30/5/18

Almacén de Ramos Generales de Depietri Hnos.

General Alvear.
Por Lis Solé
Cuando se creó el pueblo en 1855, el poblado  fue creciendo de a poquito          y a los ponchazos, casi siempre como todos los pueblos, a la buena de            Dios y con la fortaleza de los vecinos. Las casas eran pocas alrededor                de la plaza con una pequeña capilla, el Juzgado de Paz, el siempre          presente almacén de Ramos Generales y algunas fondas.
Todo cambió en 1897 con la llegada del Ferrocarril: el pueblo  tuvo que            dar vuelta, mirar hacia el oeste y andar por esa calle Mitre casi vacía que          iba hacia la estación.
Don PEDRO ORELLA ya había construido la casa que fue del Dr.          Bernardino Althabe donde vivía con su esposa María Salomé Villaverde.      Viendo las nuevas perspectivas que ofrecía el ferrocarril, construye          enfrente de la estación un LOCAL de 11X48 metros destinado a negocio          que termina de construir en 1914 y al lado, una CASA muy alta, con          muchas habitaciones y galerías tal como lo demandaba su numerosa          familia.
La construcción era simple y fuerte y se mantiene incorruptible a pesar              de tener más de 100 años: las paredes son de ladrillo cocido de 40      centímetros de espesor con paredes que llegan a los 5 metros de altura.      Tienen un cielorraso de ladrillos tejuela montados planos sobre una        estructura de vigas de pinotea y por encima, la chapa de cinc.
Como toda casa de la época, por sobre la altura del techo, la pared se        prolonga en una carga que termina en unas columnas muy delicadas              que rematan las cornisas y que le dan un aire señorial inimitable y el            marco tan característico de la calle Mitre.
Don PEDRO ORELLA se muda con su Sra. MARÍA SALOMÉ VILLAVERDE             a la Casa alternando sus estancias en el pueblo, en el campo La Salomé          del Paraje El Chumbeao, o en la Capital Federal. En la CASA nacen gran        parte de sus once hijos y es el lugar de encuentro de la gran Familia              Orella y muchos de los nietos de don Pedro que también nacieron allí tal        cual recuerda don Hernán Molinari, lugar donde crecieron y se reunieron durante muchos años.
Don Pedro Orella, fallece en 1933  y una de sus hijas, Silvana Araceli Purificación Orella de Fernández Campón, hereda la casa de familia actualmente propiedad de Rodrigo De Lóizaga y otro de sus hijos,          PAULINO ALBANO conocido como PERICO, hereda el ALMACÉN.
Perico Orella como lo llaman familiarmente, se ocupa del Almacén, no                se sabe bien si como propietario o como locador del mismo. Cuentan      historias de vecinos que se reunían en el gran almacén a jugar las                cartas a pesar de las frías tardes hasta que un día Perico se enferma de pulmonía y fallece. Ya desde hacía mucho tiempo, trabajaba en el              almacén don EMILIO SEGUNDO DEPIETRI quién le compra a don                Perico las llaves del Negocio y a Silvana Araceli, la CASA donde se            instala con su Sra. Berta Leinenn.
Don Emilio, adquiere definitivamente la CASA en 1945 cuando tenía                    38 años, justo cuando nace una de sus hijas, “POCHI” DEPIETRI, y            continúa con el almacén como inquilino.
El Almacén era una empresa familiar: en él trabajaba Emilio con su          hermano JUAN y sus hijos JUANCITO y HÉCTOR (hijo de Emilio) y toda            la familia lista para reemplazar a quien no podía estar en el trabajo.  Don PERICO ESNAOLA fue un empleado fijo durante muchos años igual que AMADEO JOSÉ LUISI que trabajó en el Almacén hasta que se jubiló.
El “escribiente” hasta el cierre del local fue JOSÉ DERQUI CULLACIATTI      quién se ocupó de la contaduría del almacén, haciendo números y los          libros de Caja en el escritorio ubicado en la segunda ventana sobre la            calle Mitre y que se comunicaba por la galería con el resto de la Casa.                En el escritorio, además de los libros y muebles, estaba una vieja Caja      Fuerte, enorme, imposible de transportar por su peso.
En la vereda, en la esquina en ochava de Mitre y 9 de Julio se encontraba          el infaltable Surtidor de Combustible. Era alto y delgado con una gran          estrella en la punta, símbolo de los combustibles Texaco. Dándole a una manivela de izquierda a derecha se subía el combustible desde la              cisterna a unos recipientes de vidrio que estaban en la parte superior, por donde se podía ver el color rosado característico del kerosene a la vez              que la cantidad requerida que se trasvasaba a los tanques de los clientes        con una manguera con pistola muy parecida a las actuales.
El Almacén era un lujo para los ojos: además de los carteles de chapa        pintada de Naranja Crush, de Fernet Branca o Puloil, así como los de combustible o Café que tenía en el frente, en cuanto se entraba se veía              un gran mostrador de madera en L con muchas estanterías abarrotadas            de mercaderías que cubrían las paredes. A la derecha, la Ferretería; a la izquierda, el almacén que terminaba al fondo con el expendio de bebidas            y unas mesitas para despuntar el vicio, jugar a las cartas y tomarse unos    vinos.
