25/8/20

 La Pulpería de Leguizamón

Por Lis Solé 

Dicen que las cosas están mal y es seguro que pueden ponerse peor por eso, no es necesario sólo contar tristezas y más cuando toda pena se alivia si se comparte con la familia y amigos.

Hoy el celular y el internet permiten estar cerca aunque se esté lejos, comodidad y privilegio que no fue así hasta no hace mucho tiempo y más en la población rural que sin radio ni televisión, sin internet ni celulares, pasaban meses o años sin tener siquiera noticias de sus seres queridos.

Cien años atrás, las distancias eran largas y pocos los lugares de reunión, por lo que las pulperías no sólo fueron un lugar de paso sino también centros de socialización, espacios devenidos en boliches y almacenes de ramos generales a causa del aumento de gente en el campo. Esencialmente las tradicionales pulperías del siglo XIX eran “lugares de beberaje”, espacios reducidos donde se podían tomar algunas copas, - incluso “a fiado” si era conocido del pulpero-, jugar a las cartas o a la taba, a las bochas, al choclón, participar en una carrera de caballos o cualquier otro juego con o sin apuestas.

 

LUGAR DE “BEBERAJE”

Las pulperías tienen su origen desde la época Colonial y a fines del 1800, se censaron 350 pulperías en la provincia de Buenos Aires[i]. La mayoría de ellas surgieron como postas de carretas y diligencias y ofrecían un descanso para los caballos, unos tragos, algo muy básico para comer y en casi todos los casos, disponían de un lugar para abrevar los caballos o la tropa antes de seguir viaje.     Se convirtieron en centro de reunión de cada zona y muchos empleados de las estancias se desviaban hacia la pulpería o boliche con demasiada frecuencia y no se presentaban en sus empleos. Como se sabe, el alcohol y el juego nunca fueron una buena combinación, y en las pulperías se armaban constantes peleas por lo que el gobierno prohibió la venta de bebidas alcohólicas en esos lugares así como gran parte de los juegos de azar.

Muchas pulperías cerraron pero otras se reciclaron y empezaron a vender cigarrillos, leña, velas, pólvora, bombachas, pañuelos, monturas, aperos y todo lo que no podía conseguir el peón de campo y su familia a varias leguas de los poblados.

Al referirse a estos lugares de la campaña bonaerense se confunden los términos de pulpería, boliche o almacén de ramos generales porque unos y otros son justamente los descendientes de la pulpería que se fue adaptando a la demanda. En General Alvear, las únicas dos “Pulperías” que aparecen en la historia y con ese nombre,son la pulpería de Ana Byrne[ii] y la de Leguizamón.

 

LA PULPERÍA DE LEGUIZAMÓN

Sin dudas la pulpería de Leguizamón estaba en un lugar privilegiado, en una esquina del Cuartel 4° de General Alvear sobre el Arroyo de Las Flores, paso obligado hasta bien entrado el siglo XIX para ir o venir de Alvear a Saladillo, a los parajes de Micheo, a “La Barrancosa” o por el otro lado a “Los Cuatro Caminos” en el cruce con la Ruta 205 vieja. Fue también lugar de paso y descanso de los arreos a las ferias organizadas por la firma Nomdedeu, Carbonell y Sivero, donde había que empezar a mover la hacienda a la medianoche para cargar en los vagones del ferrocarril, situación que a veces se complicaba cuando se cruzaban con el tren de pasajeros a Buenos Aires ya que la hacienda se espantaba y saltaba los alambrados.

Además, hay que tener en cuenta que el camino que venía pegado a la vía era el único que había a Saladillo hasta que se construyó la Ruta 51 que inexplicablemente, alejó a General Alvear de las rutas y de Saladillo así que, fuera a pie, en bicicleta, a caballo, en sulky o en lo que sea, pasar sin parar era casi imposible.

La pulpería se encontraba sobre una gran loma, -el albardón norte del “Arroyo de Las Flores”-, lugar que nunca se inundó y desde donde se visualizaba el desborde del arroyo hacia las chacras al norte del pueblo en épocas en que el “Las Flores” traía mucha agua.

 

EL PASO DE PIEDRA

Un arroyo, se cruza. Si hay un puente, mejor, pero si se lleva animales los capataces de tropa sabían bien que era mejor vadear un arroyo que exponerse a los peligros de un puente angosto de madera y más si a metros de la pulpería, el Arroyo de Las Flores tenía un paso de tosca natural no muy lejos del puente de fierro[iii]. Era un lugar firme por donde pasaban los arreos que venían desde Micheo, “Los Cuatro Caminos” o desde lo de Mathet en dirección a la Feria o a la Estación de General Alvear.

