4/9/19

Viejas usinas eléctricas.

Por Lis Sole.
Tantas cosas que no se valoran hasta que no se pierden… Un buen              amigo, un compañero, una novia, un amigo. Esas cosas humanas que                no se entienden, esa insatisfacción del hombre que no le permite amar                lo que tiene hasta que de pronto, no lo tiene más y ya no hay remedio.
Más allá de los sentimientos, lo mismo pasa con la energía eléctrica.              ¡Todo va bien hasta que se corta la luz! Y más en nuestros tiempos            cuando el televisor pasa a ser un aparato inservible, los teléfonos ya                  no tienen carga, las estufas no funcionan o el aire acondicionado no          prende.
Sin embargo, lo que parecía imposible llegó a los pueblos, y la energía      eléctrica llega a General Alvear hace 106 años aunque con muchísimas limitaciones. El esplendor del alumbrado eléctrico que maravilló a José Portugués en 1878 en la Exposición Internacional de París, se                materializó en Alvear el 15 de agosto de 1913.
Bien cabe aclarar que la energía eléctrica en los pueblos no venía                    “del Chocón” a través de tendidos eléctricos de cientos de kilómetros            sino que se generaba en cada pueblo y lugar y “la usina”, no eran más            que los galpones que albergaban los motores que daban luz a, en 1913                y en General Alvear, a sólo 30 abonados domiciliarios. La energía era          librada por empresas privadas, siendo la primera firma de Bernardino Ormazábal y Cía. y transferida luego de un tiempo al señor Brumana,          director de la Compañía de Luz Eléctrica de Olavarría (SALEO).
ESE VIEJO MOTOR TOSSI
Contaba entonces para el servicio de luz y fuerza motriz con un grupo electrógeno accionado por “el viejo Tosi”, un motor Diesel de 40 HP        fabricado por Franco Tosi en Italia en 1891, motor que continuó              prestando sus servicios durante más de 50 años y un motor alemán, un          Otto de 80 HP bicilindro que daban corriente continua. El “viejo Tosi”          pesaba unos 9 mil kilos y arrancaba escupiendo aceite y tizne,              ensuciando los mamelucos y hasta la ropa colgada en los tendales de                las casas vecinas.
El alumbrado público se habilitó con un solo foco en las esquinas        sostenidos por columnas de postes de palmeras o cuadrados de pinotea chanfleados en las esquinas, plantados en el medio de la calle,          reemplazado mucho después por una lámpara colgante lo que hacía que            a la noche, los chicos y no tan chicos, corrieran como desesperados de esquina a esquina por temor a la oscuridad de la mitad de la cuadra.
Sin los camiones y escaleras actuales, el “Negro” Fernández recuerda              que el recambio de las luces se hacía con un sulky y una escalera y sino,        aún en épocas del “Gringo” González o de Ramón Mollica, se salía con            una escalera al hombro a pie o en la bicicleta “Bianchi”, una negra y          pesada bicicleta que decía SUDAN, llevando los palos en una chata que          tenía don Fanessi, situación que se mantuvo hasta los años 60 que            trajeron una camioneta de Chivilcoy.
SI HABÍA CORSOS, SE APAGABAN LAS LUCES DE LA CALLE
En el año 1929, la Usina pasó a manos de la SUDAN, una compañía            anónima de servicios públicos que ofrecía el servicio a 689 abonados              que pronto llegaron a 800, máximo número al que podían llegar con los    motores disponibles. Tachuela Baigorria recuerda que en épocas de su        padre, los motores solo funcionaban de noche y aún hasta 1960, cuando            se hacían los Corsos, todo el alumbrado público se apagaba para poder alimentar el consumo de las fiestas españolas a pesar de que a partir de            las seis de la tarde comenzaban a andar de a dos motores.
En un lugar y tiempo donde todo era manual, en el pasillo de la Usina          estaba el tablero desde donde se prendían las luces de las calles,              bajando las llaves a medida que se aumentaba la potencia de las              máquinas hasta completar el total encendido, acción que se repitió hasta        que llegó el actual reloj o fotocélula.
En 1954, cuando la Usina estaba a cargo de Santiago Yaconis, el            alumbrado público se componía de 42 lámparas de 300 watts y 16 de                  150 watts, distribuidas en las calles y en la plaza lo que hacía un total de      15.000 watts por hora pero todo, casi a ojo debido a la difícil corriente alternada.
ESE GRAN GALPÓN DE LA USINA
José “Tito” Yaconis recuerda que un día llegó Lorenzo Federici, el            relojero, a quejarse al gerente Santiago Yaconis porque sus relojes        eléctricos adelantaban o atrasaban por inestabilidad de la corriente              alterna que llegaba a las casas. Así que el gerente le pidió un gran reloj              de regalo que colocó en la pared de la sala de máquinas y ordenó que mantuvieran la frecuencia de las máquinas a 50 ciclos y se aumentara                  o bajara con una palanquita según el reloj atrasaba o adelantaba,          frecuencia que también debía respetarse cuando se alternaban los            motores.
La Usina alvearense en un principio era pequeña, toda de fuerte        construcción inglesa y con parte de sus paredes de chapas, tal como                los galpones del ferrocarril, con bases indestructibles para los motores              con tragaluces altos. Antes de su cierre, comprendía tres galpones            grandes ubicados en la intersección de las calles Mitre y Bernardo de      Irigoyen, con la puerta de entrada en la esquina sobre Mitre a la que se      accedía por una escalera de cemento que muchos aún recuerdan. El            galpón se alzaba a la derecha de la actual oficina de la administración                de EDEA, levantada sobre el anterior terreno baldío donde cada 13 de              julio se levantaba una carpa para festejar con baile y cena el Día del    Electricista.
En el año 1959, se incorporaron dos motores Man de 150 HP también de corriente alterna que venían en cajones desde Alemania y que se            instalaron sobre unas bases de hormigón construidas por los hermanos Migliori.

