16/7/21

 Historias Noveladas… de General Alvear

Gaby Pessotano en Adhesión al 152 aniversario de General Alvear

ADHESIÓN A LOS 152 AÑOS DE GRAL. ALVEAR
De “GRAL. ALVEAR EN BLANCO Y NEGRO”

HISTORIAS NOVELADAS…de Gral. Alvear.

Una estancia, una familia de inmigrantes franceses, una mujer, un enigma irresuelto, un amor que llegó...
Esta es la historia de una joven que fue parte de nuestro pueblo y dio          origen a una vasta familia alvearense.
Cualquier parecido con la Realidad, es pura coincidencia.

LA ESPERANZA DEL AMOR. LA HISTORIA DE ALCIRA LEIVA.
(Cuento)

Ya nada era lo mismo. Ciertamente, algo había cambiado en la comarca :            el terror a los malones ya no flotaba en el aire como hacía algunos años.          La gente caminaba tranquila por las callejuelas del incipiente poblado, sin esperar el toque alarmante de las campanas de la iglesia, anunciando la catástrofe. Alcira lo notaba cuando iba a traer la mercadería del Almacén          de Ramos Generales, en la esquina de siempre. La calma reinaba en el      Pueblo Esperanza. No, ya no era lo mismo.
Pero este sentimiento que la invadía era otra cosa… ¿Sería por el nuevo        siglo que comenzaría en unos meses? Esa noche, parada en la larguísima galería, hasta le pareció que la luna iluminaba de otra forma. Los altísimos álamos que rodeaban la casa de la estancia, meciéndose apenas por el            aire liviano ; los malvones inmóviles en sus eternas macetas de barro…        Todo parecía devolver otra luz en la noche primaveral. El aroma nocturno          le traía tiernas remembranzas de miradas nuevas, gestos , palabras oídas        por primera vez. Nuevas y contradictorias sensaciones de placer y      sufrimiento invadían su mente y su cuerpo . Tomó aire, cerró los ojos para fundirse con la noche, y repentinamente supo que algo en su interior se      había esfumado: la niña que había sido .
Su figura tampoco era la misma. Los quince años se le revelaban en todo          el cuerpo; se había vuelto alta, fuerte, esbelta. La oscura y espléndida      cabellera le cubría la espalda. Como dos lumbreras oscuras, los ojazos      negros seguían destellando tristezas, como siempre. Y como siempre , sus manos expertas se habían encargado de preparar los más exquisitos          platos para la cena, bajo la firme dirección de Madame Marie.

Como todos los 26 de octubre desde que tenía memoria, ésa también            había sido una jornada de festejos extraordinarios, que culminaban con              la cena : el cumpleaños de don Henri. Era el día de don Henri.
Alcira había cocinado su plato favorito, ése que él disfrutaba porque le recordaba tanto a su infancia allá en Francia, de donde había venido hacía        ya casi tres décadas. Pato asado al Oporto. Prepararlo le había costado    trabajo y lágrimas al principio ; pero las amables indicaciones de Madame    Marie la habían socorrido. Y ahora era una verdadera experta en la      elaboración de la exquisitez francesa que tanto apreciaba su tutor.
El natalicio del patrón era la celebración más importante en la estancia.              Y no era para menos. Don Henri - “Anri”, como lo llamaban todos - había    nacido dos veces: la primera, aquel otoño de 1.843 en Francia. La otra, esa mañana cuando, luego de haber caído prisionero de la indiada, había        salvado su vida de milagro gracias a la mediación de un indiecito          lenguaraz, que había trabajado con él.
“Je le connais! Je le connais! Cést bon! “ Había repetido el indio hasta el cansancio. Y don Henri había nacido por segunda vez.
Pero el patrón llevaba marcada en su alma esos días en su lejano pueblito        de Francia,  donde había sido tan feliz de niño. Como un tesoro invaluable, guardaba afanosamente sus raíces francesas, y su devoción por la Virgen        de Loreto …
Don Henri era un hombre serio, pero bondadoso. Alto, imponente con sus    botas lustradas. El andar suave, la vestimenta elegante y el porte      caballeresco le conferían ese aire señorial. La erre francesa había        sobrevivido en él y le daba un toque aristocrático. El cabello rubio peinado hacia el costado dejaba al descubierto la frente angosta y los melancólicos    ojos verdes. El porte de Don Henri rendía honor a su condición de patrón .

Alcira había arribado a la estancia siendo muy pequeña. Los hechos, los detalles de su llegada habían quedado perdidos en el tiempo y la memoria        de todos. Algunos cuchicheaban que era hija de una cautiva que había      llegado a la estancia pidiendo cobijo para su destino incierto. Otros murmuraban que su madre, Feliciana , había aparecido un día en la          estancia como por arte de magia y había seguido camino, dejando a su pequeña bebé al cuidado de la familia del estanciero. Los misteriosos      orígenes de Alcira se habían perdido para siempre en los laberintos de      pasado ; le eran tan desconocidos como aquella sensación que , como una      ola, la invadió cuando llegó el último asistente al festejo de los 56 del        patrón. Por primera vez, don Luis Carlomagno asistía esa noche al agasajo .
Llegó conduciendo el coche tirado por cuatro recios y lustrosos        percherones negros que se deshilachaban en reflejos rojinegros a la luz carmesí del ocaso pampeano.
Ella lo había conocido en el pueblo, aquel domingo de enero , en los        funerales de Doña Felisa, la amiga de Madame Marie …
Aunque ya el pequeño poblado era General Alvear, algunos no se          resignaban y aún lo llamaban Esperanza. ¡Cómo le habían fascinado esas anchísimas calles de tierra arenosa, heridas por las huellas de carros y        sulkies ! La plaza, florida y cuidada. Las enormes casonas , los          concurridos negocios en las esquinas, el vocerío que resonaba en          palabras, algunas exóticas, que ella no alcanzaba a entender.
Allí lo había visto por primera vez...

