires, pero en la hora de su muerte, Belgrano solo contaba con su reloj de oro para pagarle al médico que lo atendía. No hubo dinero ni siquiera para el entierro. De lápida, se usó una losa de mármol blanco, trozo de la cubierta de una cómoda que había pertenecido a su madre y en la que se grabó como epitafio: “Aquí yace el general Belgrano.”
El 20 de junio de 1820, Buenos Aires tuvo tres gobernadores. El país se encontraba convulsionado por las guerras intestinas que derramaban la sangre entre hermanos y los diarios ocupaban sus columnas en ataques políticos. Un sólo diario, El Despertador Teofilantrópico dio la noticia de que ese día había muerto Belgrano. 83 años después de muerto, el 2 de Junio de 1903 se retiró la lápida que lo cubría y se extrajeron sus huesos para depositarlos en un fastuoso sarcófago encomendado al escultor italiano Ettore Ximenes. Las autoridades en pleno asistieron al acto, interesadas en participar de un homenaje a un padre de la patria. Como al pasar, el Dr. Estanislao Zeballos, en ese entonces canciller, tomó algunos de los huesos de la mano, los del carpo, y se los extendió al general Richieri -omnipotente ministro de Guerra-. Se miraron y como distraídos se los llevaron al bolsillo de sus sobretodos. Finalizado el acto, pensaron que nadie se había percatado de esta inocente toma de suvenires.
pero al día siguiente los periódicos se hicieron eco de la sustracción y obligados por la opinión pública, los devolvieron. La ingratitud dedicada a Belgrano, fue la misma que sufrieron otros ilustres: San Martín, Moreno, Favaloro, hombres que dejaron sus bienes, sus sueños y hasta su vida por hacer el bien común. Pero también pienso en los anónimos. En aquellas personas que aman a su patria y se levantan cada día a dar lo mejor de sí desde el lugar que les toca.
Esos miles que honran a éstos héroes en su cotidianidad siendo humildes, honestos, solidarios y desinteresados. Manuel Belgrano, veía esto, e Infatigable ante los obstáculos encontrados a su paso diría: “Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría a favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían el bien común. Sin embargo, me propuse echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos”. Desde mi lugar de docente, me siento interpelada, y me animó día a día a cultivar esas semillas con la misma esperanza de ver florecer en nuestra sociedad, aquellos ideales que hacen al bien común. A esta nueva generación que hoy promete fidelidad a la bandera, no debemos verla como el futuro del país. Debemos verla como el presente, el día a día también está en sus manos. No podemos decirles qué hacer, no podemos ponerle un techo a sus sueños, pero no venimos hoy a darles el ejemplo de Belgrano para que piensen que tienen que llegar a ser un prócer. Les damos el ejemplo de Belgrano para que sepan lo valioso que es ser buenos. Para que conozcan la satisfacción de hacer un bien y comprender que tiene sentido hacerlo. Hagan el bien y animen a otros a hacerlo.
Hagan el bien desinteresadamente, sin esperar recompensas, hagan el bien desde el lugar que elijan, hagan el bien aunque sea en la más mínima acción y la sociedad se los va a devolver, porque la sociedad son ustedes. Hoy quiero hacer suyas, palabras de Belgrano que me guían en mi tarea cotidiana: “El maestro procurará con su conducta, y en todas sus expresiones y modos, inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la Religión, consideración y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud, y a otras ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, desapego del interés, desprecio de todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la calidad de Americano que la de Extranjero.” Esta me parece la mejor manera de honrar a hombres como Belgrano.
El mejor tributo que le podemos hacer es honrar sus ideas, hacer florecer sus semillas. Es dejarles una idea chiquita, pero grande: sean buenos. Hoy, homenajeamos a un buen hombre.”
Tan lejos habían quedado, que el gobierno olvidó pagarle al General los 40 mil pesos oro, con los que lo había premiado durante la euforia del triunfo y que, firme en sus convicciones, aquel visionario de la educación había destinado a la construcción de cuatro escuelas. Ramos Mejía, por entonces gobernador, socorrió a Belgrano con unos pesos, que resultaron escasos para pagar las deudas que acarreaba por tratar su enfermedad.
