Boliche de Perico Ruiz, paraje La Morocha de General Alvear
Por Lis Solé.
Los boliches, almacenes o esquinas de campo fueron paradas obligatorias en el camino y vitales durante muchas épocas para la gente de campo. Con el despoblamiento rural, fueron cerrados y abandonados pero no es el caso del boliche de Perico que está abierto desde hace más de 70 años.
El Boliche “El sauce” de Perico Ruiz se encuentra a unos 40 kilómetros al oeste del pueblo, en el Paraje “La Morocha” y es el único de los siete boliches que había en la zona que queda abierto. Hasta los años 70 coexistían el boliche “Los Médanos” de Gravanago que después se mudó a Mamaguita, “El Tangazo” de Alliaga, “La Querencia” del campo de Mena en el paraje “Los Chúcaros”, el boliche “El Parche” y el “Cruz de Guerra” de don Lucio Zulueta que junto al Boliche de Perico, fueron el punto de reunión de generaciones.
El almacén de Perico no es solo boliche, es palabra mayor: despensa, locutorio, farmacia de turno, servicio meteorológico, atención ante cortes de luz, estación de servicio, kiosco… Lugar de encuentro durante décadas, los fines de semana la gente del barrio lo transformaba en una “romería”: los Marconi, Troppiano, Bindella, Antomarioni, Finamore, Chiappe eran los vecinos más próximos… La cantidad de gente era tanta que había servicio de colectivos: lunes, miércoles y viernes a Saladillo y martes y jueves, a Alvear. Los colectiveros eran López y después Menduiña y con ellos venia el peluquero Pica Ghilarducci desde Alvear. Ghilarducci se quedaba hasta el jueves haciendo hasta 40 cortes de pelo al día. Eran las épocas que en la Escuela 25 estaban los maestros Juan Otonello y su esposa Nidia, maestros del paraje durante 30 años…
Recuerdos caros a los sentimientos están presentes en el corazón de los que han pasado por el boliche: Javier Ardiles recuerda cuando iban con la maestra Cristina Pugni de la escuela hasta lo de Perico y él los convidaba con su infaltables Titas y Rodhesias, las mismas que ahora compra a sus hijos al pasar. Los Finamore iban a pata cortando campo con Javier y David Dicamillo a comprar golosinas. En el boliche había de todo: desde ropa hasta tornillos, herramientas, harina, azúcar, cigarrillos… “Si no lo tenía Perico no existía” cuenta Marianela Acosta en el Facebook. Paula Conde, hija de la maestra Cristina refiere que Perico era un gran colaborador de la Escuela durante los 31 años que trabajó su mamá. Hacían rifas de Canastas para las Fiestas, que en realidad eran fuentones de cinc que Perico se encargaba de entregar en persona a los beneficiados distraídos. Parada obligada para todos… hasta para los pescadores al Vallimanca que toman algo al paso mientras intercambian pareceres.
Con nostalgia, Perico cuenta que antes llegaban hasta la despensa los viajantes de Terrabusi, Alpargatas, Molinos del Plata que levantaban pedidos de mercaderías que eran enviadas por tren hasta San Enrique o a Saladillo; él o sus empleados las iban a buscar con un tractorcito y acoplado llevando cajones de huevos y animales hasta la estación de trenes para vender en el Mercado Central de Bs As. En una época se compraba y vendían muchos cueros de liebre o zorro, de nutria, perdices o plumas de avestruz: el almacén acopiaba y los barraqueros de Alvear, Saladillo o San Enrique los iban a buscar.
Hasta casi los 70, frente del boliche pasaban los arreos con cientos de animales que se quedaban a pasar la noche en la calle ahí nomás con los caballos… Eran épocas de los capataces de tropa como Thompson, Buduba, Reyna… A partir de 1987, el almacén tiene teléfono público. Antes, un teléfono monocanal, con cabina privada, ahora un teléfono eléctrico que se usa poco por la difusión de los celulares pero, como el almacén tiene una antena receptora, igual para la gente porque ahí hay señal.
