20/5/23

 La experiencia en Malvinas de un piloto    de helicóptero

Instituto Argentino de historia militar, enviado por Nestor Papa



MI EXPERIENCIA EN MALVINAS. RECUERDOS DE UN PILOTO DE HELICÓPTERO

1982 - 2023

Por el Teniente General (R) VGM Ricardo Luis Cundom (*)

Llega abril y los recuerdos empiezan a regresar. Imágenes, sonidos y      voces que están congelados en el fondo de mi alma cobran vida. Siempre brumosos, se ven más nítidos y me hacen reflexionar. Ante un pedido de        mi amigo el Presidente del Instituto de Historia Militar del Ejército intentaré presentar con algún orden estos recuerdos que me acompañan desde        1982, a veces entre sombras, con el solo objetivo de compartir mis      vivencias con los camaradas y amigos.

Llegué a Malvinas luego de varias peripecias propias de la situación. El            2 de abril me encontraba dando instrucción en el núcleo organizado en          el Regimiento 3 de la Tablada. Inmediatamente me presenté al jefe de    Batallón pidiéndole unirme al grupo que partía hacia el sur. Me respondió    que ya no era posible, pero que en breve lanzaría otro elemento. Efectivamente así ocurrió, se conformó un segundo grupo de helicópteros UH-1H que partimos para el sur el 23 de abril. Volamos de Campo de Mayo a Trelew.

El 24 de abril despegamos para Puerto Deseado para embarcarnos en el Buque mercante Córdoba que partiría el 25 para Malvinas con pertrechos militares. Transportaba planchas de aluminio para el alargue de la pista, cinco vehículos Sk-105, a cargo de mi compañero Tirso Brizuela, más un sistema Roland de defensa aérea. En el febril trabajo del buque pudimos embarcar el Augusta de Victorio Fontana y el AE-416 que yo volaba.      Durante ese día hubo mucha confusión, el Capitán del Córdoba fue      relevado por su segundo a lo que se sumó mucha tensión porque a pesar      de ser una misión secreta, la radio Montevideo informaba de la salida del Córdoba con pertrechos para Malvinas. Conclusión, el 26 se canceló la zarpada, desembarcamos los helicópteros y nos fuimos para Comodoro.

Nos asentamos en Diadema Argentina, una localidad que conocía bien por    mi paso por el RI 8. Desde que llegué intenté subirme a algún avión que          iba a Malvinas. Dos veces embarqué en un Hércules, pero en los dos      intentos el avión fue rebotado por el control aéreo debido a la presencia        de aviones o barcos sobre Puerto Argentino. La tercera fue la vencida y          el 5 de junio entramos a la isla y me sentí muy agradecido. Primero, con        los arriesgados pilotos de la Fuerza Aérea que nunca dejaron de intentar        el vuelo, a tal punto que los británicos se sorprendieron de que hasta el último día se mantuvo ese puente aéreo. De los tres vuelos saqué la conclusión de que se trataba de una evaluación de riesgo muy fina,          donde primaba el cumplimiento de la misión.

Despegábamos y al entrar en la zona de peligro el avión se pegaba al mar, prendía su radar cada tanto para ver que había adelante y navegaba con    esas evaluaciones sobre la marcha. Coraje puro de la tripulación, la      oración de los eventuales pasajeros y el manto de la Virgen que nos    protegía.

En ese vuelo llegamos a Malvinas el Teniente Civitillo, el Teniente Primero Victorio Fontana, el Vasco Sagristá y yo. Civitillo regresó inmediatamente,    no conozco las razones, con otros pilotos y mecánicos cuando aún no se vislumbraba el final de la guerra. Fontana se reunió con la compañía de A- 109 al mando de Martín Rubio y yo con la que estaba al mando de Jorge Svendsen. A pesar de que mi experiencia fue breve, nunca dejaré de agradecer el haber servido a órdenes del Picho Svendsen, un soldado      cabal. Me uní a los "Marchonguis," denominación autoimpuesta, que habitaban para esa época en la casa de un poblador, alquilada en Puerto Argentino. Me impactó la organización doméstica, aprovechando los      cuartos donde dormíamos en el suelo con nuestro equipo de campaña.            El Apa Medina, un destacado suboficial tomó las riendas de la cocina y      nunca olvidaré las cosas ricas que allí probamos, elaboradas con amor        por un querido camarada, fallecido hace poco.