Si el arroyo estaba muy crecido no había otra opción que ir por el puente de madera que se encontraba a un lado del puente actual de material. Los chicos del vecindario iban a las escuelas del pueblo distante a 34 cuadras y a caballo, cruzaban el arroyo por ese paso de piedra para seguir costeando la vía hasta la Escuela Nacional N°161, ubicada enfrente de la estación del ferrocarril (hoy COMASA).

Rubén Illescas recuerda que venía a caballo desde la casa de sus abuelos, lo de Desiderio Carriquiry, y cruzaba el arroyo despacio y con conocimiento de los pozos, atento para no resbalar por las barrancas tan pintorescas del arroyo y sin caer en ese lodo pantanoso y resbaladizo característico que todo pescador ha sufrido.

 

PARADA OBLIGADA DE VUELTA A CASA.

A la vuelta de la escuela o del pueblo, la pulpería era parada obligada del vecindario. Con una sonrisa Oscar Agra contaba cuando volvía con su mamá para lo de Mathet y paraban a comprar algunos caramelos y Rubén Illescas recuerda que si tenía unas monedas se cruzaba a para comprar una Crush a la vuelta de la escuela, allá por la década del ´50.

Los caballos o el sulky se ataban a los palenques del frente y eran recibidos por Leguizamón o Emiliana firmes detrás de las rejas, a un lado de la bomba sapo, infaltable para lavar las copas usadas por los clientes.

Otra característica de las pulperías era su tamaño reducido: generalmente tenían un despacho no muy grande, de no más de unos 3 X 5 metros con una puertita chiquita al costado de rejas y con candado, por donde se pasaba a la cantina con piso de madera crujiente y cielo raso de pino tea.

 

CON REJAS PARA PROTECCIÓN DEL PULPERO.

Local sin rejas y mostrador, no es pulpería. Las rejas bien altas eran indispensables puesto que en épocas de discusiones y duelos, ellas protegían al pulpero de los clientes que en su mayoría, eran hombres rudos que bebidos y por costumbre de la época, armaban peleas casi sin motivo provocando heridas e incluso la muerte del paisano menos hábil o distraído.

Como la recuerda José Anoya, esa pulpería “era de películas” con sus rejas que cruzaban la pieza de punta a punta, sus puertas con trancas, las estanterías con botellas, la bomba sapo con pileta, la infaltable guitarra de tantas guitarreadas y el despacho con unas pocas mesas de madera completan una imagen que ha desaparecido, pero que ganaría con creces a la mejor película del oeste norteamericano.

 

DE LEJOS SE RECORTABA LA PULPERÍA SOBRE EL ALBARDÓN

Los recuerdos se mezclan y las décadas se acortan. Difícil saber desde cuando ha estado la pulpería allí pero las rejas y la construcción de paredes anchas y ladrillos asentados en barro la remontan a fines del siglo XIX.

Con el frente alto y ladrillo a la vista, se recortaba limpia y en un horizonte sin árboles; se veía desde lejos y si bien los recuerdos son vagos, coinciden que la pulpería tenía un frente alto, con una sola ventana con rejas que daba para el camino que va a Micheo y que correspondía a la pieza del pulpero o de la abuela Emiliana.  La puerta de entrada era alta y no tenía cerradura ya que se cerraba de adentro con dos planchuelas grandes de fierro, una arriba y otra abajo, muy fuertes, imposibles de tirar. Hacia “el puente de madera” no había ventanas y una puertita de alambre daba a la galería que miraba la salida del sol.

La calle que venía desde “el puente de madera” copiaba las curvas y contra curvas del arroyo, llegando a la pulpería que mantenía la línea oblicua del camino que dobla para Micheo. Antes de la doblada, había una tranquera por donde entraba el carro o el sulky, lugar donde en alguna época supo estar la cancha de bochas y al fondo, un galponcito que todavía está en pie, con portón de chapa y ventanas chiquitas con rejas.

 

EL MOLINETE DE MADERA

Algo que mucha gente antigua y no tanto recuerda son los molinetes de madera. Había en varios lugares de la ciudad y por supuesto, la pulpería tenía uno. Esos molinetes estaban hechos con dos maderas cruzada que giraban sobre un eje con el tamaño justo en la cruz para que pasar una persona… pero no un caballo y generalmente se encontraba en la entrada de lugares o recreos públicos como el cementerio o la plaza.

