5/11/18

CHAJÁ, el águila de la Pampa.

Por Lis Solé
Pura espuma como el chajá… No hay como los dichos y refranes        tradicionales que en pocas palabras pueden ser tan precisos. Lo cierto            que el dicho se refiere a aquellos que se dan muchas ínfulas , que            parecen corajudos y sabelotodos, soberbios y altaneros pero que en          verdad no tienen condiciones ni sabiduría.
El dicho tiene su origen quizás porque la carne del chajá en su mayor          parte,  se convierte en espuma cuando es hervida y de ahí que el refrán        “Pura espuma como el chajá” cae justito para las personas que alardean        más de lo que valen.
Seguramente, su carne fofa y blanda y de sabor parecido al jabón ha despertado en la imaginación popular una leyenda que varía según las diferentes regiones.
Una de las versiones más conocida cuenta que en Corrientes, vivían                dos hermanas tan hermosas como soberbias y desdeñosas que se            burlaban de los hombres que las pretendían despreciando regalos y atenciones.
Un día, Yasí, la diosa Luna, bajó a la tierra con la autorización del dios      guaraní Tupá para ver si hallaba virtudes caritativas entre los hombres.            Así encontró a las dos hermanas lavando a la orilla del arroyo y a las que      pidió agua para poder seguir su camino. Las hermanas resabiadas le          dieron agua jabonosa con la que habían lavado sus ropas entre risas y        burlas. La diosa, en castigo, las transformó en aves sentenciando que a        partir de ahora, ellas serían pura espuma como la espuma del agua que              le habían dado. Las hermanas se gritaban ¡Vamos, vamos!, ¡Ya ! ¡Ya !          en guaraní, pero pronto empezaron a quedarse inmovilizadas y su voz            sólo podía gritar el conocido grito del chajá. “Pura espuma como el chajá”        se le dice también a las personas que se sulfuran con mucha facilidad y carecen de valentía; o a aquella otra que tiene mucha labia y postura,            gente de “mucha parada” como hay mucha, pero que después no son        buenos para nada. Sin embargo, y echando por tierra algunos prejuicios,          esa característica es la que justamente le permite al chajá esponjar sus        plumas transformándose en un ave sumamente liviana y llegar muy alto            en el cielo.
Perseguido durante años por los chacareros, los chajáes aparecían en bandadas que terminaban una hectárea entera de girasol o sorgo en              unas horas. A los tiros, los agricultores desesperados los espantaban,            pero era  sólo por un rato porque después de hacer la digestión en                alguna laguna cercana, volvían apareciendo en pareja, asentándose                    en los sembrados, transformando el paisaje verde en gris de            desesperanza y frustración.
Pobre bicho el chajá mal querido y siempre despreciado en el campo que          sin embargo no es todo lo que parece. Es cierto que su porte desdeñoso y altanero produce rechazo, pero su oído muy fino lo hacía un buen policía            de los campos y tal como José Hernández menciona en el Martín Fierro,              el grito del Chajá hacía “parar las orejas” ante cualquier movimiento            siendo al igual que los teros, un gran compañero del gaucho,        “alcahueteando” todo lo que sucedía en la soledad de las pampas ”.
Si bien puede volar alto con sus potentes alas y verse tan chiquito como          una paloma en el cielo, pasa su vida en tierra y hace su nido en lagunas y cañadones, un nido muy prolijo de juncos con un colchón admirado por            su prolijidad y hermosura, parecido a una plataforma coronada de              espuma (la lana) donde se destacan los pichones amarillos y de patas      rosadas. Es que con lanas y hebras, arman como una cobija de algodón      donde los seis pichones bien amarillos quedan abrigados y aislados del        agua y la humedad. El nido es tan pintoresco que ha motivado a los chefs internacionales a presentar  “la torta chajá” como postre regional, una      exquisita torta de crema blanca con duraznos amarillos en la parte          superior que simulan los pichones.
En el suelo su andar es lento y torpe; para volar, el despegue comienza            con fuertes aleteos pero cuando llega a lo alto, su vuelo es tan ligero            como el de los buitres y las águilas adornando su viaje con un hermoso        canto que demuestra la evidente alegría de fuerza y gozo por llegar tan          alto.
Capdevilla escribe con su gran pluma de poeta como “asombra ver        semejante pajarraco en las alturas casi como si no pesara,  planeando en círculos durante horas, flotando en el aire como una gaviota sin huesos mientras su  grito agudo de Chajá chajáparece venir desde las entrañas      misma del cielo azul” .
El Chajá ha trascendido la frontera: en Inglaterra la conocen como “el              ave del amor” porque el amor de las parejas es eterno, guardan fidelidad durante toda su vida a la misma compañera y en el caso que esta o éste falleciera, su tristeza es tan grande que muere al poco tiempo .
Totalmente respetuosos de las necesidades del otro aunque vayan a              veces en bandadas, los chajáes no andan “clavando un visto” sino que            sus cantos individuales son contestados inmediatamente por su pareja.
En otras regiones lo llaman “gritón” o gritador crestudo y el mote es inapropiado porque su grito no es sino una fuerte voz de alarma que se          hace oír ante señales de peligro, porque el verdadero canto del chajá        cuando planea en la inmensidad del cielo hace pensar en la tranquilidad            del paraíso.
En ciertas épocas, en regiones que les son favorables, es frecuente que            los chajáes se reúnan en inmensas bandas que cantan en concierto          durante la noche y sin levantar vuelo. Como dicen los gauchos de mi            pago, “están contando las horas”: el primer canto comienza a las nueve aproximadamente, el segundo a la medianoche y el tercero antes del      amanecer aunque esos horarios varían en otras regiones. Si se asustan, levantan vuelo y se asientan un poco más lejos, gritando todos a la vez          con intervalos de silencio, haciéndose escuchar a kilómetros de distancia.