Tal como los supermercados actuales, en el almacén se vendía de todo:      desde alimentos en todas sus formas hasta artículos de ferretería, tienda, ropas, cristalería, librería, zapatería, máquinas de coser, armas y pólvora        para hacer cartuchos, botas o aperos. En fin, lo que se necesitara. En el almacén también había pasto y bolsas de semillas, leña, todo lo que            hiciera falta para un mes en las chacras. La gente  sacaba la mercadería          con “libreta” y lo pagaba a fin de mes sin ninguna otra constancia o            pagaré.
En la esquina, en la L del gran mostrador, estaba la Caja registradora,          grande y brillante y al lado, la caramelera de vidrio con caramelos y            dulces, cerca de las galletitas en cajas de lata con un ojo de vidrio            redondo para que se vieran las masitas y la infaltable campana de vidrio        para los quesos. Los chicos de las Escuela N°161 que estaba en ese        momento en la esquina de enfrente hoy CORSA, actualmente Escuela                N° 24, se cruzaban al Almacén para comprar las galletitas Manon o        caramelos masticables.
Pan, azúcar, yerba, harina, fideos y galletitas se compraban “al peso”.                La mercadería estaba en unos cajones de madera con tapa detrás del mostrador y se sacaba con unas cucharas grandes para pesarla en una    balanza de dos platillos con pesas chicas, para poder vender gramos o      pocos kilos que se daban envueltos en papel de estrasa.
En la primera pieza después del bar, estaban los barriles de vino tinto,          rosado o blanco con una canillita para llenar las damajuanas o servir                  en vasos para los que venían a comer algo o conversar un rato.                Clientes seguros eran los catangos y los changarines del ferrocarril                que chistaban al mediodía desde las vías al almacenero para que les        enviara con “Pochi” vino y sánguches.
En la pieza siguiente sobre la calle 9 de Julio, estaban las bolsas de            fideos, azúcar fina o aterronada, harina al por mayor y más allá, una          balanza grande donde se pesaban las papas y las verduras colocando                las bolsas sobre el pie de metal, al resguardo de una  gran galería que comunicaba al almacén con la casa y permitía trabajar aunque lloviera.
Con su buen humor y haciendo chanzas constantemente, don Emilio            hacía clientes y amigos, dando fiado con total confianza en épocas en        donde la palabra era lo más importante,  llevando a la gente hasta los      campos en su propio auto aun cuando venían en el tren de la noche.
El Almacén era la base de operaciones: venir del campo o bajarse del              tren y pasar directamente por el negocio; comprar la mercadería,            enterarse de las últimas noticias del pueblo, cobrar los frutos del país              que se habían mandado a vender a Bs As (huevos, gallinas, patos,            gansos), retirar la correspondencia que guardaba celosamente el        almacenero en la Caja Fuerte para después, volver a sus casas.
Como todo gran almacén, tenía un portón grande atrás por donde se        entraba a la cuadra con los carros del reparto o las chatas con            mercaderías del campo que luego se enviaban por tren a Bs As. Ahí,                  los que venían en sulky soltaban los caballos o Perico Esnaola dejaba                el caballo del carro de reparto después de hacer los domicilios,            recorriendo el pueblo colmado de bolsas y cajas, damajuanas, cajones                y botellas.
Cuando fallece don Emilio en 1964 su esposa Berta y su hijo Juan          siguieron con el almacén, pero no era lo mismo. Al poco tiempo Héctor              se independizó y Juancito hizo otras sociedades. Berta entonces, hace              un prolijo Inventario y vende la llave del negocio a Abel Brancatti      entregándole almacén completo con mercadería y muebles.
Poco más de un año estuvo Abel y después, cerró.
Ya no se volvió a abrir el Almacén de Depietri. No se escuchó más el                ruido de la puerta ni el crujir de los pisos movedizos de pinotea, ni los          gritos de los chicos entrando por caramelos cuadrados de dulce de              leche.
Apoyado en el mostrador entre las estanterías repletas de cosas de            campo, con la sonrisa fácil y el chiste preciso, aún se puede recordar a            don Emilio.
Historias de almacenes que fueron presente y futuro de muchas familias.
Historias de familias que merecen ser contadas porque son parte de                toda la comunidad.

Nota: Participaron en la construcción de esta nota: Pochi Depietri, Isolina Restagno de Pérez, Juanjo Depietri, Mario Garabaventa, Hernán Molinari, Manuel Orella, Salomé Marcos, Rodolfo Solé, Alfredo Dellatorre, Raúl      Lambert, Loli Ureta, José Luis Mammarella, Mirta Luisi, Niní Depietri y      Rodrigo de Lóizaga. Muchas gracias.

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