...Jamás olvidaría esa calurosa mañana en que lo conoció. Don Luis, tan soberbio y grave, la había cautivado desde el primer instante. Sentado                en el pescante de la imponente carroza fúnebre, como el flautista del          cuento , conducía a la multitud hacia el sur;  lentamente, por esa          larguísima calle que todos recorrerían algún día, a cuyos lados se        desgranaba el poblado en ranchitos solitarios. Bajo el candente sol,                    el cortejo avanzaba siguiendo la soberbia cruz que se bamboleaba en el      techo abovedado del carruaje. Alcira avanzaba lentamente, sosteniendo            del brazo a Madame Marie, que ocultaba sus sollozos bajo el elegante    sombrero negro.
Él también la había visto. Y como buen descendiente de italianos, no había disimulado su atracción. Alcira presentía sus ojos como dos flechas incandescentes . Como un poderoso imán, don Luis la atraía. No habían cruzado palabra. Alcira , siempre junto a Madame Marie, no se atrevía a          alzar la mirada, ni siquiera cuando llegaron a la casona de la familia, a        metros de la iglesia. Pero ganas no le habían faltado. Le había gustado ese muchacho de piernas largas , bigote negro , enfundado en el traje lúgubre.          A pesar de su aspecto ceremonioso, se le antojaba picaresco y divertido.            Y así había vuelto a su mente, cada día en sus pensamientos , cada noche        en sus sueños. Las manos de león sosteniendo con firmeza las riendas, la espalda amplia, y esos ojos espesos, renegridos, que la habían cautivado,          la habían dado vuelta, le habían quitado la tranquilidad, el alma, la        inocencia…
Pero eso había sucedido dos años atrás. El tiempo había transcurrido entre viajes al pueblo, escapadas furtivas, visitas inesperadas . Y ahora, Alcira          era una mujer de quince años, experta cocinera, querida por todos,        protegida del patrón y enamorada para siempre de Luis.
Esa noche no sólo era el cumpleaños de don Henri. Sería también la      cambiaría su vida.
Después de la exquisita cena, y antes del brindis final  , la voz estridente            de don Luis llenó el aire del comedor.
“Enrique, quiero casarme con Alcira”.
La frase se le metió en los oídos con un sobresalto que le hizo cerrar los        ojos. A pesar de los meses que llevaba esperándola, no pudo evitar el nerviosismo y el sonrojo. Cuando volvió a abrirlos, diez pares de ojos la miraban, expectantes, alegres. Madame Marie la miraba con amor maternal.    Don Henri , que adivinaba las intenciones de su amigo Luis desde hacía      mucho tiempo, se acercó a su silla, la tomó paternamente de los hombros,          y respondió con voz suave :
“Ella es la que decide, Luis”.
Alcira y Luis se casaron en General Alvear, el 10 de Setiembre de 1.904            con la expresa autorización del tutor, Enrique Mathet. Diecinueve años , ella; experimentados veinticuatro, él.

Alcira Leiva, la niña de origen desconocido, la joven de profundos ojos        negros, se convertía ese día en el germen de una familia que, como tantas otras, construyó a lo largo del Siglo XX , el destino de nuestro General          Alvear.
FIN.

Alcira Elvira Leiva y Luis Carlomagno son abuelos de
Susana
Alcira "Tita"
Felipe "Cacho"
Roberto
Mario Oscar Carlomagno.

Y los bisabuelos de
José y Enrique Tortorici,
Mario Néstor “Obe” Tortorici,
Julieta y Felipe "Paco" Carlomagno,
Graciela Carlomagno…
Alejandro Ariel, Mariano Francisco y Mario Sebastián Carlomagno        (residentes en La Plata)

...y los tatarabuelos de.....

Hechos en los que se basó el relato:
•       Don Enrique Mathet , nacido en Francia en 1843, llegó a Argentina              en 1860; su esposa se llamaba Marie Laporta o Laporte. Arribaron a Gral.    Alvear en 1878.

•       Alcira Leiva nació en 1885 (aproximado) en Pergamino. Su madre,    Feliciana Leiva, murió en Gral. Alvear en 1886.  Nunca se supo            exactamente cómo llegó a  la estancia.

•       Alcira y Luis se casaron en la Parroquia San José, por el Cura Juan        José Mimendia. Sus padrinos fueron Henrique Mathet y  Elena Labat de      Mathet (nuera de don Henrique).

Alicia Gabriela Pessotano.

                         Cacho y Tita Carlomagno, año 1940 en la casa de Alcira Carlomagno,        ubicada en Lavalle y Monti

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