7/3/17

Siempre Mujeres

Mujeres Iocco-Sorgini… Familias Mocchi, Rozzi, Solé, Policani, Pinciroli y Fittipaldi de General Alvear.
Por Liz Solé
 
Mujeres… Mujeres en los todos los tiempos, con pasado, presente y           mucho más futuro. Como en casi todos los lugares, en General Alvear               su papel ha estado en un segundo plano y llevaron una vida complicada           y nada sencilla para seguir adelante pues el sistema patriarcal limitó su           trabajo al hogar. Sin embargo, fueron y serán el sostén y guía de                 muchas familias.
La abuela Lucía, en realidad mi bisabuela paterna, nació en Italia, en               1869 en Orsogna, Chieti, un pueblito precioso situado frente al mar           Adriático… La abuela seguramente escuchaba el mar cerquita entre los         cantos en italiano de su mamá María Antonietta Garigliani. Del otro lado,           por el oeste, veía las altas montañas cubiertas de nieve. Se casa con           Antonio Iocco y tienen dos hijas pequeñas, pero la situación cada vez                 es más complicada en Italia.
A pesar del hermoso paisaje, de la gran familia, como muchos italianos               la pareja debe dejar su país. Familia de agricultores, la producción de las chacras no alcanzaba para vivir y el hambre y las enfermedades eran         muchas. Casi desesperados, debieron subirse a los barcos y partir hacia Sudamérica en busca de comida y trabajo digno. Seguramente fue difícil animarse a llegar a la Argentina sin dinero ni comodidades, con otro           idioma y costumbres, pero donde la vida parecía tener valor.
El matrimonio decide separarse: primero viene Antonio, más tarde, su       esposa, Lucía, en 1899. Con 30 años, madre ya de dos niñas, Serafina                 de tres y María Dominga recién nacida, viaja en barco. Parte del Puerto               de Pescara, ahí cerquita de Chieti. Contaba su nieto Rubén Pinciroli que             el viaje fue largo (más de un mes estaban arriba de los barcos cruzando               el Atlántico) y la inseguridad mucha: Lucía mantenía a sus hijas de la             mano por temor a que se las robaran.
Por fin, llega a Buenos Aires el 31 de julio de 1899 sin las maletas que desaparecen misteriosamente en el puerto. El matrimonio Iocco-Sorgini               se instala en General Alvear, en la quinta de Luis Moya situada en la calle Belgrano, donde construyen una casa alta encima de una loma, enfrente           de la actual pista de ciclismo, con una laguna a un lado y un monte grande         del otro, que estuvo hasta hace poco (ahora construyen ahí un       supermercado). Antonio se dedica a la chacra y a la quinta, ejerciendo                 el oficio que registra en Inmigraciones y que trae de su lejana Italia:       verdulero. La vida transcurre.
Nace en Alvear la primera nena argentina, en 1905, Filomena “Minucha”         Iocco, que contrae matrimonio con Federico Policani. Viven en una         propiedad ubicada al norte del pueblo, cerca de la familia de Linos         González. Durante años se ocupa de la quinta con la que abastecía de       verduras al pueblo con su sulki. Uno de los ocho hijos de “Minucha”,               Abel Policani, recordaba cuando esperaba a su padre con la tranquera         abierta cuando venía del reparto.
Al año siguiente, en 1906, cuando Lucía tenía 37 años, nace mi abuela               María Iocco, esposa de Fermín Solé, hijo del lechero catalán don Pedro Solé. María y Fermín trabajan denodadamente en el tambo. María, a pesar de tener siete hijos, se levanta temprano todas las mañanas y sale a las cuatro de la madrugada a ordeñar las vacas, leche que su marido repartirá durante años       a caballo y carro por el pueblo.
