21/6/20

Miguel Alberto Gobia, “el asesino de la tormenta”

En 1995 tres brutales asesinatos conmocionaron a Saladillo.      Tenían un solo elemento en común: habían sido cometidos en noches turbulentas. Un par de zapatillas fue la clave para hallar al criminal.


Una pesada tormenta había descendido sobre Saladillo la madrugada de      aquel 15 de febrero de 1995. La noche del Día de los Enamorados había        dado paso a la madrugada del “algo más” y muchas parejas se habían acercado a la zona del pueblo conocida como “Villa Cariño” para dar          rienda suelta a sus amoríos. Entre ellos estaban Patricia Noemí Gallo,              una oficial de la Policía Bonaerense, y José Bassi, chofer de ambulancias.      Todo iba bien dentro de la camioneta hasta que sintieron unos golpes                en la ventanilla. Bajaron el vidrio y por el hueco entró el caño de una        carabina. El estruendo de los cinco disparos que mataron a Bassi debió      haber sido ensordecedor en ese espacio tan chico. Luego el asesino se        metió en la cabina, obligó a Gallo a conducir unas cuadras y después          intento violarla. Pero ella logró liberarse y salir a horcajadas del vehículo.        Los balazos que recibió en la espalda la dejaron estaqueada bajo los relámpagos. Alcanzó a esconderse dentro de una alcantarilla, donde            murió. Ese fue el bautismo de sangre de Mario Alberto Gobia, conocido              en la crónica criminal como “el asesino de la tormenta”.

Miguel Alberto Gobia en una imagen durante el juicio. (Archivo)
Miguel Alberto Gobia en una imagen durante el juicio. (Archivo)

Al día siguiente encontraron el cuerpo de Gallo, una joven que trabajaba            en la comisaría de Saladillo, muy querida en la seccional. Estaba muy            cerca de la camioneta de Bassi. Pero del dueño del vehículo no había          rastros y de hecho en un primer momento el sospechoso fue el        ambulanciero. Hasta que su cadáver apareció escondido entre unos      matorrales, a la vera del camino. Le faltaban las zapatillas y un reloj.

Sánguches y gaseosas

El caso de inmediato sacudió a esa tranquila ciudad del centro            bonaerense. Los peritos empezaron a hacer rastrillajes en la zona. Al        mediodía iban a comer a un barcito que estaba en la esquina de          Sanguinetti y avenida ledesma, cerca del Cementerio. El paisano que                les vendía sánguches y gaseosas, y que terminó haciéndose medio              amigo de los policías, no era otro que Gobia. De hecho, fue testigo de                los procedimientos, ya que el cuerpo de Bassi había sido encontrado              muy cerca de su casa, en un lugar que continúa señalado con una cruz.
La cuestión es que se creó un gabinete especial de investigación, que                se topó con un callejón sin salida durante varios meses. Nadie sabía            quién había asesinado a la desafortunada pareja ni por qué. Corría un          rumor que todavía, décadas después, se sigue repitiendo: que Gallo            estaba investigando un caso de drogas y que la mataron por un ajuste                de cuentas. Nada de eso se pudo probar.

Patricia Noemí Gallo era una oficial muy querida en la Comisaría local. (DIB)
Patricia Noemí Gallo era una oficial muy querida en la Comisaría local. (DIB)

Acorralado

Pero el 14 de julio, durante otra tormenta, hubo otro crimen.
La víctima fue una niña de 13 años llamada Gladys Patricia Fioretti.              Gobia, de 51 años por aquel entonces, la conocía porque iba a la casa                de la familia, camino a la vecina localidad de Álvarez de Toledo, para      comprarle verduras, cerdos y gallinas. Esa tarde la nena fue              secuestrada, violada, apuñalada y abandonada en horas de la                caliginosa noche en la zona próxima al Saladillo Automóvil Club.

Plano de Saladillo con el recorrido del asesino.
Plano de Saladillo con el recorrido del asesino.

Quizás porque Miguel Alberto Gobia era conocido de los Fioretti, la            Policía fue hasta su casa para hacerle unas preguntas. Los recibió                    con un detalle singular: venía chancleteando con un par de zapatillas al      menos dos números más chicas. Algo que no hubiera pasado a mayores            si no fuera porque el inspector a cargo del caso recordó que el cadáver              de José Bassi estaba descalzo.
Enseguida mandaron llevar a Gobia a la comisaría para interrogarlo. En        media hora había confesado todo.

Confesión y condena

“La tormenta me excita y me dan ganas de matar”, les dijo a los                policías. Contó también que en una oportunidad recorría el campo            cuando se cayó del caballo y se golpeó la cabeza, lo que le habría          provocado una lesión que le afectó la personalidad. Dijo que le              provocaba terribles dolores de cabeza, que trataba de calmar    automedicándose y consumiendo alcohol. Esos dolores lo ponían tan              mal que lo llevaban a ser un hombre violento, tanto que una noche de        insomnio salió a matar caballos con su carabina. De todos modos tras              su detención se le practicaron estudios neurológicos y no se encontró      ninguna lesión.
El juicio se realizó en abril de 1998. “Su apariencia bondadosa esconde            en realidad a un individuo compulsivo, agresivo, actor y con ausencia de interés por el otro”, declararía en el proceso un psiquiatra forense. En        cuatro días Gobia fue condenado por la Cámara Penal de La Plata a la            pena de reclusión perpetua por los tres crímenes. Cuando salió del            tribunal hubo un tumulto en el que familiares y amigos de la niña                Fioretti le gritaron repetidas veces “asesino”.
Miguel Alberto Gobia pasó varios años en la Unidad 30 de General Alvear, donde se hizo habitué del pabellón evangélico y mostró una conducta    ejemplar.

Sin rastro

Quedó libre la Navidad de 2010, a 15 años de sus asesinatos y 13 de su condena. A partir de ahí se pierde el rastro de Gobia. Su nombre volvió                a mencionarse cuando en abril de 2014 asesinaron a la maestra jardinera Marisol Oyhanart en Saladillo. Ese caso aún no fue resuelto. En ese            momento se recordaron aquellos crímenes de 1995.
Gobía tenía paradero desconocido. Algunos dijeron que andaba por San      Miguel del Monte, otros por La Plata. En algún momento se supo que le        habían amputado una pierna.

El investigador Paulo Kablan se preguntaba en 2012: "¿Dónde está Miguel Alberto Gobia?".
El investigador Paulo Kablan se preguntaba en 2012: “¿Dónde está Miguel Alberto Gobia?”.

Este año se cumplió un cuarto de siglo del doble asesinato del Día de los Enamorados. Oscar Di Zeo, conductor del noticiero del canal local TV        Centro, recordó los hechos en el programa. “Enseguida recibí varios      mensajes en los que me aseguraron que Gobia había fallecido poco            tiempo atrás”, afirmó el periodista, quien aportó muchos datos para                esta nota.
Y así terminó la historia de Gobia. Nadie sabe ni siquiera dónde están              los restos del “asesino de la tormenta”, pero seguramente más de                    uno en Saladillo pensará en él cada vez que el cielo se encapota y se                ven refucilos allá en lontananza.

Por Marcelo Metayer

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