Historias Familiares de Raíces Indias
Por Lis Solé
La historia de “La Blanca”, una de las esposas de Catriel que mezclan lo imaginario con lo real pero que explican las raíces y existencia de la familia alvearense Espinosa Merino.
La historia de “La Blanca”, una de las esposas de Catriel que mezclan lo imaginario con lo real pero que explican las raíces y existencia de la familia alvearense Espinosa Merino.
Hay historias que casi parecen de leyenda, historias que se han transmitido por generaciones y nunca se han corroborado; esas historias permanecen en la familias y explican la supervivencia de los pueblos originarios, producto del mestizaje a través de los años, personas de raíces indias que viven en los pueblos algunos con los apellidos originales pero la mayoría, con apellidos de inmigrantes.
LA HISTORIA DE “LA BLANCA AYLÉN”
La historia empieza con los últimos malones en el partido de Las Flores cuando los indios de Catriel invaden un caserío y se llevan a “Ailén”, “Aylén” o “Ayelén”, nombre femenino de origen mapuche con el que bautiza Catriel a la cautiva “La Blanca” cuyo significado es 'alegría' o 'mujer feliz'. “La Blanca” Aguirre Pintos era una vasca francesa hija del dueño de un almacén de ramos generales que fue llevada a la tribu que habitaba la zona de Tapalqué y Azul.
En las tolderías y en el año 1854, nace la hija de “la Blanca” Aguirre Pintos y Cipriano Catriel, Sofía quién es la que va contando a su descendencia la historia de sus padres. Sofía, y vaya a saber por qué azares de la vida, llega a General Alvear donde se casa con Miguel Caminos, soguero y herrero en “El Cinco” de Monti con quién tiene una hija a los 29 años, Jacinta Ramona Caminos Aguirre, nacida el 16 de agosto de 1883 en General Alvear y bautizada el 13 de septiembre en la Parroquia San José.
La “abuela” Jacinta Ramona se encarga de mantener viva la historia que cuenta a su hija, María Antonia Caminos Vásquez que nace en General Alvear en 1911y que queda con su mamá protegidas por la “madrina”, doña Carmen Basabe, una señora que vivía en Alvear en la esquina de Mitre y Sarmiento.
María Antonia Caminos repiten la historia de la “Blanca Aylén” a sus hijos y nietos, relato que ya ha pasado por tres generaciones, grabado con detalles que se van perdiendo con el tiempo y que pasaron a su larga descendencia, la familia Espinosa Caminos.
CIPRIANO, HOMBRE DE DOS MUNDOS
Cipriano Catriel (1836-1874), el esposo de “La Blanca Aylén”, es considerado hijo de una cautiva blanca con Catriel “El Joven”, cacique que mantuvo buenas relaciones con los blancos de quienes aprendieron a “criar ovejas, caballos y a sembrar sus propias tierras con maíz y avena”.
Cipriano había asumido el mando de su tribu en 1866 y colaboró en la defensa de la Frontera Sud ubicada al sur del Río Salado frente a otras tribus hostiles pero, - y siempre hay peros de corrupción y abuso de poder en los gobernantes argentinos-, el Comandante de la frontera sur, Coronel Elías, se retrasaba en los pagos a los guerreros catrieleros que prestaban sus servicios, las raciones desaparecían y los malos tratos se repetían los que provocaron los malones que llegaron hasta Las Flores, pueblo donde fue cautiva “La Blanca”.
En 1870, el coronel Elías firma un pacto con Catriel pero, en 1871, los caciques Manuel Grande, Chipitruz, Ramón López, Cachul, Maica, y Cafulquir entre otros se sublevan ante el despotismo de Elías. Cipriano, continúa leal al Gobierno de Bs. As. y cerca de Alvear, participa con sus lanceros en 1873 en la batalla de San Carlos de Bolívar junto a las tropas del General Rivas venciendo al cacique Calfucurá.
Acampado en Azul e inducido por Mitre, Catriel entra en la rencilla política aconsejado por el general Rivas lo que produce la discusión con su hermano Juan José Catriel que lo acusa de traidor. Cipriano no llega a sumarse a las fuerzas de Mitre ya que fue apresado por el comandante Hilario Lagos y, -a pedido de su hermano que estaba en ese momento “en el equipo ganador”-, es liberado desarmado, ocasión que aprovecha el mal hermano para hacerlo lancear atado con guascas de cuero en las muñecas junto a su amigo y lenguaraz, Santiago Avendaño.
Víctima de las nefastas luchas de poder siempre actuales pero en las que antes se pagaban con la vida, Cipriano muere en manos de los de su propia sangre.
MARIÑANCÚ, EL INDIO BLANCO
El nombre de Cipriano era Mariñancú, que significa “diez águilas” o “aguilucho” y desde joven demostró inteligencia y sagacidad para moverse “entre los cristianos” por lo que su padre lo envió como embajador en Buenos Aires, Paraná y Salinas Grandes. Ya cacique demostró una actuación pacificadora y estableció fuertes lazos sociales y comerciales como estanciero en Azul considerándose indio argentino leal al Gobierno.