Es así que la entrada estaba siempre abierta, pero también cerrada para los animales. El molinete estaba en la entrada que daba para el arroyo.

 

LOS PROPIETARIOS DE LA PULPERÍA

Si bien los recuerdos más antiguos presentes se refieren al apellido Leguizamón, los archivos de Catastro Municipales revelan que ellos nunca fueron propietarios del lugar, aunque sí deben haber sido inquilinos.

El primer propietario del triángulo de 23 hectáreas se llamaba Ernesto Larraín[iv], propiedad que adquiere en 1929 José Desiderio Lescano y que vende en 1973 a los veterinarios Carlos Valerga y Ernesto Díaz Trezza con el fin de construir un Centro de Inseminación.

Pero ciertamente y por cuestiones propias de que no hay gente de más 100 años, el pulpero que se recuerda es Félix Leguizamón que en realidad se llamaba Manuel Rodríguez (1865-1915) casado con Bonifacia Aguirre de Rodríguez (1872-1945), ambos enterrados en el Cementerio de Alvear[v]. Manuel tiene varios hijos todos de apellido Rodríguez menos Félix que es Leguizamón (1890- ¿?) y protagonista de una historia que caracteriza la época: anotar a los hijos sin documentos en mano, a veces con mucho tiempo después de nacidos gracias a la gauchada de “algún amigo” que se llegaba hasta la Iglesia o el Registro Civil y lo anotaba con cualquier nombre y fecha.

Así fue que Manuel Rodríguez es conocido por Leguizamón, apellido que mantuvo durante toda su vida, casándose con doña Emiliana Garzón Newbery de Leguizamón (antes de Anoya) con la que tiene dos hijos Martín “el Rana” (1925-2019) y Julio “el Chingo” Leguizamón[vi].

Pero la historia es más larga y la familia grande. Doña Emiliana Garzón Newbery era hija de Emiliana Newbery (n. 1890) y Tomás Garzón y antes de casarse con Leguizamón, era la esposa de Omindo Anoya con la que tuvo 11 hijos, todos nacidos en General Alvear con la ayuda de la partera Meneca Moussompés.

 

LA ABUELA EMILIANA, PULPERA Y LAVANDERA

La “Abuela Emiliana” como muchos la recuerdan era la esposa de Félix Leguizamón. Su apellido era Garzón y tenia un parentesco con los Newbery por línea materna.

Ya viuda, continúa con haciendo quinta como hacía con su marido con un arado de mancera para cosechar verduras que llevaban en sulky a vender al pueblo. Además, lavaba ropa en una gran batea con bomba que estaba atrás del boliche, al final de la galería; una vez la ropa limpia y lavada con jabón “Azul”, la almidonaba y la planchaba quedando perfumada y muy blanca. Con ya todo acomodado, ataba el caballo y con un pañuelo en la cabeza, salía a hacer el reparto en el charret que tenía en la parte trasera pintada la frase: “En la nueva pampa… un caído se levanta”, esos dichos tan característicos de nuestra tierra que reforzaban valores y esperanzas. Uno de sus nietos, José Anoya, recuerda a “Cacho”, un caballo grande y pesado que tiraba del sulky, y las damajuanas de agua rica y dulce que traía desde la pulpería.

 

LA ESQUINA DE LA PULPERÍA HA CAMBIADO

La esquina ha cambiado y mucho. La pulpería ha sido reemplazada por una casa de campo de la familia de Tito “Cholín” Díaz Trezza, propietario que le da el nuevo nombre a la esquina y ya no pasan arreos pero es visita constante de los pescadores.

Hasta el puente de fierro del ferrocarril, el arroyo se mantiene tal cual pero a partir de allí, el cauce fue ensanchado considerablemente en la década del 80 con la intención de hacer un lugar turístico y las curvas del camino “que perseguían” al curso del agua, están menos pronunciadas. En lo alto de las barrancas los sauces plantados por Cholín en el año 86 le dan ahora un aspecto arbolado al solitario arroyo. El paso desapareció con los dragados y el camino paralelo a la vía ahora se ve más angosto por la cuneta que desagua el agua del pueblo.

Allí justo viniendo de Micheo estaba el paso de piedra mencionado, la pulpería de Leguizamón y más allá el puente de madera ahora de material…Ya nada es como antes pero no es difícil imaginar los arreos interminables, los gritos de los reseros y el chapotear de los animales cruzando el arroyo de madrugada, bien temprano.

