16/8/16

Los Tres Monos. Por Lis Solé.


Hay una palabra que no se usa mucho: EMPATÍA. No se usa, no se pone en práctica y es increíble el daño que provoca. Empatía es la capacidad de ponerse en el lugar del otro… Como se dice, caminar en sus zapatos. Es cuando hablamos de personas, de sentimientos, de solidaridad, de caridad… Palabras que tenemos miedo de pronunciar porque enseguida nos etiquetan de locos o tontos… En esta época de egoísmo y total “a mí no me conviene o no me incumbe”, la empatía es una mala palabra. O peor todavía, muchos aseguran que les conmueve el dolor de sus vecinos y familiares, pero demuestran con sus acciones que no les importa nada…La indiferencia… El no querer saber qué te pasa, qué necesitas o qué te falta… El no contestar un mensaje, no responder a una pregunta, no escribir una carta, no atender un pedido, no cumplir con compromisos… Ausencias en la familia, en las parejas, en las administraciones… Ausencias que se repiten por falta de amor…
Entonces, aparecen corazas que insensibilizan, armaduras para que no duela… o simplemente caretas para que los demás no vean todo lo que se llora por dentro…Y así se pierde la capacidad de volar.
Estamos en la época de Los tres Monos insensibles: no hablan, no ven, no escuchan… El yo no me meto en nada ni me importa está en vigencia: hago lo que me conviene. Pero encerrarse en sí mismos es peligroso para crecer y más cuando está involucrado el bienestar común. Gracias a Dios hay excepciones que calientan el alma y hacen ruido como dice el Papa Francisco. Personas que no se quedan en monos y no se visten de seda esperando que los demás se rían de sus monerías o peor, sonriendo vanamente y aprobando hasta lo irreverente.
Cierto es que somos imperfectos y nos sale de adentro la necesidad de ser reinas y que nos peinen y peinen como dice mi admirada María Elena Walsh. Pero el sentido común y la lucha por el bien general debe estar por encima de eso: hay que hacer un esfuerzo todas las mañanas para sustraerse a esa imperfección, luchar cada día más no permitiendo que aflore ni crezca la miseria humana.
Y ése es el valor agregado que deben tener nuestros gobernantes: darse cuenta que de sus acciones dependen personas. El progreso viene de la mano de la empatía: el ver, con su envestidura y sabiduría de autoridad, que estén cubiertas las necesidades básicas del pueblo del que es responsable: el agua, la luz, el gas, las cloacas… Necesidades físicas y también las necesidades del corazón: la familia, las raíces, la identidad, la cultura, la educación… De otra manera, sencillamente no podremos crecer como sociedad.
Es deber del Gobierno el ser cauteloso con las medidas que se tomen. Estas decisiones deben ser pensadas, analizadas, discutidas, consensuadas desde distintos y cada uno de los aspectos, atendiendo al desarrollo integral de todos, poniéndose en el lugar del otro…. Escuchar la opinión a los especialistas, atender a las inquietudes y sugerencias con humildad y apertura… Vemos pueblos que crecen, y otros que no, dependen de las decisiones sabias y progresistas de sus gobiernos centrados en las personas. Actuar con profesionalismo, con respeto, con empatía… Es necesaria la buena voluntad, acciones coherentes, convicciones profundas, trabajo verdadero, vocación de servicio, pasión por lo que se hace… La experiencia nos ha demostrado que con caprichos, acciones o palabras que reflejan egoísmo y soberbia, no alcanza.

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