16/8/19

Historias de ñandubay.

Por Lis Solé.
Nombre desconocido para muchos pero sonoro y que llama la atención, el ñandubay ha estado constantemente vinculado en la historia de los        pueblos.
Ñandubay, sonoro vocablo guaraní que justamente significa “fruto que          corta el Ñandú para comerlo” y, aunque es originario de Entre Ríos,                tiene muchas historias cercanas a la patria chica y una hermosa                leyenda que refiere el amor incondicional y eterno en esos cuentos        folklóricos pintorescos que explican la vida tan sencillamente.
Una leyenda de amor.
La leyenda del ñandubay intenta explicar las características de la                madera relacionándolas con los valores humanos tan necesarios para            vivir en sociedad; cuenta de un indio valeroso y de firmes convicciones, destacado por su coraje, su destreza y fuerza que se había enamorado              de la hija del cacique. Este cacique no era para nada bueno, jefe de              pétreo corazón a quién jamás conmovía el infortunio ajeno y ante el            pedido del enamorado, el muy ladino le dice al joven pretendiente que                lo esperara ahí mismo, parado durante tres días en el mismo lugar, sin              dar un paso siquiera para así demostrar el amor por su hija.
Pero el cacique, haciendo gala de su mala entraña, no volvió sino hasta        cinco días después viendo al joven que seguía en el mismo lugar a pesar          de las picaduras de los insectos, de la falta de agua, de la inmovilidad y            los calambres de sus músculos.
Furioso le habló pero Umanday, ya muerto, no le contestó y siempre prepotente, el cacique intentó empujarlo para derribarlo pero no pudo.                El joven había echado raíces, y se había transformado en una planta        retorcida por su dolor pero tan fuerte, como el amor que sentía hacia la        joven.
Así es la madera del ñandubay: una madera que se caracteriza porque no          se deteriora, no se pudre, no se termina. Al contrario, cada vez es más          fuerte y esa solidez se acentúa cuando está enterrada o sumergida siendo incorruptible, transformando su dureza en un árbol imposible de hachar y corromper.
Corral de palo a pique incorruptible.
El ñandubay es un árbol originario de Entre Ríos y transportado a Buenos          Aires por los ríos para ser usado en la campaña para la construcción de cercados, plantados uno al lado del otro formando los conocidos              “corrales de palos a pique”, y traídos a la zona por Juan Manuel de              Rosas para su uso en los campos de General Alvear y Tapalqué y que                aún se encuentra en el campo 180 años después.
El arqueólogo Miguel Mugueta y su equipo de la Universidad de Olavarría,          los encontró en los vestigios arqueológicos del Cantón de Tapalqué Viejo          de 1830. Con ellos, se había construido un dique del que todavía están              sus restos en el arroyo Tapalqué, en campos que eran de Marcos            Balcarce, amigo de Rosas. Cuando los buzos que colaboraron con los arqueólogos se sumergieron en el arroyo hallaron evidencias del dique construido con madera de ñandubay, obra que les permitía subir el nivel            del agua del arroyo que era derivada por una red de canales hasta otros potreros creando un microclima ideal para cultivar frutales como              naranjos y durazneros.
Siempre presente en el Siglo XIX, John Magüire describe en su libro      Loncagué que “las casas de los peones de la estancia antigua eran de            paja y terrón con aleros sostenidos por horcones de ñandubay”              (Magüire, 1847).
El ñandubay en el fortín “Esperanza”.
Ya en General Alvear, José Portugués entrega a Juan Agustín Noguera                el fortín “Esperanza” construido y que contaba “con seis tablones de        pulgada y media, 171 postes de durazno y sauce y 64 de ñandubay          empleados en la construcción de la entrada del corral, la sangría y el    palenque” (Jurado, 1868). Tal como cuenta José Hernández en su      “Instrucción del Estanciero”, en los “campos pa´juera faltan las maderas            y no hay medio fácil de proporcionárselas y por lo tanto los corrales son          de zanja” por lo que los postes de ñandubay fueron muy apreciados y            casi exclusivamente usados para la construcción de corrales de “palo                  a pique” y a veces hasta de paredes de ranchos para hacerlos más              fuertes (Risso, 2017).
Esa fortaleza característica era la mejor en corrales para encerrar ganado            y en palizadas que tuvieran que resistir grandes empujes porque “clavado        un poste de ella en tierra, el ñandubay no se pudre jamás, antes se          petrifica” (Granada, 1890). Esa fue la razón de que cuando José            Portugués, propietario de la estancia “Nueve de Julio” de Alvear,              encarga la búsqueda de los restos de la beata Mama Antula en 1867,              ésta se centra en el hallazgo del poste de ñandubay donde se apoyaba              su cabeza, sabedores de la fiel madera que la había acompañado en su descanso eterno, incorruptible en el tiempo.
Y llega con los alambrados de la Colonia “Fortín Esperanza” en 1930.
A pesar de que tal como cuenta Félix de Azara en 1848, “el yandubai o    espinillo tiene palos cortos y lo emplean para hacer corrales de estada y        para quemar porque es la mejor leña del mundo tanto por la grande          actividad de su fuego como la duración de sus brasas”, los palos de      ñandubay se cuidaban mucho y no se quemaban. Al ser palos tiocos y        cortos, se usaron para la construcción de los alambrados a partir de la aparición de estos a fines del siglo XIX, siendo agujereados para que            poder pasar los alambres por eso se ven hoy con sus “ojones”      característicos deformados y agrandados por tantos años de servicios.
Ya en el siglo XX, el ñandubay vuelve al campo y se ven actualmente en            las chacras, llegando esta vez en las chatas de los colonos que primero        como inquilinos y después como arrendatarios los usaron para tender alambrados, cuidándolos hasta el día de hoy por su nobleza a pesar de            que los agujeros por donde pasaron los hilos ya están más grandes que            un ojo humano.
Palo “tioco” testigo de la patria campera.
Historias de ñandubay… ¡Cómo no quedarse contemplando esos palos retorcidos que muestran la historia de tantos pueblos! ¡Cómo no      rendirle homenaje a su historia de trabajo y paciencia en los campos bonaerenses!
¡Cómo no rendirse ante la hermosa leyenda guaraní donde nos muestran             la bravura y fortaleza de una juventud noble y fuerte como un poste de ñandubay!
Postes de ñandubay, ligado a la tradición, testigo fiel de la patria campera.
Postes viejos en charcos y lagunas, torcidos pero que se mantienen        estoicos a pesar del paso de los años, poniéndole el pecho a los buenos            y malos vientos, y con la actitud y valor necesarios para seguir adelante              a pesar de todo.
Fotos:
1. Palo de ñandubay actual de la Colonia "Fortín Esperanza" traídos desde        “La Barrancosa”, en 1930.
2. Bocetos del libro "José Portugués" de Lis Solé.
a. José Portugués y sus peones construyendo el fortín "Esperanza", en        1855).
b. Corral de palo a pique.  

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