Alain Villamarín, un medallista mundial que sueña con ser campeón paralímpico
“En Londres les cerramos la boca a muchos”, dice el Jóven Atleta.Con apenas 20 años y un puñado de temporadas en el alto rendimiento, el atleta de General Alvear fue medalla de bronce en salto triple en el Mundial de Atletismo Adaptado de Londres.
Cuenta cómo es vivir lejos de su familia para cumplir sus deseos “trabajando y luchando por ellos” y le hace frente a la falta de apoyo, las críticas y los prejuicios: “En Londres le cerramos la boca a muchos”.
La pregunta es inevitable: ¿Alén o Alaín? “Alaín”. Con tilde en la í. O Alán, también. Lo concreto es que se escribe Alain, como Delon. ¿Francés o vasco? No sabe, no contesta. Alain Villamarín no conoce el origen de su nombre, pero tiene en claro cosas más importantes. Sabe que para lograr metas, hay que trabajar todos los días. Que el mejor remedio contra los prejuicios es hacer oídos sordos. Y que una máxima conduce a un destino deseado: “Cada cual sabe hasta dónde quiere llegar”.
Alain tiene 20 años y una medalla mundial colgada en el pecho. Hace un mes, se quedó con el bronce en el Mundial de Atletismo Adaptado disputado en Londres. Allí logró el récord sudamericano en salto triple T20 (para atletas con alguna discapacidad intelectual), disciplina que practica hace solo siete meses. Con un puñado de temporadas dedicadas al alto rendimiento, dejó su General Alvear natal para vivir en el Cenard y mejorarse a sí mismo cada día. En el horizonte, el sueño mayor: “Me gustaría ser campeón paralímpico”.
El camino a una medalla es mucho más largo que un salto de longitud de media docena de metros. Lo sabe. Los buenos resultados casi siempre vienen precedidos por frustraciones. “Muchas veces me han tratado de mal deportista”, le cuenta a Cinco Anillos en el patio de su casa - literalmente-. “Mi entrenadora les decía que un deportista no se hace en un año, pero viste cómo es el deporte argentino”, dice con cierto recelo. A las críticas y prejuicios les contesta con esfuerzo y paciencia. Pero también con palabras. “En Londres le cerramos la boca a muchos”.
AMBICIONES DE PERFECCIÓN
Los inicios de Alain se hallan en General Alvear, a más de 200 kilómetros de su hogar actual, donde vive lejos de su familia. “Mi viejo trabaja en el campo, mi mamá en una casa de mucama y mis hermanos trabajan en la ciudad”, dice quien disfruta de la vida porteña, aunque en un futuro piensa en volver a sus pagos: “El día de mañana me gustaría que mis hijos crezcan ahí, es más tranquilo”.
Al atletismo llegó, como ocurre casi siempre en el deporte -y en la vida-, de casualidad. “Con el colegio íbamos a los Bonaerenses y un profe de Saladillo iba tres veces por semana a darnos clases. No entrenábamos atletismo, hacíamos básquet, un poco de todo. Él me anotó en 100 metros en 2009 y ahí salí primero”, recuerda Villamarín sobre sus primeros pasos en el mundo de la velocidad, aunque para los saltos habría que esperar. “Pasaron como tres años y un día trotando con mi hermana veo a un profe que estaba entrenando un par de chicos y le pregunté si me podía anotar. Me probó en salto en largo y quedé”. Tan simple como eso.
Más que su capacidad para saltar o su lucidez para describir sensaciones, lo que hay que envidiarle a Alain es la memoria. Recuerda a la perfección cada competencia en la que participó y revive alegrías y frustraciones mientras las rememora. “El primer torneo fue un nacional en el Cenard, en 2013. Venía re triste porque me estaba yendo mal en los entrenamientos, y al fin y al cabo vengo acá y me va bien, mejoro marca. Me fui re contento. Ese mismo año tuve los Bonaerenses y los Evita, en los que salí primero y segundo”, enumera.
En 2015 conoció a Camila, su entrenadora desde entonces, y en marzo de 2016 se mudó a las instalaciones del Cenard. “Yo quería seguir avanzando, si me quedaba allá era ir a un nacional y ya está. No iba a salir afuera del país”. En su ciudad muy bien no cayó la buena nueva, aunque su familia lo apoyó. Y se lo puso bastante fácil: “Me dijeron: andate para allá, si no te pones a trabajar”.
La decisión le cambió la vida. Hoy respira deporte en todo momento y disfruta del trabajo diario. “Me encanta estar acá. Me gusta porque es lo que yo amo, para mí esto es lo mejor. Muchos vienen la primera semana y después se hartan, yo nunca me canso. Si me voy de acá, sé que no voy a avanzar. Desde que estoy acá noto una evolución”, explica mientras derrocha elogios para su entrenadora y su preparador físico: “Los dos me tienen cortito, pero si no te tienen así es muy difícil”. Él, sin embargo, no le hace asco al esfuerzo; al contrario, lo busca. “Odio no entrenar. Si un día no me entreno, ya me estoy quejando”.
A su equipo de trabajo en lo técnico, estratégico y físico, le suma laburo en lo mental, parte fundamental y no siempre ponderada por los deportistas de alto rendimiento, a la que arribó por una fatalidad. “El año pasado no estaba muy bien porque falleció mi abuela”, recuerda. “Por más que entrenaba muy duro, mi cabeza estaba en otro lado. Ahí me di cuenta que la cabeza era muy importante y empecé a ir con psicóloga y sigo para seguir mejorando”.
