El día en el que el ataque de un tiburón le cortó el almuerzo a un bañero de Miramar
Sucedió en enero de 1954. Un turista casi pierde una pierna y un brazo. Medio siglo después una mujer fue mordida por otro tiburón muy cerca de allí. Son los únicos dos incidentes con estos animales en costas argentinas.
Por Marcelo Metayer, de la Agencia DIB
Una de la tarde de un día de verano. La playa estaba tranquila. El bañero puso la bandera roja que anuncia la prohibición de bañarse y se dispuso a almorzar un sándwich con un vaso de vino. Lo de siempre. Pero pocos minutos después el agua se agita. El hombre aguza la vista. Dos jóvenes salen corriendo del mar a los gritos. El bañero se mete y nada con energía. A setenta metros de la orilla alcanza a otro nadador. Está rodeado de un círculo rojo: sangre. Lo toma y lo lleva hasta la costa. Un brazo y una pierna están destrozados. Tiene marcas de dientes de tiburón.
El párrafo anterior parece el principio de una película. Pero ocurrió en la realidad hace casi siete décadas. Es uno de los dos ataques registrados de tiburones en la costa argentina, y ambos fueron en el litoral marítimo bonaerense en lugares muy próximos. El episodio narrado, que tuvo como víctima un joven, sucedió el 22 de enero de 1954 en Miramar, mientras que el segundo ataque tuvo lugar el 16 de enero de 2005 en Mar del Sud y la que salió lastimada fue una mujer. Los hechos son tan raros que aún siguen presentando interrogantes: de dónde habían venido estos animales, y por qué peces de aguas calientes se acercaron tanto a costas donde el mar está tan frío.
El primer ataque tuvo tres protagonistas: Alfredo Aubone, un turista de 18 años; Ángel Fulco, el guardavidas; y el escualo, un tiburón tigre blanco. Ese día había comenzado como tantos otros y nada hacía sospechar lo que vendría mientras Fulco disfrutaba su vino. A la una y pico, minutos después de que el bañero se dispusiera a almorzar, Aubone pasó con dos amigos y lo saludó. Fulco sabía que eran buenos nadadores y no se preocupó. Alfredo, Guillermo y José María se metieron al mar y llegaron hasta unos 70 metros de la orilla, que descendía suavemente. Tanto, que el agua allí solo tenía dos metros de profundidad.
Según el relato de medios locales después del incidente, el primero en ver algo fue Guillermo. Primero una sombra gris que avanzaba a gran velocidad, después la aleta que sobresalía del agua. Y luego vio a Alfredo, que hacía la plancha, hundirse de golpe. El joven decidió volver hacia la playa para advertir al bañero. Llegó lívido y le gritó: “¡A Alfredo se lo está comiendo un tiburón!”. Fulco se arrojó al agua y nadó mar adentro, incrédulo.
Mientras tanto, Alfredo sintió primero que una fuerza desconocida lo arrastraba al fondo. Después, un tirón en el hombro derecho. Logró salir a la superficie y otra vez, hacia abajo. Ese algo tenía agarrada su pierna, la sacudía, la destrozaba. Cuando llegó Ángel, tomó a Alfredo, le puso el salvavidas y lo llevó hasta la orilla. El tiburón se fue.
Alguien puso una lona en la arena y allí depositaron al muchacho. La multitud quedó horrorizada: el brazo derecho estaba colgando de algunos tendones y la pierna izquierda era un amasijo de carne por donde se veían los huesos. Enseguida lo transportaron al Hospital de Miramar, donde fue operado durante largas horas. Alfredo sobrevivió pero su cuerpo quedó repleto de cicatrices. La historia salió en todos los diarios. Así, Crítica tituló: “En brava lucha con un tiburón, un bañista enfrentó la muerte”.
Llegó la película
Más de 20 años después del hecho resurgió el interés por los ataques de estos animales a raíz del estreno, el 31 de julio de 1975 en nuestro país, de la película “Tiburón” (“Jaws”), de Steven Spielberg.
Un periodista y un fotógrafo de “Gente” fueron hasta Miramar y lograron dar con Fulco. El hombre contó que el tiburón fue visto al día siguiente del ataque a Alfredo, pero más adentro, y luego desapareció. Durante varios días nadie quiso entrar al mar: “La gente tenía miedo. Después, poco a poco, le fueron tomando confianza otra vez. Pero en cuanto los rozaba algo, un papel, un alga, salían corriendo del agua a los gritos”.
En la revista comentan la hipótesis más plausible en cuanto a la aparición del tiburón: habría venido detrás de la estela de un portaviones estadounidense llegado a Mar del Plata un mes antes del ataque. “El tiburón sigue la estela del motor, que mantiene caliente la temperatura del agua; además, tiene la comida asegurada con los desechos del barco”, escribió el cronista de “Gente”.
La que se acercó demasiado
De Mar del Plata hay 45 kilómetros hasta Miramar. Entre Miramar y Mar del Sud hay menos de 20. En esa segunda localidad ocurrió, a casi cincuenta años del ataque a Aubone, y a treinta del estreno de la cinta de Spielberg, el segundo y hasta ahora último incidente con un tiburón en playas de la provincia de Buenos Aires.
Como el primero, también fue un soleado día de enero, pero en este caso, un 16. María Alejandra Oliden, oriunda de 9 de Julio, vacacionaba todos los años en Mar del Sud. Según recordó años más tarde, venía caminando por la playa cuando vio que unos pescadores sacaban de su embarcación un tiburón toro, lo arrojaban a la playa, lo remataban de un tiro en la cabeza y lo abandonaban allí para volver al mar. Era un procedimiento común con animales grandes.
La escena molestó a la mujer, que se acercó a ver el estado del tiburón. Estaba mirándolo, a menos de medio metro de distancia, cuando llegó una ola que tapó sus pies y al animal. “El golpe de agua despabiló al tiburón, que estaba vivo; da un giro veloz, abre su boca, muerde mi pie y lo presiona con una fuerza inimaginada, como si hubiera pisado una trampa para osos”, contó al periodista Facundo Di Genova, autor del libro “En el lejano sudeste”, sobre historias de Mar de Sud.
Oliden le hizo señas a su marido, que estaba a unos cien metros, y con mucho cuidado pudieron sacar el pie de la boca del escualo, con tres filas de dientes afiladísimos.
La llevaron al Hospital de Miramar y allí quisieron coserla, pero ella se negó. Se quedó todo el resto del verano haciéndose curaciones en el pie. Mientras tanto, charlaba con el guardavidas del balneario Cocoloco de Mar del Sud. Era el hijo de Ángel Fulco. A veces parece que algunos hechos se repiten de forma misteriosa, como las mareas. (DIB) MM
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