Parecería que el Gobierno que hace semanas lucía enamorado de la cuarentena por el éxito en su cumplimiento pero también por el apoyo político de la mayor parte de la sociedad, hoy se encuentra entrampado      sin poder avizorar un destino de salida de la crisis ocasionada por el aislamiento y la pandemia. Algunos funcionarios inclusive proponen cuarentena hasta septiembre y otros hasta por más tiempo. ¿Qué falló      para que después de tres meses de confinamiento estricto sigamos considerando la cuarentena como el único instrumento capaz de        controlar la epidemia en nuestro país, cuando ningún otro la prolongó        por tanto tiempo?
Como comenté muchas veces, la decisión de comenzar tempranamente      con el aislamiento obligatorio fue una decisión acertada y oportuna          para contener y mitigar la epidemia y permitir ganar tiempo esencial          para preparar mejor al sistema de salud en cuanto a su infraestructura            y recursos críticos. También sirvió para compensar muchas de las imprevisiones iniciales que tuvo el Gobierno cuando subestimó la      magnitud de la pandemia y no controló adecuadamente la entrada de viajeros provenientes de países donde ya había hecho eclosión la      epidemia, así como las demoras inaceptables en la compra de reactivos      para las pruebas diagnósticas y otros insumos, cuyo déficit persistente        es el principal cuello de botella hoy para salir de la cuarentena.  
El éxito de la medida se vio reflejado en el aplanamiento inicial de la        curva epidemiológica. Sin embargo, el aislamiento obligatorio no            elimina el virus, ni lo doblega, ni lo hace retroceder. Sólo produce por            un tiempo limitado menos contagios, al retardar la maduración de la epidemia. Pero el virus sigue allí afuera y cuando esta maduración tiene lugar, la curva de casos se empina. Lamentablemente, el tiempo que se    ganó para mejorar la capacidad de respuesta hospitalaria no se        aprovechó para mejorar la capacidad de respuesta comunitaria,          actuando de manera efectiva y sistematizada para bloquear los brotes            y detectar rápidamente los casos y los contactos. Es decir, testear,          trazar y aislar mucho más. Y esto no se hizo porque no se compraron reactivos suficientes para implementar esta estrategia a gran escala.
Luego de tres meses de confinamiento, estamos asistiendo en estas    últimas semanas a una aceleración de la curva de casos en el AMBA,      donde se están detectando casi 95% de los contagios. Entonces el desconcierto es total. ¿Cómo es posible si hicimos las cosas bien, si pensábamos que éramos un ejemplo para el mundo? Qué distintas    hubieran sido las cosas si en estos meses de confinamiento          hubiéramos preparado mejor la respuesta comunitaria y salido a          bloquear los focos con equipos de “trazadores”, como lo hicieron los    países occidentales que tuvieron éxito en la contención de la epidemia.        Me refiero a Israel, Australia, Nueva Zelanda, Chequia y Croacia, entre      otros, sin mencionar lo logrado por algunos países orientales como      China, Corea, Singapur o Hong Kong, que además de profundas          razones culturales para el cumplimiento de las normas y        recomendaciones desplegaron enormes recursos tecnológicos.                  Pero no sólo han tenido éxito los países más desarrollados: también              a muchos países latinoamericanos les está yendo muy bien, como        Uruguay, Costa Rica, Cuba e inclusive Paraguay, que pudieron          flexibilizar sus aislamientos o cuarentenas porque focalizaron su      estrategia, a falta de mayores recursos tecnológicos, en ampliar los      testeos, trazar y aislar de manera sistemática y metódica. Después de        tres meses de cuarentena, sólo Bolivia está detrás nuestro en número          de tests realizados por habitante.
