22/11/18

Curanderos, médicos, inteligentes y otras yerbas.

Por Lis Solé
Todos saben en los pueblos de curanderos y otras yerbas.
Quién no conoce las cataplasmas con las que curan el empacho hechas          con “jabón sin pecar” derretido en una sartén caliente, con “unto sin sal”            y claras de huevo batidas a nieve todo acomodado en un trapito?.
El unto sin sal se saca del chancho, es una grasa que se arrolla como si        fuera un matambre de grasa sola, se deja un poco secar y después se        guarda en la heladera. Cuando llega “un empachado” se desparrama            sobre una hoja de acelga o lechuga y todo envuelto en un trapito, se          coloca encima del lugar que se siente mal.
La explicación: producir una fuente de calor en el estómago para “que              se despidan todas las cosas que quedaron adentro por mocos o por          comida”.
Lo cierto que con o sin explicación, los curanderos existen desde casi    siempre. Hay narraciones de cautivos de los mapuches que llegaron a              ser “ayudantes” de estos curanderos, personas que muchas veces            jugaban con la superstición e ignorancia de los demás integrantes de la comunidad, cuidando muy bien que su “conocimiento” no pasara a      cualquiera para poder mantener el reconocimiento y el poder, ligando      muchas veces a “la revelación de los dioses”.
Si bien los pueblos originarios tenía sus propios machis o curanderos            con conocimiento de las propiedades de yuyos y hierbas, el origen de              los curanderos y curas que se conocen por estos lugares, provienen de            los conquistadores españoles y más tarde  de los inmigrantes entre los            que se destacan los italianos, sirios y libaneses, aunque todavía se        recuerdan algunas curanderas alemanas que traían consigo el            conocimiento sobre las cualidades curativas de algunas plantas con las            que se hacia las cataplasmas mencionadas, los ungüentos y brebajes.
La escasez de médicos, parteras y hospitales favoreció la actividad de              los curanderos o médicos de campo que en su generalidad, basaban                sus intervenciones en el reconocimiento, diagnóstico y tratamiento de      algunas enfermedades como el mal de ojo, el empacho, la culebrilla,              pata de cabra, brujería o mal hecho, desgarros, asientos estomacales y        tantos otros males.
Cierto es que en la provincia de Buenos Aires siempre se conocieron            otros curanderos, algunos con poderes casi míticos que con o sin            alevosía de estafa, con o sin conocimientos de medicina reemplazaron            por años a los médicos y fueron incluso más aceptados que estos por              ese mismo endiosamiento transmitido por generaciones .
Los diferentes relatos sobre la legitimidad del curandero, proviene            muchas veces como consecuencia de una situación crítica como                sucedió por ejemplo con la Madre María, oriunda de Bolívar y que                anduvo seguramente por Alvear antes de instalarse definitivamente en Saladillo, en la casa de sus padres que fue propiedad del marques José        Rufino de Olaso .
Además del uso de los yuyos, la fuente de aprovisionamiento de    medicamentos además de los provistos por el ejército en el caso de los fortines, era adquirido en pulperías y boticas, por vendedores              ambulantes que a su vez traían los medicamentos de Buenos Aires.
Los medicamentos que llegaban a la campaña y que se vendían en            boliches y boticas, eran en general para enfermedades pulmonares      compatibles con la tuberculosis y de uso habitual los laxantes y              purgantes recomendados en la época con la idea de expulsar la causa                de los males. También había muchos medicamentos indicados para las enfermedades nerviosas (neurastenia) y las enfermedades secundarias pulmonares como la palidez o la delgadez.
Gustavo Monforte, investigador olavarriense, relata un recuerdo del          teniente coronel Roberto Pechman sobre una curandera del fortín de            Puán llamada “la viejita Pilar” que era la mujer del cabo Martínez, para          ellos “buena médica” que con sus tizanas, ungüentos y trapos salvó la          vida del General Teodoro García cuando estuvo enfermo en Puán en la expedición del año 1879, y que asistía siempre a jefes y oficiales.