Las ambiciones de perfección pueden con él y, si bien los resultados recientes lo acompañan, sabe que el proceso es largo y el camino a la gloria está repleto de altibajos. “Siempre me quiero superar, pero ya me hicieron entender que no me voy a superar en cada torneo. A veces mi entrenadora me reta, me dice que tengo que ir a visitar mi ciudad más seguido. Pero si estoy acá es para hacer lo mejor”.
LONDRES LLAMA
En febrero de este año, Alain se lesionó los ligamentos del tobillo izquierdo haciendo saltabilidad. Con el mundial a la vuelta de la esquina, una operación lo dejaría fuera del máximo objetivo de la temporada. Pasó tres semanas en cama sin moverse y un mes y medio con bota y muletas, pero no bajó los brazos: “Arranqué la rehabilitación acá, ni me fui a casa. Al mes de la lesión empecé gimnasio y fortalecimiento del tobillo”. Sin terminar la pretemporada, hizo la marca mínima de seis metros para poder entrar al Mundial y fue seleccionado para integrar la delegación.
Llegó a Londres con ilusiones de un diploma en largo y una medalla en triple, disciplina en la que comenzó a trabajar con su entrenadora en esta temporada, justo cuando se lesionó. En el primer salto, de 12,25 metros, ya se había mejorado a sí mismo. “Estaba contento porque había superado mi marca. Uno de los españoles me decía que iba a salir tercero, detrás de él”, recuerda en tono risueño. “Yo me cagaba de risa”.
Lo más notable de su actuación fue su progresión. En el segundo salto mejoró dos centímetros; en el tercero, dos más. En el cuarto, le sumó 14 centímetros al tablero. En el quinto, para no ser menos, estiró más el metro y firmó 12,57m, récord personal y sudamericano. Con el bronce asegurado, en el último intento fue por todo: “Venía regalando como 15 centímetros en la tabla y mi entrenadora me dijo que acercara un poco más la marca. Y le metí nulo”.
El entrenamiento es fundamental. La técnica es elemental. La cabeza es esencial. Pero Alain añade otro ingrediente al puchero del éxito: la confianza. “Estaba confiado. En algunas competencias tenés que entrar medio canchero, porque si entras tímido te pueden empezar a trabajar los nervios”, explica. Eso, dice, fue lo que se le vino en contra en el largo, en el que quedó 12º y lejos de sus marcas. “En el largo entré raro, un poco nervioso. Estaba para mucho más y por dentro me dio bronca”. Eso, dice también, le permitió anticiparle al profe de Yani Martinez -la rosarina campeona paralímpica y medallista mundial-, con quien compartió habitación, que iba a subirse al podio. “Le digo, profe: si me va bien, puedo rescatar la de bronce”.
De Londres le queda la medalla, una sonrisa permanente de oreja a oreja y el recuerdo constante de un día inolvidable: “El momento más lindo fue estar compitiendo en el estadio. Nunca había competido ante tanta gente. Había un grupito de nenitos que me gritaban y cuando terminé de competir querían que les firmara. Fue la mejora experiencia de todas”.
PREJUICIOS
“Muchas veces me han tratado de mal deportista. Mi entrenadora les decía que un deportista no se hace en un año, pero viste cómo es el deporte argentino. En Londres les cerramos la boca a muchos”.
La frase, sacada de contexto, podría sonar altanera y revanchista. Pero Alain, a pesar de que para conseguir sus metas debe volar en la caja, tiene los pies firmes en la tierra. Los resultados no vienen de un día para el otro y tiene en claro que debe sudar para acercarse cada día un poquito más a la meta: “Yo para llegar lejos tengo que trabajar mucho, pero prefiero ser así que una persona explosiva con talento que termina entrenándose poco porque no le cuesta”.
Cuenta con una beca de la Secretaría de Deportes y aportes de su municipio, aunque el Enard, por ahora, le dijo que no. La prueba en la que sacó medalla en Londres no está en el programa de los Juegos Paralímpicos. Sí está el largo, aunque allí no obtuvo hasta el momento los resultados para ingresar en el plan. De todos modos, psicóloga mediante, se enfoca en pensamientos positivos. “Para qué hacerme mala sangre. A veces te da bronca, pero qué vas a hacer. Te dijeron que no y es no. Tenés que seguir adelante, sino después no hay recompensa”.
Aun en tiempos de un flujo mayor, la falta de recursos en el deporte es siempre un obstáculo difícil de superar. El próximo año, Villamarín tiene como objetivo el mundial bajo techo, pero por ahora no cuenta con apoyo para viajar. Mientras tanto, recauda para cubrir gastos, como hizo para el mundial de Tailandia al que viajó con ayuda de su municipio y ahorros. Y envidia a sus colegas internacionales. “En otros países te valoran mucho más. Hablo siempre con los españoles y portugueses. A ellos con una medalla de INAS (Federación Internacional de Deportes para Personas con Discapacidad Intelectual, por sus siglas en inglés) les dan becas y a nosotros no”.
Con un futuro en su ciudad y ligado a la enseñanza de su deporte, el objetivo final para su carrera deportiva lo tiene claro: “Me gustaría ser campeón paralímpico”. Y algo más, una caricia al alma: “Que me valoren un poco más acá”.
Dice Google que Alain no es de origen francés ni vasco, sino germánico derivado del celta. Significa de noble armonía y alegría. Alain dice que no sabe de eso, pero sí de otra cosa: “Me gustaría cumplir mis deseos trabajando y luchando por ellos. Y si quiero cumplir eso me tendré que romper el lomo para hacerlo”.
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