Hace ya un mes y medio, en una nota publicada en otro medio, dije            que había que aumentar dramáticamente los testeos y conformar          equipos de “trazadores” para detectar con rapidez los casos        sospechosos, rastrear los contactos, aislarlos y bloquear los focos que fueran apareciendo. Decía que si alistábamos aproximadamente 4.000 equipos de cinco personas desplegadas en el AMBA, con agentes    sanitarios y estudiantes de carreras de salud, coordinados por una      médica/o o enfermera/o con capacitación epidemiológica básica para rastrear telefónica o personalmente los contactos de los infectados a      través de entrevistas simples, podíamos controlar la epidemia. Esto es,      salir de la cuarentena de manera inteligente y ordenada, manteniendo          las pautas de prevención, uso de barbijo, distanciamiento físico y              social y protegiendo a la población vulnerable, segmentando las          medidas con criterios geográficos y epidemiológicos, y abordando              con testeos “masivos” a las poblaciones especiales más vulnerables      como las que viven en barrios de emergencia, geriátricos o cárceles,      donde la contagiosidad, por las condiciones de vida en estos ámbitos,          es muchísimo mayor. Ya se sabía que, así como en Europa la letalidad        del virus se concentró mucho más en los geriátricos, la propagación              en Argentina, al igual que en muchos otros países de América Latina,            se iba a concentrar también en las villas y asentamientos precarios de            los grandes núcleos urbanos, lamentable distintivo de nuestra realidad.
En ese momento, teníamos 100 y no más de 2000 casos, teníamos tres o cuatro y no 30 o 35 muertes diarias, y no había aún focos importantes de contagio en los barrios de emergencia y geriátricos. En aquel momento también, muchos funcionarios y asesores del presidente nos decían que estábamos testeando muy bien y que no era necesario aumentarlos ni buscar activamente los casos sospechosos. Sólo en las últimas        semanas, el ministerio de salud de Nación, a través del programa      Detectar, comenzó con la búsqueda activa de casos y contactos en              los focos producidos no sólo en los barrios de emergencia sino            también en algunos barrios o partidos del AMBA. Si bien esta            estrategia ha controlado parcialmente estos focos en algunos casos,            los recursos destinados son claramente insuficientes a esta altura        porque los nuevos contagios se dan mayoritariamente a través de transmisión viral comunitaria. Cuando hay circulación comunitaria, ya            no es posible asegurar la “trazabilidad” para rastrear a los contactos estrechos de los casos, por lo que el bloqueo de los focos se            convierte en una tarea extremadamente complicada. Perdimos en estos      tres meses un tiempo valiosísimo para elaborar un plan de salida de la cuarentena que mitigara su propagación al terminar el confinamiento y    hasta que llegara la vacuna o un tratamiento efectivo. Lamentablemente,        lo que estamos viendo es que mucho del esfuerzo realizado por nuestra sociedad tal vez haya sido en vano. Y aun después de tanto tiempo confinados, tal vez tengamos que enfrentar el temido colapso sanitario        con el saldo trágico que esto conlleva, sin mencionar la crisis          económica y social brutal que no deja de aumentar.
Entonces, ¿qué haremos ahora? ¿Volvemos a la fase 1 como dice el Gobierno? ¿Acaso se piensa que la cuarentena es un remedio mágico        que por sí misma va a hacer desaparecer la epidemia? ¿O vamos a vivir      una cuarentena eterna hasta que llegue la vacuna, lo que probablemente      no ocurra antes de un año? La gente no da más y si ha aumentado el incumplimiento social es porque por razones de diversa índole,    económicas, sociales, o emocionales, necesita salir. Si es necesario            que el gobierno vuelva nuevamente con las restricciones en el AMBA porque así lo reflejan indicadores objetivos como la ocupación de          camas de terapia intensiva, la disponibilidad de respiradores, la curva          de muertes y no sólo la curva de casos, entonces no sólo nos tienen          que decir que nos están protegiendo para salvar vidas, sino que tienen        que implementar en este período la única medida capaz de torcer el      rumbo de la epidemia: conformar miles de equipos de trazadores para detectar rápidamente los casos y contactos, ampliar la capacidad de detección con muchísimos más test, al menos diez veces más de los          que hoy se están haciendo y aumentar la red y la capacidad de los laboratorios para procesar más rápida y eficientemente una mayor        cantidad de muestras.
Finalmente, el Gobierno debería abandonar el discurso del miedo y las culpas del otro, ampliar su consejo asesor con expertos independientes      de otros campos y disciplinas que lo aporten miradas y perspectivas        más amplias, y convocar formalmente a la oposición para dar un        mensaje de unión nacional en el marco de esta tragedia que estamos viviendo los argentinos.
Ojalá todavía estemos a tiempo.