El boliche original era de Juan Bavestrello, un rancho largo, de barro, que aún está de pie atrás del nuevo boliche: contaba con carnicería, galpón, cocina, piezas y el salón del boliche. La carnicería trabajaba toda la semana: lo sábados, cuando Perico debía encargarse de su campo, Troppiano era el que hacía el reparto de la carne por las casas del Paraje. Perico se ocupaba personalmente de la carnicería con la ayuda de sus empleados: Humberto Antomarioni y Aldo Troppiano. Era un trabajo difícil si recordamos que no había sierra eléctrica y los cortes había que hacerlos con sierra de mano y cuchilla.
En el salón principal se reunían los hombres los fines de semana a jugar a las cartas (truco, mouse), a la pelota o a las bochas mientras se tomaban un vino. No se jugaba por plata ni al cacharro. A veces, algún paisano “encañado” empezaba a los tiros. En esos años vestirse para ir al boliche era también calzarse un arma. Se usaba llevar siempre algún revólver y cuando las cosas se ponían feas empezaban a tirar tiros, pero siempre al aire porque nadie recuerda ningún herido. En 1963, Perico construye el boliche actual adelante del original. Tanto uno como el otro tienen una bomba de agua que caracteriza el lugar: la bomba está instalada en el mostrador con una pileta y un fuentón para lavar las copas del boliche. Se tomaba cerveza Quilmes o Palermo pero también bebidas fuertes como la ginebra, whisky doble V y esperidina.
Perico está allí desde el 22 de marzo de 1954 cuando llegó con 16 años. Durante 63 años ha vivido en el lugar transformándose en historia viva, representante de la idiosincrasia de General Alvear… Miles de personas que han pasado por la despensa conservan en sus memorias anécdotas y recuerdos de corazón, resaltando la sonrisa bonachona de su dueño, su buena disposición y amabilidad.
Como dijo Martín Antomarioni, vecino del barrio, Perico Ruiz y su boliche traen a la memoria “…infinidades de recuerdos que llenan el alma de una felicidad inigualable”.
Nota: Agradezco especialmente a Aldo Troppiano y su Sra. María Isabel “Pichona” Copla y a los amigos del Facebook Patrimonio Histórico de General Alvear que con sus comentarios y anécdotas enriquecieron esta nota.
El almacén de Perico no es solo boliche, es palabra mayor: despensa, locutorio, farmacia de turno, servicio meteorológico, atención ante cortes de luz, estación de servicio, kiosco… Lugar de encuentro durante décadas, los fines de semana la gente del barrio lo transformaba en una “romería”: los Marconi, Troppiano, Bindella, Antomarioni, Finamore, Chiappe eran los vecinos más próximos… La cantidad de gente era tanta que había servicio de colectivos: lunes, miércoles y viernes a Saladillo y martes y jueves, a Alvear. Los colectiveros eran López y después Menduiña y con ellos venia el peluquero Pica Ghilarducci desde Alvear. Ghilarducci se quedaba hasta el jueves haciendo hasta 40 cortes de pelo al día. Eran las épocas que en la Escuela 25 estaban los maestros Juan Otonello y su esposa Nidia, maestros del paraje durante 30 años…
Recuerdos caros a los sentimientos están presentes en el corazón de los que han pasado por el boliche: Javier Ardiles recuerda cuando iban con la maestra Cristina Pugni de la escuela hasta lo de Perico y él los convidaba con su infaltables Titas y Rodhesias, las mismas que ahora compra a sus hijos al pasar. Los Finamore iban a pata cortando campo con Javier y David Dicamillo a comprar golosinas. En el boliche había de todo: desde ropa hasta tornillos, herramientas, harina, azúcar, cigarrillos… “Si no lo tenía Perico no existía” cuenta Marianela Acosta en el Facebook. Paula Conde, hija de la maestra Cristina refiere que Perico era un gran colaborador de la Escuela durante los 31 años que trabajó su mamá. Hacían rifas de Canastas para las Fiestas, que en realidad eran fuentones de cinc que Perico se encargaba de entregar en persona a los beneficiados distraídos. Parada obligada para todos… hasta para los pescadores al Vallimanca que toman algo al paso mientras intercambian pareceres.
