1/7/20

«La Centenario del 84»

Por Gaby Pessotano
A 36 AÑOS DE LA COPA CENTENARIO
CUENTO
"LA CENTENARIO DEL ´84"
…Y el secreto mejor guardado del fútbol alvearense.
A mi papá Titi, hincha del Churro.
-Muchachos, esto no es tema de vida o muerte. Es mucho más que eso.
La voz era suave, pero el tono , imperioso. Suave, para que no lo          escucharan los otros parroquianos; imperioso, por la urgencia de la      situación. El hombre, flaco y alto, apoyó con firmeza  la mano derecha          sobre la mesa de fórmica amarilla, haciendo tintinear los vasos que                hacía unos minutos había dejado Beto con las bebidas. La esencia                fuerte del whisky los envolvía . Napo lo miraba sin decir palabra,        concentrado en el color ámbar del líquido en su vaso.
-Esto es muy serio. No podemos permitir que pase. NO  PODEMOS.  Es        TODO o NADA.
La frase tajante y  convincente estuvo acompañada esta vez por una          mirada que surcó el aire como flecha  y fue directamente hacia el otro, buscando un gesto aprobatorio.
-Lo de Colorados ya pasó, muchachos.  Los cagaron, pero ya pasó.              Ahora es nuestra oportunidad. Ustedes lo saben muy bien. ¿Nos vamos              a quedar así, sin hacer nada?
Los cinco sentados alrededor de la mesa, agazapados como bestias al      acecho, se miraron unos a otros. No creían lo que estaban oyendo.¿Era          una joda? Napo se rascó la frente con la mano derecha,  uno movía la        cabeza de un lado a otro. Los otros tres abrían los ojos ,asombrados.
Sabían. Sí que sabían. Sabían muy bien que ganar la Copa Centenario                era lo máximo en un pueblo que latía al compás del fútbol. Y también          sabían que estaban en desventaja. Deportivo tenía un buen equipo, el        domingo  los liquidarían. Kelo había hablado con el Cogote,  que hacía la colimba en Bariloche, y estaban casi seguros de que no vendría. Eso                era un alivio para los churros. Pero igualmente, tenían que hacer lo        imposible para suspender ese partido . En Alvear, una pequeña ciudad salpicada de terrenos baldíos convertidos en  potreros, el fútbol era una religión. Y cada domingo, la cancha era el lugar sagrado del encuentro          donde cada uno era Abel. Y cada uno, Caín.
Los días de semana, los pibes salían  de la escuela y se tragaban  la              leche con pan y manteca , para ir corriendo al potrero del barrio, y      encontrarse con los demás para armar un picadito que duraría hasta                que nadie veía la pelota. Las barras de amigos que después duraban                toda la vida nacían ahí, en la canchita.
Por eso, lograr un Campeonato era sublime.  Y en un clásico,  era tocar                el cielo con las manos.
La Copa Centenario era la Libertadores del pueblo, desde aquel 1.969          cuando don Osvaldo la había instituido . Era necesario ganar este partido,      que les permitiría  lucirla para siempre en la vitrina del club. Demasiado          bien lo sabían:  el que ganaba tres  campeonatos consecutivos, o cinco alternados, se la llevaba.  Y sabían también que tanto uno como el otro,            los churros y los rojinegros, ya la habían conquistado cuatro veces cada        uno. Esta era la  definitoria .  Estaban dispuestos a todo, y para            asegurarse el triunfo, habían pedido el pase -algunos aseguran que por            una opulenta  suma- de tres jugadores foráneos: dos que  se habían            lucido en San Lorenzo,  Telch y Tojo, y de Eduardo Pertini. Los              redentores  que los salvarían, que les darían el triunfo. “Ustedes              consigan siete que corran, que nosotros les ganamos el partido” habían prometido. Sin embargo, una maniobra audaz , polémica y dudosa – o              por lo menos confusa- de parte de la Liga había derribado toda                esperanza de traerlos ese domingo, sino siete días después. Por eso el apremio, la desazón de estos hinchas  apasionados que, movidos por              esa rara locura que sólo el fútbol enciende,  se devanaban los sesos      pensando cómo hacer para que  ese partido, ese domingo 1 de julio de        1.984, no se jugara.
Cuentan que los cinco alienados , en una mesa del Club Social, cerca                de la barra, iluminados por la luz blanca del plafón, planeaban un golpe      inédito y temerario.
-Vamos a arar la cancha.
La frase sonó cómica, si no fuera por la seriedad en su rostro . No había hablado en toda la noche. Pero ahora, la cara redonda y colorada se le          había iluminado con  una sonrisa siniestra , y sus ojos le brillaban extrañamente. Se había transfigurado.
- ¡¡ Sí!! Enganchamos  el arado al tractor, entramos y la aramos .                  ¿Quién va a poder jugar en una cancha destrozada?
- Mejor, cortemos los arcos. Entramos a la noche,los cortamos por                abajo para que se caigan ni bien alguien los toque. – replicó el otro.
- ¡Pero vamos a terminar todos en cana! – exclamó otro.
Qué importaba comerse unos días adentro… Sí, tenía razón.  Algo había          que hacer.   Las ideas brotaban disparatadas, tragicómicas.
