29/6/18

Historias de colonos… Familia Restagno Severino

Por Lis Solé
“No había nada en el campo, ni alambrados, ni caminos, ni señales.                  Nada, lo que se dice nada… Nosotras seguíamos las huellas de las              chatas que habían salido adelante…” Así cuenta Isolina Restagno de            Pérez de la Colonia Fortín Esperanza de General Alvear, de allá cuando    vinieron en 1934 a instalarse con sus padres.
Las historias de las familias inmigrantes siempre nos tocan de cerca          porque gran parte de ellas son nuestros antepasados, familias que            después de sucesivas inmigraciones, fueron poblando la provincia de          Buenos Aires, incorporándose a pueblos o colonias.
Luis Restagno, al igual que la que sería su esposa Caterina Severino,          vinieron de muy chicos a Argentina bajando en el Puerto de Buenos Aires.      Sus descendientes recuerdan el nombre del barco Oreone, buque que           partía de Génova con italianos con la esperanza de encontrar comida y    trabajo.
Por esas cosas del destino, se encontraron en Pueblitos, un pequeño      poblado de 25 de mayo, yendo desde Alvear hacia el oeste, a unos 10 kilómetros bajando de la Ruta 205.
Ya casados y con tres hijos nacidos, Rina de 28 años y Luis de 38,            dejaron el campito que alquilaban a Lavaroni en 25 de mayo, y se              vinieron para Alvear.
Primero vino Luis, en octubre de 1933 y alquiló una pequeña chacra,            cerca  de donde después se formaría la Colonia Fortín Esperanza. Allí        sembró avena, maíz, algo de girasol y construyó un pequeño ranchito,            muy prolijo, de paredes de barro, perfecto en sus esquinas pero sin techo volviendo a Pueblitos a buscar a Rina, que es el apócope de Caterina.
El viaje es recordado con gran detalle por Isolina Restagno, una de sus          hijas, tal como “si lo estuviera viviendo en este momento”. Durante todo            el día anterior subieron cosas a las chatas y prepararon a los animales.        Isolina recuerda particularmente el revoleo de más de 300 gallinas que          fueron juntadas por sus padres y tíos y guardadas en una “pichonera”            que habían armado debajo de uno de los carros. Más arriba, otro jaulón            con 21 patos pekineses junto con las bombas de agua, palos, varillas y alambres, torniquetes y herramientas, además de una buena provisión                de leña ya que adonde venían no había árboles.
Arriba de la chata estaban todos los muebles y los enseres de la casa,            ropa de cama, vajilla, casi todos los regalos de casamiento que habían      ayudado a la pareja para armar la nueva casa.
Por encima de todo, en la chata grande tirada por los cuatro caballos,              con ayuda de vecinos subieron el techo del rancho que seguro              parecería a lo lejos un rancho caminante tirado por caballos.
Salieron el 23 de febrero de 1934 desde Pueblitos a San Enrique donde        vivían los padres de Rina. Allí descansaron, y a las dos de la mañana,            salió Luis con sus cuñados Pedro y Juan Severino.
Cuentan que don Luis venía adelante manejando la chata grande con            todos los muebles; luego lo seguía Pedro con la otra chata y Juan,                detrás, a caballo, arriando las pocas vacas. No traían chanchos ni              ovejas, aunque sí un perro.
RINA, con su hermana JUANA, novia en ese momento de JOSÉ CASALE              y  sus tres hijas mayores POCHOLA, ISOLINA y CATALINA arrancaron              un poco más tarde en el sulky cuando ya quería asomar el sol. Era pleno    verano y mirando atentamente las huellas dejadas por las chatas,        continuaron el camino.
El sulky venía muy cargado, con el perro atado a la cincha del caballo, preocupadas por el mal tiempo. A poco andar, un fuerte chaparrón las sorprendió, así que Rina tapa a todos con unos ponchos y un gran          paraguas que cubría a las cinco bien amontonadas.
Pronto llegaron al Canal 16, construido desde 1912 a 1915 para paliar                en parte las grandes inundaciones de la región. A esta altura del cruce a General Alvear, era un canal angosto y sin puentes, hecho en su mayor          parte a pura pala y puño.
Isolina recuerda que la yegua se zambulló en el agua y cuando pudo              hacer pie, trepó la otra orilla cayendo el sulky estrepitosamente al canal provocando un gran chapaleo y susto para las chicas. El sulky estaba              muy cargado y Rina traía hasta la madreselva que tenía en Pueblitos, enredadera que plantó de la misma manera en el nuevo rancho. A partir            de El Parche el camino fue más tranquilo y marcado, sin miedo a perder              la huella.
Siempre de bombachas y alpargatas, nunca de botas, los gringos          trabajaron para bajar todo de las chatas y armar el nuevo rancho con            ayuda de los nuevos vecinos.
Ahí pasaron la noche y al otro día, continuaron la mudanza,              desembalando las cosas y colocando el techo sobre el rancho nuevo.                Y así se instalaron. Los veranos eran más tranquilos, los inviernos,                  muy fríos, casi sin  forma de calefaccionarse por la escasez de leña.
Otro de los grandes problemas, era la inexistencia de agua buena.            Hicieron muchos pozos en los alrededores de la casa pero el agua no            servía ni para las gallinas. Había que traer agua para tomar, para lavar                o regar las plantas. Así que cargaban en el sulky o al caballo un barril,                y las nenas iban hasta una bomba que estaba a unos 2OO metros,            llevando un pequeño banco para ser más altas y poder llegar hasta                      el barril con los baldes.