El, moribundo, pidió que se le adelantara un poco más de dinero a cuenta de las deudas que el gobierno tenía para con él, pero la Junta de representantes descartó su solicitud. Belgrano le debía dinero a los amigos que lo asistían en su ocaso, amigos que eran casi tan pobres como él. Aún padeciendo la fatiga que le causaba la hidropesía y durmiendo solo tres horas al día, puso un aviso en el diario La Estrella del Sud, ofreciéndose a “enseñar a la perfección y en poco tiempo los idiomas francés, español y latín, por sólo cuatro pesos al mes.” Su familia, había sido de las más acaudaladas de Buenos Aires, pero en la hora de su muerte, Belgrano solo contaba con su reloj de oro para pagarle al médico que lo atendía. No hubo dinero ni siquiera para el entierro. De lápida, se usó una losa de mármol blanco, trozo de la cubierta de una cómoda que había pertenecido a su madre y en la que se grabó como epitafio: “Aquí yace el general Belgrano.”
El 20 de junio de 1820, Buenos Aires tuvo tres gobernadores. El país se encontraba convulsionado por las guerras intestinas que derramaban la sangre entre hermanos y los diarios ocupaban sus columnas en ataques políticos. Un sólo diario, El Despertador Teofilantrópico dio la noticia de que ese día había muerto Belgrano. 83 años después de muerto, el 2 de Junio de 1903 se retiró la lápida que lo cubría y se extrajeron sus huesos para depositarlos en un fastuoso sarcófago encomendado al escultor italiano Ettore Ximenes. Las autoridades en pleno asistieron al acto, interesadas en participar de un homenaje a un padre de la patria. Como al pasar, el Dr. Estanislao Zeballos, en ese entonces canciller, tomó algunos de los huesos de la mano, los del carpo, y se los extendió al general Richieri -omnipotente ministro de Guerra-. Se miraron y como distraídos se los llevaron al bolsillo de sus sobretodos. Finalizado el acto, pensaron que nadie se había percatado de esta inocente toma de suvenires.
pero al día siguiente los periódicos se hicieron eco de la sustracción y obligados por la opinión pública, los devolvieron. La ingratitud dedicada a Belgrano, fue la misma que sufrieron otros ilustres: San Martín, Moreno, Favaloro, hombres que dejaron sus bienes, sus sueños y hasta su vida por hacer el bien común. Pero también pienso en los anónimos. En aquellas personas que aman a su patria y se levantan cada día a dar lo mejor de sí desde el lugar que les toca.
Esos miles que honran a éstos héroes en su cotidianidad siendo humildes, honestos, solidarios y desinteresados. Manuel Belgrano, veía esto, e Infatigable ante los obstáculos encontrados a su paso diría: “Mi ánimo se abatió, y conocí que nada se haría a favor de las provincias por unos hombres que por sus intereses particulares posponían el bien común. Sin embargo, me propuse echar las semillas que algún día fuesen capaces de dar frutos”. Desde mi lugar de docente, me siento interpelada, y me animó día a día a cultivar esas semillas con la misma esperanza de ver florecer en nuestra sociedad, aquellos ideales que hacen al bien común. A esta nueva generación que hoy promete fidelidad a la bandera, no debemos verla como el futuro del país. Debemos verla como el presente, el día a día también está en sus manos. No podemos decirles qué hacer, no podemos ponerle un techo a sus sueños, pero no venimos hoy a darles el ejemplo de Belgrano para que piensen que tienen que llegar a ser un prócer. Les damos el ejemplo de Belgrano para que sepan lo valioso que es ser buenos. Para que conozcan la satisfacción de hacer un bien y comprender que tiene sentido hacerlo. Hagan el bien y animen a otros a hacerlo.
Hagan el bien desinteresadamente, sin esperar recompensas, hagan el bien desde el lugar que elijan, hagan el bien aunque sea en la más mínima acción y la sociedad se los va a devolver, porque la sociedad son ustedes. Hoy quiero hacer suyas, palabras de Belgrano que me guían en mi tarea cotidiana: “El maestro procurará con su conducta, y en todas sus expresiones y modos, inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la Religión, consideración y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud, y a otras ciencias, horror al vicio, inclinación al trabajo, desapego del interés, desprecio de todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional que les haga preferir el bien público al privado, y estimar en más la calidad de Americano que la de Extranjero.” Esta me parece la mejor manera de honrar a hombres como Belgrano.
El mejor tributo que le podemos hacer es honrar sus ideas, hacer florecer sus semillas. Es dejarles una idea chiquita, pero grande: sean buenos. Hoy, homenajeamos a un buen hombre.”
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