Uno de ellos comentó como al pasar , casi como un deseo:
-Si al menos lloviera… pero con la sequía que hay, es más difícil que        sacarse  el PRODE.
Fue en ese  preciso instante,  tal vez,  que el alocado plan  asaltó su              mente y salió a la luz como un hechizo  que había estado oculto.
Lluvia.
En Alvear, hablar de lluvia era sinónimo de inundación. Muchas había        sufrido el pueblo a lo largo de los años. Muchas, recias, desconcertantes. Todavía se sentía en los huesos aquella del `80, que tantas tristezas había dejado. Tanto se había llevado…. Y aquella otra,  más atrás en el tiempo,              la creciente  del `57. Un diluvio que había comenzado,  según algunos memoriosos, justamente la noche del 27 de mayo en que se festejaban            los  veintisiete años del Club Comercio. Una avalancha de agua que        sumergió el poblado a su paso, anegando calles que se volvieron    intransitables por mucho tiempo.
Uno de ellos tomó la palabra y, casi en un susurro, les habló del            alucinante plan que  había estallado en su cerebro.
Era viernes a la noche. La Copa Centenario sería de los Churros.
Se dice  que en  la noche del sábado siguiente , un auto  estacionó en              las cercanías del Estadio Municipal; que de  él bajaron dos hombres                con mangueras , se metieron subrepticiamente en la cancha, colocaron            las bocas de los tubos de goma en las dos  canillas que encontraron , y abrieron los grifos. Y en casi doce horas, siete mil litros de agua          invadieron  como una plaga la mitad del campo de juego .
El domingo de la Final amaneció frío  y nublado. Cuando esa mañana                  el canchero entró a marcar el rectángulo, le pareció estar viendo una            visión: la mitad del terreno de juego lucía seca como lengua de loro, y                la otra, totalmente cubierta de agua. Allá, en la altura, desde el techo                  de un edificio cercano, alguien observaba el magnífico escenario, con              una sonrisa satisfecha dibujada en la cara.
El partido se jugó igual ,a pesar de las protestas y las discusiones.                  ¿De dónde habían salido las mangueras? La pregunta no tenía respuesta.   Nadie hablaba, nadie sabía .  Los jugadores entraron al terreno semi-    inundado como gladiadores. El Indio y Tito se miraban extrañados desde        sus respectivos arcos. Claro, nadie se achicaría ante el húmedo infortunio. Salvo el Laucha, que justo ese día estrenaba sus flamantes Adidas            negros con tres tiras blancas, y  miraba con recelo la mitad aguada y        barrosa.  Entonces, a los veintiséis minutos del primer tiempo, una pelota          le llegó al Toscano, la paró con calidad y desde adentro del área de la            mitad seca del campo, de un  chumbazo la estrelló contra la red, dejando            a Tito parado sobre sus dos piernas abiertas y los brazos como              abrazando el aire. La habilidad del megalítico arquero de Comercio  y el          azar no permitieron que los rojinegros gritaran un gol.
Los empantanados cuarenta y cinco minutos finales fueron defender y        resistir a fuerza de resbalones y rodadas en un campo totalmente        embarrado. Cuando Castorina hizo sonar el silbato , la locura churra se      desató. Los cinco de la reunión en el Club Social se abrazaron            entreverados en los enloquecidos festejos . La Copa Centenario era de Comercio.
Dicen que desde entonces, cada año, el primer día de julio , la mitad de                la cancha del CEF amanece cubierta por un manto de agua cristalina. El hechizo dura sólo un instante ,  y alguien, desde el techo de un viejísimo edificio  cercano,  mira la escena , complacido.
Pero ya lo sabemos : no hay que creer en  todo lo que se dice.
FIN
Alicia Gabriela Pessotano
29 de junio de 2020.
LOS QUE JUGARON ESE PARTIDO:
COMERCIO: El Indio Cousté, Pelé Porta, Chena Porta, Felipe Haedo,          “Chino” Garabento, Juli Palmero, Clara , Javier Ezeiza, Jorge “Toscano” Arizmendi, Antonio Pessotano , “Pechi” Albo.
Arquero suplente: Oscar Machado
Suplentes: Carlitos  Zaleuski (entró por Pessotano),  Jorge Emilio Luissi,    Carlos “Chifu” Cascallares, Gustavo Cartilucci (entró por Clara)
D.T Rogelio “Kelo” Almendros.
DEPORTIVO:
Tito Cholín (Díaz Trezza ) , Rubén Bustamante, Caty Irigoyen, Andrés          Negrette, Rubén Irbarborde, Luis Garabento, Juan Carlos “Laucha”        Martínez,  Polimeno, Miguel Herrera, José Tortorici, Néstor Javier “Cachi” Oriozabala.
Arquero Suplente: David Garrocho
Jugadores suplentes: Ortiz, Néstor Irbarborde (entró por Martínez) ,              Javier Medina, Mario Tortorici
D.T. Carlos Anido
ÁRBITRO: Mario Castorina.
NUESTRO HOMENAJE PARA TODOS LOS QUE YA NO ESTÁN.
Foto de Juan María Trezza, en ese entonces, corresponsal de La                Mañana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario