5/10/19

Hilando sueños.

Por Lis Solé

René preparaba el vellón, y se sentaba tranquila al reparo; tomaba los        bollitos de lana cruda y rústica y los empezaba a estirar con los dedos          muy suavemente, como acariciándolos, hasta que el bollito suave se      convertía en un hilo largo y desparejo lleno de pelusas que la “máquina”          iba transformando en ovillo.
René Miranda hilaba lana como muchas mujeres del campo cuando            madres e hijas aprendían el oficio como único medio para conseguir              ropa de abrigo y además, como una forma de acceder a un trabajo que contribuía a la economía familiar.
René era hiladora, esposa de Claudio Pascual, y al igual que otras          hiladoras de pueblo lo hacía desde chiquita con su mamá.
Según la tradición familiar, se hilaba de diferentes modos ya que había      quienes hilaban con huso y otros con máquina.
EL HILADO CON MÁQUINA
René nunca hiló con huso, sino que lo hacía con máquinas adaptadas              por su esposo o por su hijo Milo Pascual y siempre con lana de oveja.              Milo recuerda que una vez le trajeron lana de llama para hilar pero la            textura era diferente y al cortarse más, el hilado era más difícil. Usaba                la lana sucia, tal cual salía del vellón porque aseguraba que la misma        crasitud hacía que el hilo fuera más fuerte y no se cortara, claro que eso originaba sucesivos y tediosos lavados de las pesadas madejas de lana,          en tiempos donde por supuesto, nadie tenía secadoras centrífugas.
Una vez le llevaron un vellón lavado para facilitarle la tarea pero la lana              se “había apelmazado” por lo que no aceptó más lana lavada porque le          daba mucho trabajo desenredarla, extenderla y hacer que la máquina la envolviera.
Sin embargo, muchos lavan la lana antes de hilar. Es la tarea más ingente,      más difícil, lavar bien el vellón y luego, prepararlo con el proceso que se conoce como cardar, o sea, deshilar la lana que queda apelmazada            después del lavado para proceder a su hilado. Sin embargo, esta actividad        no se hacía en Alvear, ya que en general se hilaba con la lana sucia. Cardar      es complicado y muchas veces engorroso pero gratificante ya que la lana queda sedosa, limpia y brillante.
¡Quién no tuvo un pulóver de lana hilada! Claro u oscuro, con rayas, mitad      del pecho claro y el otro oscuro, con guardas aprovechando las distintas ovejas.  Los vellones eran de “lana larga” o vellones “de lana corta”,          nombre que no se referían a ovejas esquiladas o no, sino a las        características propias de la raza ovina.
SABER ELEGIR LA LANA
En realidad, la “lana linda” muchas veces provenía de las ovejas Romney,      más escasas y con lana más fina, pero la oveja Lincoln fue siempre la más común en los campos de Alvear. En la esquila hay “lana entera” y “media      lana” y esta última, no se puede hilar. Las razas que tienen mechas más      largas son las Lincoln y las Romney que no son las de mejor finura y no            se pueden comparar con la Merino, pero son muy buenas para el hilado artesanal pesado y rústico característico de la región.
Las hiladoras ya tenían sus “proveedores preferidos” a los que compraban      los vellones a ciegas porque ellos ponían especial cuidado en sacar la lana      que proveía de la barriga que llegaba mucho más sucia, con espinas y        abrojos que lastimaban los dedos y que eran difíciles de separar.
Marta Ester Luisi de Almeida cuenta que ella compraba vellones a un señor      de Tapalqué a bolsa cerrada, sin revisar, porque ya sabía que él escardaba          la lana tal cual ella la prefería, separando la lana buena de la sucia, sin los    palos o cardos que frustraban la paciencia hasta del más avezado. Marta recuerda como si fuera hoy a su mamá caminando por el monte “hilando        lana y sueños”, alegrías, pero también llorando las decepciones y los          malos trances. Cuenta que cuando la mamá se acostaba a dormir la siesta,      ella y sus hermanas tomaban el huso e hilaban…mal, así que había que “empezar a ovillar de vuelta pero así aprendíamos”.
HILANDO SUENOS CON EL HUSO
Ellas no hilaban con la máquina sino que usaban “el huso”, por eso podían deambular mientras hilaban. El huso es un palo de escoba con un palito      donde se enganchaba la lana que tiene un extremo aguzado y que abajo,      lleva una pieza de madera redonda de contrapeso o tope que al girar,          enrolla la lana.
El proceso requiere de mucha pericia: hay que hacer girar el huso hasta conseguir el hilo grueso y retorcido que se precise pero no tan retorcido            ni tan grueso. Realmente, no es fácil y se necesita práctica para que el            huso no se caiga repetidas veces al suelo con fuerte ruido. Pero con            “tesón y paciencia” todo se logra.
Esos husos pueden ser comprados pero la mayoría de las hiladoras              tienen el propio, construido en casa y seleccionado después de varios      intentos hasta que el huso tiene el peso y tamaño adecuado para su dueña          y de acuerdo al grosor de la lana que se quiere obtener.
