«La Centenario del 84»
Por Gaby Pessotano
A 36 AÑOS DE LA COPA CENTENARIO
CUENTO
"LA CENTENARIO DEL ´84"
…Y el secreto mejor guardado del fútbol alvearense.
CUENTO
"LA CENTENARIO DEL ´84"
…Y el secreto mejor guardado del fútbol alvearense.
A mi papá Titi, hincha del Churro.
-Muchachos, esto no es tema de vida o muerte. Es mucho más que eso.
La voz era suave, pero el tono , imperioso. Suave, para que no lo escucharan los otros parroquianos; imperioso, por la urgencia de la situación. El hombre, flaco y alto, apoyó con firmeza la mano derecha sobre la mesa de fórmica amarilla, haciendo tintinear los vasos que hacía unos minutos había dejado Beto con las bebidas. La esencia fuerte del whisky los envolvía . Napo lo miraba sin decir palabra, concentrado en el color ámbar del líquido en su vaso.
-Esto es muy serio. No podemos permitir que pase. NO PODEMOS. Es TODO o NADA.
La frase tajante y convincente estuvo acompañada esta vez por una mirada que surcó el aire como flecha y fue directamente hacia el otro, buscando un gesto aprobatorio.
-Lo de Colorados ya pasó, muchachos. Los cagaron, pero ya pasó. Ahora es nuestra oportunidad. Ustedes lo saben muy bien. ¿Nos vamos a quedar así, sin hacer nada?
Los cinco sentados alrededor de la mesa, agazapados como bestias al acecho, se miraron unos a otros. No creían lo que estaban oyendo.¿Era una joda? Napo se rascó la frente con la mano derecha, uno movía la cabeza de un lado a otro. Los otros tres abrían los ojos ,asombrados.
Sabían. Sí que sabían. Sabían muy bien que ganar la Copa Centenario era lo máximo en un pueblo que latía al compás del fútbol. Y también sabían que estaban en desventaja. Deportivo tenía un buen equipo, el domingo los liquidarían. Kelo había hablado con el Cogote, que hacía la colimba en Bariloche, y estaban casi seguros de que no vendría. Eso era un alivio para los churros. Pero igualmente, tenían que hacer lo imposible para suspender ese partido . En Alvear, una pequeña ciudad salpicada de terrenos baldíos convertidos en potreros, el fútbol era una religión. Y cada domingo, la cancha era el lugar sagrado del encuentro donde cada uno era Abel. Y cada uno, Caín.
Los días de semana, los pibes salían de la escuela y se tragaban la leche con pan y manteca , para ir corriendo al potrero del barrio, y encontrarse con los demás para armar un picadito que duraría hasta que nadie veía la pelota. Las barras de amigos que después duraban toda la vida nacían ahí, en la canchita.
Por eso, lograr un Campeonato era sublime. Y en un clásico, era tocar el cielo con las manos.
La Copa Centenario era la Libertadores del pueblo, desde aquel 1.969 cuando don Osvaldo la había instituido . Era necesario ganar este partido, que les permitiría lucirla para siempre en la vitrina del club. Demasiado bien lo sabían: el que ganaba tres campeonatos consecutivos, o cinco alternados, se la llevaba. Y sabían también que tanto uno como el otro, los churros y los rojinegros, ya la habían conquistado cuatro veces cada uno. Esta era la definitoria . Estaban dispuestos a todo, y para asegurarse el triunfo, habían pedido el pase -algunos aseguran que por una opulenta suma- de tres jugadores foráneos: dos que se habían lucido en San Lorenzo, Telch y Tojo, y de Eduardo Pertini. Los redentores que los salvarían, que les darían el triunfo. “Ustedes consigan siete que corran, que nosotros les ganamos el partido” habían prometido. Sin embargo, una maniobra audaz , polémica y dudosa – o por lo menos confusa- de parte de la Liga había derribado toda esperanza de traerlos ese domingo, sino siete días después. Por eso el apremio, la desazón de estos hinchas apasionados que, movidos por esa rara locura que sólo el fútbol enciende, se devanaban los sesos pensando cómo hacer para que ese partido, ese domingo 1 de julio de 1.984, no se jugara.
