Viejas usinas eléctricas.
Por Lis Sole.
Tantas cosas que no se valoran hasta que no se pierden… Un buen amigo, un compañero, una novia, un amigo. Esas cosas humanas que no se entienden, esa insatisfacción del hombre que no le permite amar lo que tiene hasta que de pronto, no lo tiene más y ya no hay remedio.
Más allá de los sentimientos, lo mismo pasa con la energía eléctrica. ¡Todo va bien hasta que se corta la luz! Y más en nuestros tiempos cuando el televisor pasa a ser un aparato inservible, los teléfonos ya no tienen carga, las estufas no funcionan o el aire acondicionado no prende.
Sin embargo, lo que parecía imposible llegó a los pueblos, y la energía eléctrica llega a General Alvear hace 106 años aunque con muchísimas limitaciones. El esplendor del alumbrado eléctrico que maravilló a José Portugués en 1878 en la Exposición Internacional de París, se materializó en Alvear el 15 de agosto de 1913.
Bien cabe aclarar que la energía eléctrica en los pueblos no venía “del Chocón” a través de tendidos eléctricos de cientos de kilómetros sino que se generaba en cada pueblo y lugar y “la usina”, no eran más que los galpones que albergaban los motores que daban luz a, en 1913 y en General Alvear, a sólo 30 abonados domiciliarios. La energía era librada por empresas privadas, siendo la primera firma de Bernardino Ormazábal y Cía. y transferida luego de un tiempo al señor Brumana, director de la Compañía de Luz Eléctrica de Olavarría (SALEO).
ESE VIEJO MOTOR TOSSI
Contaba entonces para el servicio de luz y fuerza motriz con un grupo electrógeno accionado por “el viejo Tosi”, un motor Diesel de 40 HP fabricado por Franco Tosi en Italia en 1891, motor que continuó prestando sus servicios durante más de 50 años y un motor alemán, un Otto de 80 HP bicilindro que daban corriente continua. El “viejo Tosi” pesaba unos 9 mil kilos y arrancaba escupiendo aceite y tizne, ensuciando los mamelucos y hasta la ropa colgada en los tendales de las casas vecinas.
El alumbrado público se habilitó con un solo foco en las esquinas sostenidos por columnas de postes de palmeras o cuadrados de pinotea chanfleados en las esquinas, plantados en el medio de la calle, reemplazado mucho después por una lámpara colgante lo que hacía que a la noche, los chicos y no tan chicos, corrieran como desesperados de esquina a esquina por temor a la oscuridad de la mitad de la cuadra.
Sin los camiones y escaleras actuales, el “Negro” Fernández recuerda que el recambio de las luces se hacía con un sulky y una escalera y sino, aún en épocas del “Gringo” González o de Ramón Mollica, se salía con una escalera al hombro a pie o en la bicicleta “Bianchi”, una negra y pesada bicicleta que decía SUDAN, llevando los palos en una chata que tenía don Fanessi, situación que se mantuvo hasta los años 60 que trajeron una camioneta de Chivilcoy.
SI HABÍA CORSOS, SE APAGABAN LAS LUCES DE LA CALLE
En el año 1929, la Usina pasó a manos de la SUDAN, una compañía anónima de servicios públicos que ofrecía el servicio a 689 abonados que pronto llegaron a 800, máximo número al que podían llegar con los motores disponibles. Tachuela Baigorria recuerda que en épocas de su padre, los motores solo funcionaban de noche y aún hasta 1960, cuando se hacían los Corsos, todo el alumbrado público se apagaba para poder alimentar el consumo de las fiestas españolas a pesar de que a partir de las seis de la tarde comenzaban a andar de a dos motores.
En un lugar y tiempo donde todo era manual, en el pasillo de la Usina estaba el tablero desde donde se prendían las luces de las calles, bajando las llaves a medida que se aumentaba la potencia de las máquinas hasta completar el total encendido, acción que se repitió hasta que llegó el actual reloj o fotocélula.
En 1954, cuando la Usina estaba a cargo de Santiago Yaconis, el alumbrado público se componía de 42 lámparas de 300 watts y 16 de 150 watts, distribuidas en las calles y en la plaza lo que hacía un total de 15.000 watts por hora pero todo, casi a ojo debido a la difícil corriente alternada.
ESE GRAN GALPÓN DE LA USINA
José “Tito” Yaconis recuerda que un día llegó Lorenzo Federici, el relojero, a quejarse al gerente Santiago Yaconis porque sus relojes eléctricos adelantaban o atrasaban por inestabilidad de la corriente alterna que llegaba a las casas. Así que el gerente le pidió un gran reloj de regalo que colocó en la pared de la sala de máquinas y ordenó que mantuvieran la frecuencia de las máquinas a 50 ciclos y se aumentara o bajara con una palanquita según el reloj atrasaba o adelantaba, frecuencia que también debía respetarse cuando se alternaban los motores.
La Usina alvearense en un principio era pequeña, toda de fuerte construcción inglesa y con parte de sus paredes de chapas, tal como los galpones del ferrocarril, con bases indestructibles para los motores con tragaluces altos. Antes de su cierre, comprendía tres galpones grandes ubicados en la intersección de las calles Mitre y Bernardo de Irigoyen, con la puerta de entrada en la esquina sobre Mitre a la que se accedía por una escalera de cemento que muchos aún recuerdan. El galpón se alzaba a la derecha de la actual oficina de la administración de EDEA, levantada sobre el anterior terreno baldío donde cada 13 de julio se levantaba una carpa para festejar con baile y cena el Día del Electricista.