Sobre los detalles culinarios, agrego que un día el Navy Anaya llegó con        un queso gigantesco sobre un tractor Trilectron que no sé dónde      consiguió. El queso estaba en la entrada y todo el mundo se servía libremente. Varios camaradas que bajaban de la primera línea se llevaron porciones para sus hombres. Esto revela uno de los graves problemas logísticos de la defensa, que no se pudieron solucionar. Los primeros        días recibimos exposiciones de los pilotos sobre la situación, consejos apoyados en la experiencia, hicimos reconocimientos y enseguida, el 8          de junio cumplí la primera misión. A las cuatro de la tarde, con el sol    cayendo despegamos de Puerto Argentino hacia el norte. En el monte        Low recogimos una sección del Regimiento 4 de Infantería, al mando del Subteniente Silva. Cuando aterrizamos en el hipódromo, una cancha de cuadreras bautizada por nosotros, Silva le dijo a Manucho Sánchez        Mariño, a quien conocía, que estaba contento porque hacía dos meses        que no dormía en una cama. Así fue, pudo darse el gusto, pero al día siguiente lo transportamos con su sección a las posiciones de Dos Hermanas donde se presentó al Capitán López Patterson. En una visita            a las posiciones del General Jofre, López Patterson había pedido        refuerzos y allí fue el Sapo Silva. La posición que ocupó no fue atacada,      pero luego le ordenaron unirse al BIM 5. En un contraataque que lanzó          esta Unidad, Silva ofrendó valerosamente su vida. Encontraron su cuerpo aferrado a su fusil, imagen eterna del infante que se replicó en todas las trincheras.

Ese día recibimos nuevas misiones. A las 16 horas, volamos a las      posiciones de Twelve O'Clock con cuatro helicópteros para recuperar          una Sección del Regimiento 4 de Infantería. Aterrizamos de noche en el hipódromo con los soldados. A partir de allí prácticamente no paramos.          El 9 de junio temprano a la mañana llevamos a esa sección al cerro Dos Hermanas. El 11 de junio volamos varias veces dentro del perímetro de Puerto Argentino, aterrizando algunos en el hipódromo y otros en la casa      del gobernador. Ese día un helicóptero, el AE- 409 realizó diez vuelos        desde el Hospital al Buque Bahía Paraíso, evacuando a 26 heridos y      material médico. El 12 de junio volamos desde el hipódromo a Moody      Brook, trasladando una sección de armas pesadas con su munición del Regimiento 3 de Infantería. Ese vuelo fue interrumpido por el fuego de artillería que, entre otras cosas, destruyó el AE-418 del teniente Sánchez Mariño.

Cuando aterrizamos, un proyectil cayó muy cerca y la onda expansiva desestabilizó mi aeronave. Por suerte el UH-1H es, como decimos los aviadores, "perdona vidas".

Al mediodía despegamos hacia Monte Low donde levantamos a una      sección del regimiento 4 y los transportamos a Puerto Argentino.            Cuando llegué al helicóptero, el Sargento Carlos Verolín me quiso echar: "este es el helicóptero de Sabin Paz", me dijo sonriendo. "Charly, déjate          de hinchar", fue mi respuesta. Ni bien despegamos con Verolín de          copiloto y el Cabo Primero Walter Aloiso como artillero de puerta empezó      el bombardeo. Veíamos las explosiones a los costados, comprendimos          que estábamos en zona batida, pero la Virgen de nuevo nos indicó el    camino. Nos pegamos a la ría y salimos de allí. Yo fumaba en esa época y volaba con el cigarrillo en la comisura del labio. En un momento el      cigarrillo empezó a echar chispas y Verolín me dijo: "se le va quemar el bigote." Nuevamente respondí: "Charly, déjate de hinchar." Estas conversaciones en medio del combate son motivo de risas, pero tal vez oculten el stress que sufrimos. De cualquier manera, esos recuerdos me acompañan, así como la sonrisa juguetona de Charly Verolín, un buen suboficial que dejó muy pronto la carrera militar. Aprovecho para          destacar la importancia de nuestros mecánicos en las operaciones.        Fueron nuestros auxiliares y consejeros directos en el conflicto, compartieron las aventuras aportando su fortaleza y profesionalismo.    Fueron esenciales para que la Aviación cumpliera con las misiones. Hoy        son nuestros hermanos.

El 13 de junio a las 9 de la mañana un Puma trasladó personal desde      Twelve O'Clock a Puerto Argentino. El final se acercaba. El 14 de junio volamos hacia la casa del gobernador donde los helicópteros quedaron          ya en poder del enemigo. Otros helicópteros realizaron transporte de        heridos al Hospital Militar. El 15 de junio el AE- 413 transportó a heridos          al Rompehielos Alte. IRÍZAR. El AE - 409 se dirigió a Monte Round, donde recuperaron a una patrulla del Regimiento 7 al mando del Subteniente    Selser. Hubo que convencer a este oficial porque no quería rendirse. Llorando subió al helicóptero con sus hombres. El 16 de junio        nuevamente se transportaron heridos al Rompehielos Almirante Irizar. El        19 de junio el entonces capitán Luzuriaga realizó un riesgoso rescate de    todo el personal de Aviación del Ejército al Rompehielos. Quedaron prisioneros un oficial y seis suboficiales que regresaron un mes después.

En este espacio apenas puedo mencionar los aspectos que me resultaron importantes de los intensos días que viví en Malvinas, nota menor al lado      de todo lo que la Aviación del Ejército realizó durante la guerra. Solo queda rendir homenaje a nuestros muertos, los héroes de esta historia a quienes veneramos. A los veteranos y sus familias saludo en estas fechas tan      íntimas con afecto de soldado. Dios los bendiga.

(*) Durante la Guerra de Malvinas con el grado de Teniente se desempeñó      en el Batallón de Helicópteros del Ejército Argentino.


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