La voz era suave, pero el tono , imperioso. Suave, para que no lo escucharan los otros parroquianos; imperioso, por la urgencia de la situación. El hombre, flaco y alto, apoyó con firmeza la mano derecha sobre la mesa de fórmica amarilla, haciendo tintinear los vasos que hacía unos minutos había dejado Beto con las bebidas. La esencia fuerte del whisky los envolvía . Napo lo miraba sin decir palabra, concentrado en el color ámbar del líquido en su vaso.
-Esto es muy serio. No podemos permitir que pase. NO PODEMOS. Es TODO o NADA.
La frase tajante y convincente estuvo acompañada esta vez por una mirada que surcó el aire como flecha y fue directamente hacia el otro, buscando un gesto aprobatorio.
-Lo de Colorados ya pasó, muchachos. Los cagaron, pero ya pasó. Ahora es nuestra oportunidad. Ustedes lo saben muy bien. ¿Nos vamos a quedar así, sin hacer nada?
Los cinco sentados alrededor de la mesa, agazapados como bestias al acecho, se miraron unos a otros. No creían lo que estaban oyendo.¿Era una joda? Napo se rascó la frente con la mano derecha, uno movía la cabeza de un lado a otro. Los otros tres abrían los ojos ,asombrados.
Sabían. Sí que sabían. Sabían muy bien que ganar la Copa Centenario era lo máximo en un pueblo que latía al compás del fútbol. Y también sabían que estaban en desventaja. Deportivo tenía un buen equipo, el domingo los liquidarían. Kelo había hablado con el Cogote, que hacía la colimba en Bariloche, y estaban casi seguros de que no vendría. Eso era un alivio para los churros. Pero igualmente, tenían que hacer lo imposible para suspender ese partido . En Alvear, una pequeña ciudad salpicada de terrenos baldíos convertidos en potreros, el fútbol era una religión. Y cada domingo, la cancha era el lugar sagrado del encuentro donde cada uno era Abel. Y cada uno, Caín.
Los días de semana, los pibes salían de la escuela y se tragaban la leche con pan y manteca , para ir corriendo al potrero del barrio, y encontrarse con los demás para armar un picadito que duraría hasta que nadie veía la pelota. Las barras de amigos que después duraban toda la vida nacían ahí, en la canchita.
Por eso, lograr un Campeonato era sublime. Y en un clásico, era tocar el cielo con las manos.
La Copa Centenario era la Libertadores del pueblo, desde aquel 1.969 cuando don Osvaldo la había instituido . Era necesario ganar este partido, que les permitiría lucirla para siempre en la vitrina del club. Demasiado bien lo sabían: el que ganaba tres campeonatos consecutivos, o cinco alternados, se la llevaba. Y sabían también que tanto uno como el otro, los churros y los rojinegros, ya la habían conquistado cuatro veces cada uno. Esta era la definitoria . Estaban dispuestos a todo, y para asegurarse el triunfo, habían pedido el pase -algunos aseguran que por una opulenta suma- de tres jugadores foráneos: dos que se habían lucido en San Lorenzo, Telch y Tojo, y de Eduardo Pertini. Los redentores que los salvarían, que les darían el triunfo. “Ustedes consigan siete que corran, que nosotros les ganamos el partido” habían prometido. Sin embargo, una maniobra audaz , polémica y dudosa – o por lo menos confusa- de parte de la Liga había derribado toda esperanza de traerlos ese domingo, sino siete días después. Por eso el apremio, la desazón de estos hinchas apasionados que, movidos por esa rara locura que sólo el fútbol enciende, se devanaban los sesos pensando cómo hacer para que ese partido, ese domingo 1 de julio de 1.984, no se jugara.
Cuentan que los cinco alienados , en una mesa del Club Social, cerca de la barra, iluminados por la luz blanca del plafón, planeaban un golpe inédito y temerario.
-Vamos a arar la cancha.
La frase sonó cómica, si no fuera por la seriedad en su rostro . No había hablado en toda la noche. Pero ahora, la cara redonda y colorada se le había iluminado con una sonrisa siniestra , y sus ojos le brillaban extrañamente. Se había transfigurado.
- ¡¡ Sí!! Enganchamos el arado al tractor, entramos y la aramos . ¿Quién va a poder jugar en una cancha destrozada?
- Mejor, cortemos los arcos. Entramos a la noche,los cortamos por abajo para que se caigan ni bien alguien los toque. – replicó el otro.