Hudson, el primer naturalista del Plata, cuenta que en 1864, cuando            pasaba por un lugar llamado Gualicho del Partido de Las Flores, una              hora antes de la puesta del sol, en vez de coordinar cantos, los chajáes cantaron todos a la vez. Ese día, Hudson, encontró un rancho habitado            por un gaucho y su familia y en los alrededores, la llanura aparecía            cubierta por una interminable bandada de chajáes, no en formación          cerrada, sino dispersos en parejas o en pequeños grupos.
Relata en su diario de viaje que los chajáes andaban alrededor del              rancho y parecían tan mansos como patos y gallinas, y que cuando salió        con su caballo para que pastara, los pájaros no echaron a volar sino que            se apartaron para dejarlo pasar. Aún más, a las nueve de la noche,              cuando estaban comiendo, todos los pájaros prorrumpieron en un          tremendo concierto nocturno, más fuerte que “la marejada cuando              choca contra los acantilados de una costa” acotando el dueño de la casa divertido, que ellos estaban acostumbrados a tener el mismo concierto        todas las noches.
Ya en esos años de Hudson, “el país del chajá” con sus grandes        extensiones y humedales había entrado en un período de franca                extinción y las condiciones para que estas aves puedan reunirse en tan inmensas bandadas fueron desapareciendo rápidamente. Sin embargo, actualmente en la localidad de Navarro,  se pueden ver bandadas de          cientos de chajáes que agrisan los campos, tal como guerreros                inmóviles y silenciosos.
Desde Gualicho, don Ricardo Hudson viajó a caballo por estos campos              de Alvear sin alambrados ni caminos de antes de 1900, hasta llegar a la estancia “Mangrullos”, actual “El Mangrullo”, que se encuentra en el              límite de Alvear, hoy partido de Saladillo.
En noches de fogones, la gente de la casa le refirió la historia de un                chajá que andaba por la estancia que había sido criado por la mujer de              un soldado del Fortín Esperanza. En el año 1859, los indios habían            invadido la frontera y arrasado el fortín y todas las estancias que había              en varias leguas a la redonda, por eso es que el Teniente Juan Agustín    Noguera se había refugiado con toda la población en la estancia “Nueve            de Julio”  de Portugués. El chajá, abandonado, anduvo vagando de un          punto a otro, visitando las estancias arruinadas, aparentemente en busca          de seres humanos hasta que llegó a “Mangrullos”, distante a 25 millas,    estancia que no había sido incendiada y estaba habitada todavía.
Con mucho detalle, Hudson relata que el chajá quedó allí y dormía con las gallinas. Era amistoso con todos con excepción de un peón al cual le     mostraba antipatía erizando sus plumas e irguiéndose enfurecido,                quizás como decían algunos de por ahí, porque el peón era de tez cobriza            y sin barba por lo que “el chajá lo tomaba por uno de los salvajes que          habían destruido su primer hogar”.
Cerca de la estancia había una laguna donde se asentaban otros chajáes            y cuando llegaban, el chajá se acercaba a ellos. Pero los visitantes que      siempre se mostraban mansos atacaban con furia al chajá fortinero,      mostrando los espolones de sus alas hasta que éste se refugiaba en el gallinero.
Los más curioso es que, como veían que tenía mucha afinidad con los    pollitos, los peones del “Mangrullo” le confiaron una nidada recién        empollada y el chajá se hizo cargo de ellos con visible satisfacción,    llevándolos de un lado a otro buscando alimento, siendo para todos un espectáculo rarísimo verlo muy orondo caminando entre cuarenta              pollitos amarillos.
Cuánto aprender del chajá… En un principio, no hacer juicios previos        porque cualquiera que pueda volar alto, puede ser más feliz en la tierra; cualquiera que muestre desdén, puede ser un buen compañero de vuelo;          la voz más áspera y fea puede salvar vidas; el grito desesperado es el          mejor de los vigías; perdonar es bueno, pero también no olvidar a quién destruye el hogar y desplegar los espolones aunque parezcan pocos;          cuidar a los niños aunque sean de otros; ser responsable de la pareja sin olvidar la bandada; repetir con su grito la necesidad del respeto y la          fidelidad recordando también que el hombre no nació para vivir solo.
¡Chajá! ¡Chajá! ¡Vamos! ¡Vamos!. Como dice Capdevila, “vamos a              avizorar ilimitados horizontes con la imaginación, volando, aumentando  nuestras posesiones infinitas”, abriendo las alas tal como nos enseñan            los casi despreciados y ninguneados  “chajás”, las águilas de la pampa              y los humedales.
Bibliografía consultada:
Archivo Histórico de la Ciudad de Las Flores. Libro 18. Juzgados y          Guardias Nacionales. 1859.
Capdevila, Rafael Darío. El habla paisana. Ediciones Patria. Tapalqué.          2004.
Hudson, Guillermo Enrique. El naturalista en el Plata. EMECÉ EDITORES,      S.A. Buenos Aires, 1953. Tracción de M.C. Edición supervisada y anotada        por Justo P. Sáenz (h.) Capítulo XVII.
Narovsky e Yzurieta. Guía para la identificación de las aves de Argentina          y Uruguay. Vázquez, Mazzini Editores. Argentina. 2003.
Parula Beatriz. Alhajitas de América. Revista Anteojito. 1975.
Saubidet, Tito. Vocabulario y refranero criollo. Editorial Kraft Ltda. Bs.            As. 1952.
Foto: El Chajá de Pablo Pereyra. Ilustración de Indios y Gauchos (La          Cautiva y Fausto). Colección Robin Hood.

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