Con nostalgia, Perico cuenta que antes llegaban hasta la despensa los viajantes de Terrabusi, Alpargatas, Molinos del Plata que levantaban pedidos de mercaderías que eran enviadas por tren hasta San Enrique o a Saladillo; él o sus empleados las iban a buscar con un tractorcito y acoplado llevando cajones de huevos y animales hasta la estación de trenes para vender en el Mercado Central de Bs As. En una época se compraba y vendían muchos cueros de liebre o zorro, de nutria, perdices o plumas de avestruz: el almacén acopiaba y los barraqueros de Alvear, Saladillo o San Enrique los iban a buscar.
Hasta casi los 70, frente del boliche pasaban los arreos con cientos de animales que se quedaban a pasar la noche en la calle ahí nomás con los caballos… Eran épocas de los capataces de tropa como Thompson, Buduba, Reyna… A partir de 1987, el almacén tiene teléfono público. Antes, un teléfono monocanal, con cabina privada, ahora un teléfono eléctrico que se usa poco por la difusión de los celulares pero, como el almacén tiene una antena receptora, igual para la gente porque ahí hay señal.
El boliche original era de Juan Bavestrello, un rancho largo, de barro, que aún está de pie atrás del nuevo boliche: contaba con carnicería, galpón, cocina, piezas y el salón del boliche. La carnicería trabajaba toda la semana: lo sábados, cuando Perico debía encargarse de su campo, Troppiano era el que hacía el reparto de la carne por las casas del Paraje. Perico se ocupaba personalmente de la carnicería con la ayuda de sus empleados: Humberto Antomarioni y Aldo Troppiano. Era un trabajo difícil si recordamos que no había sierra eléctrica y los cortes había que hacerlos con sierra de mano y cuchilla.
En el salón principal se reunían los hombres los fines de semana a jugar a las cartas (truco, mouse), a la pelota o a las bochas mientras se tomaban un vino. No se jugaba por plata ni al cacharro. A veces, algún paisano “encañado” empezaba a los tiros. En esos años vestirse para ir al boliche era también calzarse un arma. Se usaba llevar siempre algún revólver y cuando las cosas se ponían feas empezaban a tirar tiros, pero siempre al aire porque nadie recuerda ningún herido. En 1963, Perico construye el boliche actual adelante del original. Tanto uno como el otro tienen una bomba de agua que caracteriza el lugar: la bomba está instalada en el mostrador con una pileta y un fuentón para lavar las copas del boliche. Se tomaba cerveza Quilmes o Palermo pero también bebidas fuertes como la ginebra, whisky doble V y esperidina.
Perico está allí desde el 22 de marzo de 1954 cuando llegó con 16 años. Durante 63 años ha vivido en el lugar transformándose en historia viva, representante de la idiosincrasia de General Alvear… Miles de personas que han pasado por la despensa conservan en sus memorias anécdotas y recuerdos de corazón, resaltando la sonrisa bonachona de su dueño, su buena disposición y amabilidad.
Como dijo Martín Antomarioni, vecino del barrio, Perico Ruiz y su boliche traen a la memoria “…infinidades de recuerdos que llenan el alma de una felicidad inigualable”.
Nota: Agradezco especialmente a Aldo Troppiano y su Sra. María Isabel “Pichona” Copla y a los amigos del Facebook Patrimonio Histórico de General Alvear que con sus comentarios y anécdotas enriquecieron esta nota.
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