- ¡Pero vamos a terminar todos en cana! – exclamó otro.
Qué importaba comerse unos días adentro… Sí, tenía razón. Algo había que hacer. Las ideas brotaban disparatadas, tragicómicas.
-Vamos a arar la cancha.
La frase sonó cómica, si no fuera por la seriedad en su rostro . No había hablado en toda la noche. Pero ahora, la cara redonda y colorada se le había iluminado con una sonrisa siniestra , y sus ojos le brillaban extrañamente. Se había transfigurado.
- ¡¡ Sí!! Enganchamos el arado al tractor, entramos y la aramos . ¿Quién va a poder jugar en una cancha destrozada?
- Mejor, cortemos los arcos. Entramos a la noche,los cortamos por abajo para que se caigan ni bien alguien los toque. – replicó el otro.
- ¡Pero vamos a terminar todos en cana! – exclamó otro.
Qué importaba comerse unos días adentro… Sí, tenía razón. Algo había que hacer. Las ideas brotaban disparatadas, tragicómicas.
Uno de ellos comentó como al pasar , casi como un deseo:
-Si al menos lloviera… pero con la sequía que hay, es más difícil que sacarse el PRODE.
Fue en ese preciso instante, tal vez, que el alocado plan asaltó su mente y salió a la luz como un hechizo que había estado oculto.
-Si al menos lloviera… pero con la sequía que hay, es más difícil que sacarse el PRODE.
Fue en ese preciso instante, tal vez, que el alocado plan asaltó su mente y salió a la luz como un hechizo que había estado oculto.
Lluvia.
En Alvear, hablar de lluvia era sinónimo de inundación. Muchas había sufrido el pueblo a lo largo de los años. Muchas, recias, desconcertantes. Todavía se sentía en los huesos aquella del `80, que tantas tristezas había dejado. Tanto se había llevado…. Y aquella otra, más atrás en el tiempo, la creciente del `57. Un diluvio que había comenzado, según algunos memoriosos, justamente la noche del 27 de mayo en que se festejaban los veintisiete años del Club Comercio. Una avalancha de agua que sumergió el poblado a su paso, anegando calles que se volvieron intransitables por mucho tiempo.
Uno de ellos tomó la palabra y, casi en un susurro, les habló del alucinante plan que había estallado en su cerebro.
Era viernes a la noche. La Copa Centenario sería de los Churros.
En Alvear, hablar de lluvia era sinónimo de inundación. Muchas había sufrido el pueblo a lo largo de los años. Muchas, recias, desconcertantes. Todavía se sentía en los huesos aquella del `80, que tantas tristezas había dejado. Tanto se había llevado…. Y aquella otra, más atrás en el tiempo, la creciente del `57. Un diluvio que había comenzado, según algunos memoriosos, justamente la noche del 27 de mayo en que se festejaban los veintisiete años del Club Comercio. Una avalancha de agua que sumergió el poblado a su paso, anegando calles que se volvieron intransitables por mucho tiempo.
Uno de ellos tomó la palabra y, casi en un susurro, les habló del alucinante plan que había estallado en su cerebro.
Era viernes a la noche. La Copa Centenario sería de los Churros.
Se dice que en la noche del sábado siguiente , un auto estacionó en las cercanías del Estadio Municipal; que de él bajaron dos hombres con mangueras , se metieron subrepticiamente en la cancha, colocaron las bocas de los tubos de goma en las dos canillas que encontraron , y abrieron los grifos. Y en casi doce horas, siete mil litros de agua invadieron como una plaga la mitad del campo de juego .
El domingo de la Final amaneció frío y nublado. Cuando esa mañana el canchero entró a marcar el rectángulo, le pareció estar viendo una visión: la mitad del terreno de juego lucía seca como lengua de loro, y la otra, totalmente cubierta de agua. Allá, en la altura, desde el techo de un edificio cercano, alguien observaba el magnífico escenario, con una sonrisa satisfecha dibujada en la cara.