Tres hijas más tendrá Lucía: Concepción, Adelina y María Dominga. Concepción, conocida por todos como “Cheta”, nació en 1911, y contrae matrimonio con Romeo Pinciroli, herrero artesanal nacido en Lobos,         empleado del ferrocarril, fogonero y mecánico de locomotoras. Uno de           sus hijos, Níver, comienza a trabajar en la sodería de su tío Floro, en 1949,       “sólo para probar” pero continúa con la Empresa Fittipaldi hasta nuestros         días junto a su prima Edith Fittipaldi.
Floro Fittipaldi, que ya tenía desde 1896 una sodería, algo muy novedoso           para la época, contrae matrimonio con la sexta de las hermanas Iocco               Sorgini, Adelina, la “Lelo” como todos la llamaban. En los años 20, Floro Fittipaldi es representante de la recordada gaseosa “Bolita”, la cerveza       Quilmes y la Naranja “Bitz”. Vivían enfrente de la sodería que en un           principio estaba en Pellegrini y Alsina, y que ahora aún se encuentra en Pellegrini y Lavalle, siendo el negocio de más antigüedad del pueblo.
Serafina, la mayor, que lleva por supuesto el nombre de su abuela             Serafina Mastricola, se casa con Pedro Mocchi y se va de Alvear a San         Justo, Buenos Aires, donde tiene seis hijos y es la única que deja el pueblo.
Dominga, la segunda de las hermanas, se casa con Enrique Cayetano           Rozzi Corridone, italiano, que llega con 14 años a Argentina en 1908 y se         casa ahí nomás, a los 19 años con Dominga; ocho hijos nacen en General Alvear de esta pareja. Viven en una quinta grande que iba desde la calle Hernández hasta la calle Piñeyro, donde actualmente está la casa de           Carlitos Cordido y el barrio nuevo. Allí había un huerto con frutales y           quinta de verduras que vendía don Enrique Rozzi en el pueblo haciendo       reparto puerta a puerta.
Los últimos años, Lucía queda viuda y vive, bien en la casa de su hija Concepción en la calle Irigoyen, entre Belgrano y Gutiérrez (una casa           grande que aún está en pie y que fue construida por Romeo Pinciroli),               bien en la casa de Adelina, otra de sus hijas. De tarde en tarde, visitaba               a su hija María de Solé y se sentaba en la galería de La Tapera a tomar             mate dulce, con mucha azúcar como a ella le gustaba, junto a su nieto             más chico, Rodolfo Solé.
Seis mujeres tuvo la abuela Lucía, los siete amores de don Antonio               Iocco. Llegaron a General Alvear para armar y mantener a la familia             “unita”, en un país de italianos que hablaban español como decía                   Jorge Luis Borges.
Apellidos que se escuchan en Alvear y descienden de estas seis mujeres: Mocchi, Iocco, Rozzi, Severino, Delía, Mengarelli, Villamarín, Policani, Lavin, Solé, Almeira, Manganiello, Illescas, Fortain, Cartilucci, Gnessi, Pincirolli, Quintana, Márquez, Fittipaldi, Pavioni, Carlomagno, de la Fuente, Alari, Marcos, Spagnuolo, Sivero, Trillini, Ortiz… Impresionante descendencia que Antonio y Lucía no podrían haber imaginado jamás. Mujeres duras, con miradas firmes, muy recias y de rostros castigados... Sus rasgos parecen cansados y sus sonrisas suavemente dibujadas. Mujeres trabajadoras acompañando a sus maridos en las quintas o en el tambo, o divorciadas y con 8 hijos, cuidando solas a su numerosa familia en aquellos tiempos donde nada se podía comprar… Mujeres impecables, mujeres altivas, mujeres ejemplo… Mujeres orgullosas de serlo.
En la imagen: Lucía Sorgini de Iocco con sus hijas: De izquierda a derecha: Dominga Iocco de Rozzi, Serafina Iocco de Mocchi, Lucía Sorgini, Filomena Iocco de Policani, María Iocco de Solé, Concepción “Cheta” Iocco de Pinciroli y Adelina “Lelo” de Fittipaldi.
Agradezco a Ezequiel Quintana, Guillermina Pinciroli, Liliana Policani... y especialmente a papá, Rodolfo Solé, por conseguir la foto y compartir sus recuerdos. ¡Muchas gracias Papá!

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