En el año 1959, se incorporaron dos motores Man de 150 HP también de corriente alterna que venían en cajones desde Alemania y que se instalaron sobre unas bases de hormigón construidas por los hermanos Migliori.
CUANDO LAS MÁQUINAS SALTABAN
En los años 60 el Equipo de Trabajo estaba compuesto por 12 personas en un “laburo de locos”. Las anécdotas de la Usina se suceden en los muchos jubilados. El temor y gran respeto a las tormentas era compartido y principalmente cuando se hacían las guardias de noche donde el tronar del cielo se confundía con el de los motores. “Los días de tormenta eran los peores” porque los vientos juntaban las líneas flojas y al chocarse, los cortocircuitos hacían saltar todo provocando que la corriente alterna se saliera de la sincronía. Entonces, las máquinas se calentaban y “saltaban” sin otra solución que apagar todo y volver a empezar, cosa no muy rápida y que exasperaba a los vecinos sin luz porque tardaban unos 20 minutos en apagarse y otros tantos para volver a prender y con paciencia, sincronizar los motores que producían un gran ruido, un ronroneo que se transformaba en estruendo y temblor intolerable para muchos.
La torre de enfriamiento de agua se encontraba sobre la calle Mitre, lugar donde todos esquivaban estacionar porque emitía vapor y gotas de agua salada que oxidaba hasta los ladrillos. Ahí había una pileta de 3x3 metros y metro y medio de profundidad con agua caliente producto de la refrigeración de los dos motores Man, el Deutz y otro Man, que se enfriaban con el agua extraída por las dos bombas que había en el sótano.
REUNIDOS EN “LA CUEVA”
En el interior de la Usina, el aire siempre se sentía enrarecido por los escapes de los motores y las luces del Taller se atenuaban entre las sombras. En el pasillo, estaba el teléfono de magneto con manivela, la puerta de la única oficina que hacía las veces de gerencia y lugar de reunión del personal; enfrente, había otra puerta donde estaba el almacén de repuestos y materiales y debajo de la escalera, “la cueva” donde se tomaban mates a escondidas del gerente, mates calientes que sin escapar a la norma general de la usina, se sentía por dentro y por fuera lleno de grasa, aceite y diesol.
¿Quién puede creer que el último farol de alumbrado público hasta hace menos de 50 años llegara sólo hasta la esquina de Sociedad Rural en Wallace y 9 de Julio? ¿Cómo imaginar motores sin medidor de presión de aceite a los que había que revisar tocando con la mano el pistón en movimiento para ver si estaba lubricado y evitar que se fundiera?
¿Cómo creer que las herramientas eran tan grandes que había que manejarlas de a dos? ¿Cómo siquiera pensar que “el Viejo Tossi” fuera vendido como chatarra en 1974 y que quedaran sólo de él las placas de bronce que lo identificaban y que los empleados guardaron en la Usina casi como respeto al guerrero de tantas luchas?
Imposible pensar que el último Mercedes Benz arrancaba a cartucho y con aire comprimido entre maldiciones y gracias de los empleados. Cantidad de horas-hombre corriendo a la espera del llamado “valle nocturno” cuando la demanda de energía disminuye y llega la hora del mate lustroso de tanta mano aceitada que “calienta las tripas, despeja el sueño y acorta las horas” del empleado de la vieja usina.
Mucho ha cambiado. Usina de SALEO, SUDAN, SEGBA, DEBA o EDEA. Todas lo mismo y tan distintas en la esquina de Mitre y Bernardo de Irigoyen de General Alvear. Lamentablemente se demolió el antiguo edificio de la Usina, se desguazaron los motores y sólo los grandes entienden cuando alguien, casi distraído en el tiempo, intenta orientar al perdido con aquello de “está enfrente de la USINA”, esa palabra tan vieja que hasta parece que no existió y que todo fue producto de los sueños o de la mala memoria.
Fotos:
- Con los mamelucos, de guardia. Feluya Granieri, Juan Rico, Pedro “Perico” Véliz, Teófilo Granieri, Hipólito “Polo” Baigorria y Ramón Mollica. Foto La Puntual. Gentileza de Juana Espejo de Granieri y Cristina Granieri.
- Despedida del gerente Adolfo Biglieri. Gerente entrante: Rubén Jacinto Bordone. En la foto Hernán Scheremmel, Mansilla, Gorosito (de Saladillo), Birocco, Pedro “Perico” Véliz, Feluya Granieri, Juan Mac Cargo, Juan Baigorria, Juan Cuezzo entre otros. Circa 1960. Foto La Puntual, gentileza de Ricardo Cuezzo.
- Con el tubo de aire comprimido. Héctor "Feluya" Granieri, Juan Rico, Scheremmel y Jorge Yaconis. Foto gentileza Lidia "Lili" Mollica.
Fuentes consultadas:
- Revista “Perfiles”. Revista quincenal de Dardo Restivo y José María Vivas. Año 1. N° 21. General Alvear. 1954.
- Cuezzo, Elías Ricardo. Vivencias. Editorial Vuelta a Casa. La Plata. 2019.
- Entrevistas personales a José “Tito” Rafael Yaconis, “Tachuela” Baigorria, Anselmo “el Gringo” González, el “Negro” Fernández, Lidia “Lili” Mollica, Juana Espejo de Granieri, Cristina Granieri, María Birocco, Ricardo Cuezzo.
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