Sentado en la barrancas y en silencio, seguro se podrá escuchar entre los murmullos del agua los sonidos criollos de melancólicas guitarras que el viento trae desde la pulpería, esa música antigua de épocas no tan lejanas de nuestra patria gaucha.

 

Agradecimientos:

  • Agradezco de corazón a las personas entrevistadas que sin retacear información ayudaron a armar este relato. Ellas son: Elvira Agra de Leguizamón, José Anoya, Oscar Agra, Polola Martínez de Wallace, Estela Villaverde de Díaz Trezza, Rodolfo Solé, José María Prieto, los hermanos María Alicia y Rubén Illescas, Pipo Rocha, Pedro Estrebou, Magdalena Quin.

Fuentes bibliográficas:

  • Calcedo, Claudia. Ana Byrne, pulpera. Saladillo. 2012.

https://www.saladillo.gob.ar/sites/default/files/ana_byrne_pulpera.pdf

  • "Argentina, Buenos Aires, registros parroquiales, 1635-1981," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:939D-KP9M-8T?cc=1972912&wc=9KMT-HZS%3A1019392201%2C1019391602%2C1019437801 : 11 October 2017), General Alvear > San José > Bautismos, defunciones 1875-1876, 1900-1906 > image 193 of 763; parroquias Católicas (Catholic Church parishes), Buenos Aires Province.
  • "Argentina, censo nacional, 1895," database with images, FamilySearch (https://familysearch.org/ark:/61903/3:1:S3HT-6QB3-KB9?cc=1410078&wc=M68T-13F%3A23938601%2C25198901%2C23957301 : 9 April 2016), Buenos Aires > General Alvarado > Cuartel 06 (Población rural) > image 31 of 48; Archivos Nacionales (National Archives), Buenos Aires.
  • Cabejas, Laura Leonor: “De la pulpería al almacén: pautas de consumo de los habitantes de la campaña bonaerense. Siglo XIX”.
  • Datos del Registro de las Personas y del Cementerio de General Alvear.

Fotos:

  • La esquina de la pulpería en la actualidad: hacia el frente el camino que costea la vía, a la derecha el cruce ferroviario que va a la Ruta 61 o 205 pasando por Los Cuatro Caminos o las estancias de Mathet, a la izquierda, la pulpería hoy casa de la familia Díaz Villaverde.
  • De izquierda a derecha: arriba, Emiliana Josefa Garzón Newbery de Anoya (después Leguizamón). La madre de Emiliana, Bonifacia Aguirre de Rodríguez. La hija de Emiliana Garzón, Beatriz Anoya, Lucía Fernández Anoya, y los de abajo, los chicos Héctor Degue y Carlos Mac Dougal, nietos de Emiliana. Foto gentileza de José Anoya.

 

 

[i] Picerno, Javier. Editorial Planeta.

[ii] LA PULPERIA DE ANNA BYRNE

Anna Byrne aparece como pulpera y propietaria de un negocio firmando la petición de creación del Fortín Esperanza en 1853. Pertenecía a los comerciantes y estancieros que se encontraban en la línea de frontera expuestos a los ataques de los indios. Su nombre verdadero era Hannah Broksopp, viuda de Byrne y actualmente, la pulpería estaría sobre tierras de Saladillo.

Al fallecer Anna Byrne, comienza una larga Testamentaria en donde se hace un inventario de lo que se encontraba en la pulpería que refleja gran parte de las necesidades y costumbres de la campaña bonaerense cuando fue creado el Pueblo Esperanza (Calcedo, Claudia).

[iii] Puente de fierro del Ferrocarril General Roca construido en 1897.

[iv] ERNESTO LARRAIN (1887-?) era hijo de Jacob Larrain, nacido en 1837 y censado en 1895 en La Plata. En ese momento su padre Jacob tenía 48 años y Ernesto, 8. Su madre se llamaba María Debroux, de 30 años en 1895 y tenía 5 hermanos más: María Zelmira (12 años), Leonor (10 años), José Valentín (6 años (Arturo (3 años) y Luis María de 1 año. En la misma casa donde vivían había tres personas de servicio: Ramona Martel de 14 años, Francisca Rodríguez de 16 años que no sabía leer y María Larrondo, también sirvienta, italiana de 39 años. Ernesto Larrain se casó (34 años) con Sara Santa María de 32 años y en 1921 bautiza a su hija Carmen Sara en la Iglesia Nuestra Sra. del Rosario, en Azul.