Así como Marta hilaba con huso, otras hilanderas nunca lo hicieron sino          que usaban “la máquina de hilar”, que no era más que una máquina de          coser adaptada según las necesidades. Tal es el caso de René Miranda                o de Isolina Restagno que siempre hilaron con máquina, generalmente            una “máquinas caseras” adaptadas por los hombres de la familia.
UN TRABAJO FAMILIAR
Isolina recuerda que de siempre se hilaba en su casa, ya que su mamá y      todas sus hermanas lo hacían. Con esa lana hilada se tejía de todo; por supuesto pulóveres y chalecos para hombres, mujeres y chicos, pero        también cubrecamas, almohadones, pantalones y medias para “pasar el invierno” ya que calefacción había poca, la lana sintética no existía y          menos plata para comprarla.
Los más chiquitos generalmente empezaban a hilar las hebras gruesas, rústicas y retorcidas que se usaban para tejer las matras usadas en los    recados de los caballos. La verdad, que hilar no se sentía “como un hobby” sino como una necesidad para pasar abrigados los días fríos y además,        como una forma más para cubrir las cuentas, para pagar el mercado y          hacer “algunas cositas extras en la casa” y que no se podían hacer con el    único sueldo del marido, pasando interminables horas con el huso o la máquina, embolsando kilos y kilos de lana que a veces, hasta se            animaban a teñirla de colores.
Desde ya que llevaba muchas horas y no sólo era hilar: las mujeres    esquilaban, cardaban la lana separando lo bueno de lo sucio, hilaban,        hacían el ovillo, desovillaban para envolver la lana en una silla para          después lavarla y llevarlas chorreando agua hasta el cordel…
¿Qué diga el buen varón que no ha estado con las manos como rezando mientras su madre pasaba la lana sobre sus manitos? ¿Quién no            recuerda pasar la lana sobre el respaldo de una silla para hacer esas    hermosas, largas e inmanejables madejas para llevarlas nuevamente a                la batea de madera y lavarlas y colgarlas una y otra vez en largas filas          sobre el alambrado hasta que quedaran suaves y sin grasitud?
El oficio del hilado fue generalmente de las mujeres del campo, que          después se pasó al pueblo adaptando diferentes máquinas para acelerar            el hilado y llenar grandes bolsas de lana de colores ya no del color                natural de la oveja, sino usando también tinturas y suavizantes que        mejoraban la calidad y presentación de la lana.
NO ERA UN HOBBY, ERA “UN PESITO MÁS EN CASA”
El tiempo pasó y la gran oferta de lanas sintéticas de bajo precio hizo              que disminuyera la demanda de lana hilada y que el trabajo de la              hilandera fuera abandonado.
Sin embargo, en las grandes exposiciones se ven lanas hiladas de gran      calidad y no hay más orgullo para el paisano que un buen chaleco de              lana hilada de dos colores tejida por alguien de la familia.
Hilado de lana. Economía regional que se ha perdido en General Alvear                y en muchos pueblos a pesar de la demanda quizás por inexistencia de organismos que se encarguen de la distribución de los productos          regionales para que sea redituable el trabajo de la hilandera. Pies de              cama, bufandas, chales, boinas o almohadones tejidos con lana natural,        están revalorizados en el mercado por la tendencia del uso de productos          sin agregados sintéticos.
En muchas localidades, se están dando talleres donde padres y alumnos aprenden el oficio, formando nuevas tejedoras con el objetivo de renovar        las economías locales y volver a llevar “un pesito más a casa”. En los        talleres se intercambian conocimientos, se combina tejidos en telar con          dos agujas, se tiñen los hilos, se usa el macramé o crochet y se                modifican los atuendos tradicionales dándoles diseños pintorescos      adaptados a los requerimientos actuales.
HILAR LA VIDA EN CADA HEBRA
Cierto. ¡Cuántas historias hiladas en lana, sentimientos, alegrías y frustraciones, páginas y páginas de vida en un relato particular y único              de las manos de cada hilandera y tejedora!
Cada lana, cada vellón o nudo cuentan un sinfín de pequeños actos      cotidianos que caracterizan las vidas. El olor de la lana sucia o mojada,            las corridas al cordel cuando llega la lluvia, las veces de pasar y pasar la        lana una y otra vez; esquilar, cardar, hilar, lavar, ovillar, lavar y volver a            lavar esas madejas que volverán a ser ovilladas y tejidas una y otra vez,      como la vida que se enrolla y agiorna infinitamente, casi sutilmente, tal        como la suavidad de la brizna de un vellón de lana limpia que vuela con              el viento.
Agradezco a Isolina Restagno de Pérez, Marta Ester Luisi Almeira, Elsa          Luisi, Julia Cabral de Sivero, Rodrigo de Lóizaga y a Milo y Ethel Pascual Miranda.
Fotos:
  • René Miranda de Pascual en su casa en el Paraje “La Garita” de          General Alvear. 1975.
  • Marta Luisi tejiendo con huso, septiembre de 2019.
  • Isolina Restagno de Pérez con sus ovillos de lana hilada. 2019. 

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