Al año siguiente, al lado de unos eucaliptos antiguos que estaban al                lado de la calle y aprovechando la poca sombra, se construyó la                  Escuela 8 en un galpón de chapas “muy bien hecho” cuando aún los      Restagno vivían en lo de Casale. Para abrir la Escuela, anduvieron los        padres levantando firmas porque realmente “había una chorrera de        chicos…”. ¡Los CAPRA eran 18! Los CASALE, nueve;  los                MENGARELLI; los QUINCOCES; los SARAROLS…
Los mismos padres construyeron una escuela de chapa pero hermosa y confortable, forrada por dentro de madera y con un aislante que la hacía      cálida en invierno y fresquita en verano. Tenía dos ventanas con sus          vidrios, la puerta con dos hojas y vidrios…Y una piecita con una cocina chiquita para el maestro que era FEDERICO MARTÍNEZ, que con férrea disciplina enseñaba las primeras letras a sesenta y pico chicos de todas            las edades. Muchachos  y chicas de 16 o 17 años que recién empezaban            la escuela o iban a segundo grado a aprender a leer y escribir.
POCHOLA e ISOLINA iban a la escuela caminando, atravesando el campo durante dos leguas, entre el maíz o el girasol, derecho, cruzando por lo              de CAPRA. ¡Que linda se vería la escuela rodeada de caballos y sulkys!              Al mudarse, las hermanas empezaron a ir en el mismo sulky que los        CASALE que las levantaban en la tranquera. Alrededor de la escuela              había un campito con una tranquera grande que daba al potrerito donde            se entraba con el sulky y soltaban los caballos.
En 1939, se crea la Colonia Fortín Esperanza y Luis Restagno es          propietario de 42 hectáreas del campo que llamaron SANTA CATALINA, propiedad que pagarían durante 30 años.
En el campo de la Colonia al que se mudan, cerquita, entre los CASALE             y los GÓMEZ, tienen un galpón con un lavadero-cocina al lado que de a        poco, se va agrandando hasta agregar las habitaciones. El primer árbol              lo plantó Rina, la fundadora del monte, un eucalipto chiquito que le              regala un amigo y al fondo, comienza a hacer el monte de frutales.
Como bien dice Isolina, los Restagno adelantaron, pero con mucho        sacrificio. En el año 1948, el Instituto de Colonización de la Provincia        solicita una Declaración Jurada de los bienes de su propiedad a gran              parte de los colonos de la denominada Colonia Chica, o sea, los que            tenían chacras menores a las 50 hectáreas en contraposición con la           Colonia “Grande” que recibieron más de 200 hectáreas cada uno.
El 13 de enero de 1948,  se presentan ante el Juez de Paz MIGUEL        LAFUENTE, los colonos BOSSO, VICENTE, ZAPPACOSTA, RÍPODAS, CARRIQUIRY; RAMUNDO, QUINCOSES, QUIN, MARANO, BALDA,              GROSSO Y MENGARELLI, solicitando “un testimonio en papel común ”            para cumplir lo pedido por el Gobierno.
Es así como LUIS ANDRÉS RESTAGNO realiza una Declaración, muy      parecida a los demás colonos mencionados donde declara  que tiene            9,120 metros ALAMBRE DE PÚA; 100  metros alambre tejido jardín y                    80 metros alambre cerco Oliver alrededor de la casa y 150 postes de        acacios;  además de 200 postes varios.
El MONTE ha crecido gracias al riego y cuidado de la familia con la          existencia en 1948,   de 730 plantas forestales y 70 plantas frutales; UN GALPÓN con paredes y techos de cinc, compuesto de 58 chapas; UN GALLINERO construido con 17 chapas de cinc; UN ARADO de dos rejas      Oliver; UNA RASTRA  de tres cuerpos; UN APORCADOR Mansera; UN        ARADO Mansera; UN APORCADOR  de dos surcos Marca Labrador; DOS BOMBAS  N° 4 con sus caños correspondientes; UN BEBEDERO Grande;      DOS BEBEDEROS chicos y UN SULKY.
Declara tener sólo TRES cerdas de vientre, NUEVE  cachorros y            cachorras grandes y cinco lechones mamones aunque se supone que      tendría también los caballos para tirar las herramientas y el sulky, así              como alguna vaca y como dice Isolina, algunas ovejas para consumo.
Los chicos crecen, se hacen jóvenes gritones y alegres que van casi en procesión de sulkys a los bailes de El Parche o del Pueblo. A los gritos            van llamando a todos desde la calle de tierra, convocando a toda la              familia a “dejar de trabajar” y salir a bailar, en un pintoresco desfile           campero lleno de risas sanas. Se forman parejas y nuevas familias de       Alvear, gente de todos los días, vecinos de pueblo…
Historia de los Colonos Luis y Rina Restagno Severino, seguramente              muy parecida a la historia de tantos colonos formadores de pueblos e identidad. Historias de gringos que se quedaron a pesar de las          inclemencias del tiempo y la falta de comodidades.
Historias que sorprenden por su sencillez, pero también casi imposibles            de creer en tiempos donde parece inconcebible vivir sin agua, sin      electricidad, sin leña ni gas y perseverando a pesar de todo, en familia,            con la solidaridad de los vecinos, con muchos chicos pero con casi              nada, siguiendo las huellas de la familia, la unión, el trabajo y la                esperanza de un futuro mejor.
Sobre textos orales y escritos de Elba Sivero, Licha Restagno, Isolina y        Titina Restagno.
Fuentes: Archivo del Juzgado de Paz de General Alvear y de la                  Provincia de Buenos Aires

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