[v] Ambos aparecen en el Censo de 1895 como Manuel Rodríguez Leguizamón y Bonifacia Leguizamón.

[vi] La versión que nos cuenta el Censo de Nacional Argentino de 1895, fue que Manuel Leguizamón Rodríguez (1865-¿?), -de 30 años en 1895-, estaba casado con Bonifacia Leguizamón (1872-¿?) de 23 y tenían un hijo, Martín Leguizamón Rodríguez de cinco años (1890-¿?), y eran padres de otros tres niños en ocho años de matrimonio. Manuel era santiagueño y Bonifacia de Buenos Aires. En el momento del Censo se domiciliaban en el Cuartel VI, paraje el Chumbeao y el empadronador era José M. Arredondo, el director del diario “La Reacción”. Declara como profesión: Pastor. Según recuerda Elvira Agra, -esposa de Martín Leguizamón (el Rana)-, Bonifacia Aguirre de Rodríguez o Leguizamón, era hermana de Félix. En los Censos y genealogías aparecen varios con los nombres Félix, Martín o Manuel de edades parecidas y apellidos mezclados. Puede ser que haya habido casamientos entre hermanos y parientes y por eso, se confunden las personas pero se respetan los nombres y recuerdos de Elvira porque ella conoció y atendió a gran parte de la familia Leguizamón.

Picerno, Javier. Editorial Planeta.

[1] LA PULPERIA DE ANNA BYRNE

Anna Byrne aparece como pulpera y propietaria de un negocio firmando la petición de creación del Fortín Esperanza en 1853. Pertenecía a los comerciantes y estancieros que se encontraban en la línea de frontera expuestos a los ataques de los indios. Su nombre verdadero era Hannah Broksopp, viuda de Byrne y actualmente, la pulpería estaría sobre tierras de Saladillo.

Al fallecer Anna Byrne, comienza una larga Testamentaria en donde se hace un inventario de lo que se encontraba en la pulpería que refleja gran parte de las necesidades y costumbres de la campaña bonaerense cuando fue creado el Pueblo Esperanza (Calcedo, Claudia).

[1] Puente de fierro del Ferrocarril General Roca construido en 1897.

[1] ERNESTO LARRAIN (1887-?) era hijo de Jacob Larrain, nacido en 1837 y censado en 1895 en La Plata. En ese momento su padre Jacob tenía 48 años y Ernesto, 8. Su madre se llamaba María Debroux, de 30 años en 1895 y tenía 5 hermanos más: María Zelmira (12 años), Leonor (10 años), José Valentín (6 años (Arturo (3 años) y Luis María de 1 año. En la misma casa donde vivían había tres personas de servicio: Ramona Martel de 14 años, Francisca Rodríguez de 16 años que no sabía leer y María Larrondo, también sirvienta, italiana de 39 años. Ernesto Larrain se casó (34 años) con Sara Santa María de 32 años y en 1921 bautiza a su hija Carmen Sara en la Iglesia Nuestra Sra. del Rosario, en Azul.

[1] Ambos aparecen en el Censo de 1895 como Manuel Rodríguez Leguizamón y Bonifacia Leguizamón.

[1] La versión que nos cuenta el Censo de Nacional Argentino de 1895, fue que Manuel Leguizamón Rodríguez (1865-¿?), -de 30 años en 1895-, estaba casado con Bonifacia Leguizamón (1872-¿?) de 23 y tenían un hijo, Martín Leguizamón Rodríguez de cinco años (1890-¿?), y eran padres de otros tres niños en ocho años de matrimonio. Manuel era santiagueño y Bonifacia de Buenos Aires. En el momento del Censo se domiciliaban en el Cuartel VI, paraje el Chumbeao y el empadronador era José M. Arredondo, el director del diario “La Reacción”. Declara como profesión: Pastor. Según recuerda Elvira Agra, -esposa de Martín Leguizamón (el Rana)-, Bonifacia Aguirre de Rodríguez o Leguizamón, era hermana de Félix. En los Censos y genealogías aparecen varios con los nombres Félix, Martín o Manuel de edades parecidas y apellidos mezclados. Puede ser que haya habido casamientos entre hermanos y parientes y por eso, se confunden las personas pero se respetan los nombres y recuerdos de Elvira porque ella conoció y atendió a gran parte de la familia Leguizamón.

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