Hay que tener en cuenta que durante el Siglo XIX las comunicaciones            eran muy difíciles y la población sufría diferentes epidemias de cólera                  y de fiebre amarilla que eran atendidas por curanderos muchas veces contratados por las mismas Comisiones Municipales, que no reconocían            ni valoraban a los médicos que llegaban a los pueblos y que a pesar del      avance de la educación, aumentaban en número y cantidad.
El primer director del diario “El Argentino” de Saladillo, don Víctor                Simón, el 16 de septiembre de 1900 , declaraba que día a día se iba incrementado la plebe de “doctores facultados por sí mismos” para            atentar contra las vidas del pueblo humilde, personas “que con manos        sucias mandaban a mucha gente al cementerio por unos pesos” y pedía        desde las páginas del Diario,  que los verdaderos doctores señalaran a      aquellas personas que practicaban ilegalmente la medicina .
Eso sucedió precisamente  en General Alvear en 1881. Don Lorenzo              Piñero, en ese entonces Presidente de la Municipalidad, le envía una              carta al médico del Pueblo, Dr. Joaquín Robles, para que exponga su          parecer sobre el curanderismo. En ese entonces había en Alvear dos curanderos: Sebastián M, Banchs y don Vicente Delfino.
El Dr. Robles expone en su carta que según la Ley del Ejercicio de la      Medicina, Farmacia y demás Ramos del Arte de Curar sancionada por la Honorable Legislatura de la Provincia en 1877, ninguna autoridad            permitirá el ejercicio de la medicina sin título competente.
El Dr. Robles expone que “algunos dicen que no se debe prohibir a los curanderos” en aquellos pueblos donde no hay médicos y que éstos              bien pueden ser reemplazados por los llamados “inteligentes o          curanderos”, lo que es un error porque la ley manda su persecución, así      como su prohibición terminante y absoluta.
El Dr. no sólo intenta convencer al Señor Presidente sino también a              todos los miembros de la Comisión Municipal, institución parecida al          actual Concejo Deliberante. En su escrito, el médico expone que el              pueblo cuenta con dos farmacéuticos que si bien son ajenos a la              medicina, no lo son a la farmacopea y por lo tanto tienen conocimiento                de los efectos y propiedades de los medicamentos que venden, “cosa              que no sucede con esos curanderos que actúan en forma irresponsable”.
Don Lorenzo Piñero se convence y en uso de sus facultades como mayor autoridad del Pueblo de General Alvear, envía a la policía a notificar a            estos dos curanderos que en lo sucesivo les es absolutamente prohibido dedicarse al tratamiento de enfermos, notificación  que ambos firman                  ante él.
No se sabe si los Sres. Banchs y Delfino dejaron de ejercer el            curanderismo aunque lo más probable, es que se hayan ido del Pueblo.
Sin embargo,  los curanderos existen y existirán, algunos con la voluntad expresa de timar a la gente, otros, con la voluntad del acompañamiento y          el conocimiento de herboristería transmitido por generaciones. Un buen curandero sabía de las propiedades diuréticas de la yerba meona; que la        barba de choclo es buena para la circulación; que la manzanilla es “para              la panza”, por sus propiedades digestivas, antialérgicas y sedantes; que            el cedrón es buenísimo para el insomnio y la ansiedad; que las infusiones          de burrito mejora los vómitos, acidez o dolores de estómago y que la          espina colorada es muy buen antiinflamatorio aplicado en compresas.
Por otro lado están los consejos sin fundamento y que sólo consiguen empeorar las enfermedades o provocan inclusive la muerte de las            personas, consejos tales como arrojar granos de sal al techo para que                se vayan las verrugas o inventar brebajes que sólo producen          envenenamiento o dilatación en la atención médica.
Los médicos han luchado a brazo partido en los pueblos para desterrar creencias y supersticiones, han llegado a enfrentamientos personales y              a realizar denuncias judiciales tal como lo hizo el Dr. Agesilao Milano          durante los años que estuvo en el Pueblo, allá por el 1900 y hasta que      consigue crear el Hospital Municipal… Pero ésa será otra historia, otra            gran historia para contar de médicos y curanderos de General Alvear.
Foto: Pequeño mortero de vidrio para macerar hierbas perteneciente a la farmacia de don Jorge Vignolles de General Alvear. Gentileza Jorge S.        Yaconis.

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