Estanislao Zevallos decía que Cipriano era uno de los indios “más arrogante, hermoso y de salvaje continente” que había conocido. Cipriano tenía una casa en Azul e inducía a su tribu para que siguiera los ritmos de la civilización. Era alto y propenso a engordar, vestía como los gauchos con poncho, chiripá y botas duras de cuero, sin barba, con chambergo, pañuelo al cuello, faja pampa y corralera evidenciándose su ubicación entre el avance del blanco que intentó imitar y por el otro lado, la sangre india y su origen bravío.
A pesar de sus costumbres cristianas y aunque entendía el español, permaneció analfabeto y se servía de su lenguaraz Avendaño para escribir las cartas que firmaba con un sello personal de tinta o lacre con su nombre y apellido, con marca de ganado propia y recorriendo el campo en una break o volanta.
LAS HISTORIAS DE LA ABUELA JACINTA
El historiador Durán[i] y nobleza obliga decirlo, dice que a Cipriano Catriel se le conocieron solo tres esposas: Eufemia, Rafaela Burgos y Lorenza Toribio y que bautizó a algunos de sus hijos en Azul. No nombra a “La Blanca” y a su hija Sofía pero la historia no está toda escrita y más cuando hay testimonios orales de varias generaciones que lo afirman.
Muchos investigadores han relatado hechos reales que bien podrían explicar el desconocimiento de muchos nombres de cautivos y sus hijos. Por ejemplo, el Dr. Ras en “La Lejanía” cuenta cuando la cautiva Manuela se rebeló contra su suegro que no quería llevar a sus hijos indios. Otro escritor relata que los vendedores ambulantes sólo podían tratar con las indias y no con las cautivas por la sencilla razón de que los indios eran muy desconfiados y sospechaban de huidas o pasaje de información.
Ciertos historiadores cuentan que un mercachifle le sugirió a Catriel de llevar de visita a una cautiva con su familia originaria con la promesa de devolverla; increíblemente y a pesar del permiso, “la blanca” no quiso ir argumentando que ya no podía volver al lugar donde sería mirada como un objeto de estudio o desprecio y que prefería quedarse con sus hijos en la tribu.
Cuando un blanco era cautivado -o al revés-, y un día devuelto a su la población, perdía la categoría de integrante de su propia gente. Era así que los blancos no eran aceptados por su familia blanca ni los indios por los de su misma raza, más en el caso de las mujeres que quedaban embarazadas y los hijos con rasgos indios o blancos eran considerados como de raza inferior.
Además de los prejuicios, también hay que tener en cuenta la influencia del catolicismo y el permiso de Catriel que para congratularse con los blancos o demostrar su amistad, había autorizado que la Iglesia Católica a través del padre Salvaire, procediera a los bautismos y a la evangelización. Uno de los preceptos más estrictos de la Iglesia y más en esa época, era el de mantener una sola esposa y en consecuencia, los caciques para no chocar con el “pensamiento blanco”, blanqueaban sólo a algunas mujeres y ocultaban o marginaban a las otras y que es lo que puede haber sucedido con “La Blanca Pintos”.
Falta revisar más archivos, constatar fechas y cotejar datos ya que la historia nunca termina de contarse siendo quizás éste sólo el principio de una mucho más larga. La decisión de no olvidar a “La Blanca” estuvo presente con orgullo en la familia y su relato nos remite a un pasado que evidencia el mestizaje sucedido en esta tierra y que ofrece un testimonio real familiar de raíces indias.
Agradecimiento especial a Susana y Gabriel Espinosa por compartir la historia de la familia.
Bibliografía:
- Durán, Juan Guillermo. La revolución mitrista y la trágica muerte del cacique Cipriano Catriel (Olavarría 1874). Un aporte documental. Temas de historia argentina y americana Nº 23, 2015.
- Ras, Norberto. La lejanía. La saga de las pampas 1. Buenos Aires. 2006.
- Herro, Osvaldo. La frontera del cuero. 2000.
- Langiano, María del Carmen. Identidad y género en la frontera al sur del río Salado bonaerense en el siglo XIX. 2008.
- Merlo, Julio. La complejidad social de las parcialidades indígenas que habitaron Salinas Grandes. 10º Encuentro de Historia y de Arqueología postconquista de los pueblos al sur del Salado. Compilado por Juan W. Wally. Buenos Aires. Comisión Municipal de Estudios Históricos y de Arqueología Histórica de Olavarría, 2008.
IMÁGENES
- Familia Espinosa Caminos. Parado, en alto y atrás: Juan Carlos Espinosa. Traje clarito, parado a un costado: Agustín Rodolfo Espinosa (el mayor y padre de Gaby, Luis, Eduardo, Agustín “Coqui” R.).Sentadas: María del Carmen, Ilda Raquel. Al frente apoyado en el Papá Carlos Agustín Espinosa: Luis María. En brazos de la madre María Antonia Caminos: Hugo Alberto. En esta fotografía faltan las nenas aún no nacidas Elsa y Susana Beatriz Espinosa Caminos de Merino. Agradezco a Susana Espinosa y Gabriel Espinosa por compartir la historia y confiar la documentación.
- Cipriano Catriel. Foto de Internet.
- Casa del Cacique Cipriano Catriel en Azul. Provincia de Bs.As.- Foto de Internet
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