El partido se jugó igual ,a pesar de las protestas y las discusiones. ¿De dónde habían salido las mangueras? La pregunta no tenía respuesta. Nadie hablaba, nadie sabía . Los jugadores entraron al terreno semi- inundado como gladiadores. El Indio y Tito se miraban extrañados desde sus respectivos arcos. Claro, nadie se achicaría ante el húmedo infortunio. Salvo el Laucha, que justo ese día estrenaba sus flamantes Adidas negros con tres tiras blancas, y miraba con recelo la mitad aguada y barrosa. Entonces, a los veintiséis minutos del primer tiempo, una pelota le llegó al Toscano, la paró con calidad y desde adentro del área de la mitad seca del campo, de un chumbazo la estrelló contra la red, dejando a Tito parado sobre sus dos piernas abiertas y los brazos como abrazando el aire. La habilidad del megalítico arquero de Comercio y el azar no permitieron que los rojinegros gritaran un gol.
Los empantanados cuarenta y cinco minutos finales fueron defender y resistir a fuerza de resbalones y rodadas en un campo totalmente embarrado. Cuando Castorina hizo sonar el silbato , la locura churra se desató. Los cinco de la reunión en el Club Social se abrazaron entreverados en los enloquecidos festejos . La Copa Centenario era de Comercio.
Los empantanados cuarenta y cinco minutos finales fueron defender y resistir a fuerza de resbalones y rodadas en un campo totalmente embarrado. Cuando Castorina hizo sonar el silbato , la locura churra se desató. Los cinco de la reunión en el Club Social se abrazaron entreverados en los enloquecidos festejos . La Copa Centenario era de Comercio.
Dicen que desde entonces, cada año, el primer día de julio , la mitad de la cancha del CEF amanece cubierta por un manto de agua cristalina. El hechizo dura sólo un instante , y alguien, desde el techo de un viejísimo edificio cercano, mira la escena , complacido.
Pero ya lo sabemos : no hay que creer en todo lo que se dice.
FIN
Pero ya lo sabemos : no hay que creer en todo lo que se dice.
FIN
Alicia Gabriela Pessotano
29 de junio de 2020.
29 de junio de 2020.
LOS QUE JUGARON ESE PARTIDO:
COMERCIO: El Indio Cousté, Pelé Porta, Chena Porta, Felipe Haedo, “Chino” Garabento, Juli Palmero, Clara , Javier Ezeiza, Jorge “Toscano” Arizmendi, Antonio Pessotano , “Pechi” Albo.
Arquero suplente: Oscar Machado
Suplentes: Carlitos Zaleuski (entró por Pessotano), Jorge Emilio Luissi, Carlos “Chifu” Cascallares, Gustavo Cartilucci (entró por Clara)
D.T Rogelio “Kelo” Almendros.
COMERCIO: El Indio Cousté, Pelé Porta, Chena Porta, Felipe Haedo, “Chino” Garabento, Juli Palmero, Clara , Javier Ezeiza, Jorge “Toscano” Arizmendi, Antonio Pessotano , “Pechi” Albo.
Arquero suplente: Oscar Machado
Suplentes: Carlitos Zaleuski (entró por Pessotano), Jorge Emilio Luissi, Carlos “Chifu” Cascallares, Gustavo Cartilucci (entró por Clara)
D.T Rogelio “Kelo” Almendros.
DEPORTIVO:
Tito Cholín (Díaz Trezza ) , Rubén Bustamante, Caty Irigoyen, Andrés Negrette, Rubén Irbarborde, Luis Garabento, Juan Carlos “Laucha” Martínez, Polimeno, Miguel Herrera, José Tortorici, Néstor Javier “Cachi” Oriozabala.
Arquero Suplente: David Garrocho
Jugadores suplentes: Ortiz, Néstor Irbarborde (entró por Martínez) , Javier Medina, Mario Tortorici
D.T. Carlos Anido
Tito Cholín (Díaz Trezza ) , Rubén Bustamante, Caty Irigoyen, Andrés Negrette, Rubén Irbarborde, Luis Garabento, Juan Carlos “Laucha” Martínez, Polimeno, Miguel Herrera, José Tortorici, Néstor Javier “Cachi” Oriozabala.
Arquero Suplente: David Garrocho
Jugadores suplentes: Ortiz, Néstor Irbarborde (entró por Martínez) , Javier Medina, Mario Tortorici
D.T. Carlos Anido
ÁRBITRO: Mario Castorina.
NUESTRO HOMENAJE PARA TODOS LOS QUE YA NO ESTÁN.
Foto de Juan María Trezza, en ese entonces, corresponsal de La Mañana.
Foto de Juan María Trezza, en ese entonces, corresponsal de La Mañana.
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