CUANDO LAS MÁQUINAS SALTABAN
En los años 60 el Equipo de Trabajo estaba compuesto por 12 personas              en un “laburo de locos”. Las anécdotas de la Usina se suceden en los      muchos jubilados. El temor y gran respeto a las tormentas era              compartido y principalmente cuando se hacían las guardias de noche          donde el tronar del cielo se confundía con el de los motores. “Los días              de tormenta eran los peores” porque los vientos juntaban las líneas                flojas y al chocarse, los cortocircuitos hacían saltar todo provocando                que la corriente alterna se saliera de la sincronía. Entonces, las                máquinas se calentaban y “saltaban” sin otra solución que apagar todo              y volver a empezar, cosa no muy rápida y que exasperaba a los vecinos            sin luz porque tardaban unos 20 minutos en apagarse y otros tantos              para volver a prender y con paciencia, sincronizar los motores que          producían un gran ruido, un ronroneo que se transformaba en                estruendo y temblor intolerable para muchos.
La torre de enfriamiento de agua se encontraba sobre la calle Mitre,                lugar donde todos esquivaban estacionar porque emitía vapor y gotas                de agua salada que oxidaba hasta los ladrillos. Ahí había una pileta de              3x3 metros y metro y medio de profundidad con agua caliente producto            de la refrigeración de los dos motores Man, el Deutz y otro Man, que se enfriaban con el agua extraída por las dos bombas que había en el              sótano.
REUNIDOS EN “LA CUEVA”
En el interior de la Usina, el aire siempre se sentía enrarecido por los        escapes de los motores y las luces del Taller se atenuaban entre las        sombras. En el pasillo, estaba el teléfono de magneto con manivela, la        puerta de la única oficina que hacía las veces de gerencia y lugar de          reunión del personal; enfrente, había otra puerta donde estaba el              almacén de repuestos y materiales y debajo de la escalera, “la cueva”          donde se tomaban mates a escondidas del gerente, mates calientes                  que sin escapar a la norma general de la usina, se sentía por dentro y                por fuera lleno de grasa, aceite y diesol.
¿Quién puede creer que el último farol de alumbrado público hasta hace      menos de 50 años llegara sólo hasta la esquina de Sociedad Rural en        Wallace y 9 de Julio? ¿Cómo imaginar motores sin medidor de presión              de aceite a los que había que revisar tocando con la mano el pistón en movimiento para ver si estaba lubricado y evitar que se fundiera?
¿Cómo creer que las herramientas eran tan grandes que había que      manejarlas de a dos? ¿Cómo siquiera pensar que “el Viejo Tossi” fuera    vendido como chatarra en 1974 y que quedaran sólo de él las placas de      bronce que lo identificaban y que los empleados guardaron en la Usina          casi como respeto al guerrero de tantas luchas?
Imposible pensar que el último Mercedes Benz arrancaba a cartucho y              con aire comprimido entre maldiciones y gracias de los empleados.          Cantidad de horas-hombre corriendo a la espera del llamado “valle        nocturno” cuando la demanda de energía disminuye y llega la hora del          mate lustroso de tanta mano aceitada que “calienta las tripas, despeja             el sueño y acorta las horas” del empleado de la vieja usina.
Mucho ha cambiado. Usina de SALEO, SUDAN, SEGBA, DEBA o EDEA.        Todas lo mismo y tan distintas en la esquina de Mitre y Bernardo de          Irigoyen de General Alvear. Lamentablemente se demolió el antiguo             edificio de la Usina, se desguazaron los motores y sólo los grandes      entienden cuando alguien, casi distraído en el tiempo, intenta orientar                al perdido con aquello de “está enfrente de la USINA”, esa palabra tan            vieja que hasta parece que no existió y que todo fue producto de los            sueños o de la mala memoria.
Fotos:
  • Con los mamelucos, de guardia. Feluya Granieri, Juan Rico, Pedro “Perico” Véliz, Teófilo Granieri, Hipólito “Polo” Baigorria y Ramón      Mollica. Foto La Puntual. Gentileza de Juana Espejo de Granieri y        Cristina Granieri.
  • Despedida del gerente Adolfo Biglieri. Gerente entrante: Rubén          Jacinto Bordone. En la foto Hernán Scheremmel, Mansilla, Gorosito            (de Saladillo), Birocco, Pedro “Perico” Véliz, Feluya Granieri, Juan          Mac Cargo, Juan Baigorria, Juan Cuezzo entre otros. Circa 1960.              Foto La Puntual, gentileza de Ricardo Cuezzo.
  • Con el tubo de aire comprimido. Héctor "Feluya" Granieri, Juan              Rico, Scheremmel y Jorge Yaconis. Foto gentileza Lidia "Lili"              Mollica.
Fuentes consultadas:
  • Revista “Perfiles”. Revista quincenal de Dardo Restivo y José María      Vivas. Año 1. N° 21. General Alvear. 1954.
  • Cuezzo, Elías Ricardo. Vivencias. Editorial Vuelta a Casa. La Plata.          2019.
  • Entrevistas personales a José “Tito” Rafael Yaconis, “Tachuela”      Baigorria, Anselmo “el Gringo” González, el “Negro” Fernández,              Lidia “Lili” Mollica, Juana Espejo de Granieri, Cristina Granieri,                María Birocco, Ricardo Cuezzo.

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